En una noche marcada por el simbolismo del lugar –el Centro Nacional de la Constitución, en Filadelfia– y el apoyo explícito de Taylor Swift a Kamala Harris, se ha celebrado el primer debate presidencial entre la candidata demócrata y el candidato republicano, Donald Trump, sin público y con una moderación muy estricta organizada en torno a una serie de temas. Ella, presidenciable y casi siempre centrada en responder a las preguntas y detallar algunas claves de su programa político; él, hiperbólico y obcecado en contar mentiras, como tantas otras veces, entre las que destacan dos de las más disparatadas que se hayan escuchado en una campaña electoral. En Springfield, Ohio, hay inmigrantes indocumentados comiéndose a las mascotas de los oriundos –perros, gatos–; esa sería la primera. La segunda mentira ha consistido en afirmar que en algunos estados se practica el aborto después de que el bebé haya nacido; es decir, se asesina directamente a los neonatos, cosa tan incierta como inverosímil. Ambas patrañas han sido desmentidas por Harris y por los moderadores del debate, pero merece la pena mencionar el grado de mendacidad que sigue gastando un Trump menos agresivo que en 2020, pero igualmente insistente en fantasías megalómanas y embustes que huelen a rancio, como que las últimas elecciones estaban amañadas y por eso no salió victorioso.
El debate lo ha ganado Kamala Harris, pero las encuestas muestran un empate técnico entre ambos candidatos y, además, las encuestas fallaron estrepitosamente en los comicios de 2016 que enviaron a Hillary Clinton a casa. Las trifulcas discursivas ayudan a que la gente tome una decisión, aunque no siempre quien mejor dialoga se alza triunfante en las urnas. Dicho esto, Harris habló con entereza; desgranó sus ideas; más de una vez tuvo que hacerse respetar frente a un oponente cuyo machismo circula en video (“agárralas del c*ño”) y en acusaciones de abuso sexual. Así, Harris recalcó: “Claramente, no soy Joe Biden, y lo que ofrezco es un nuevo liderazgo generacional”. Diferenciarse del actual presidente y reafirmarse en su posición fue parte de una batalla dialéctica, por lo demás, predecible.
En lo económico, la vicepresidenta señaló medidas que ya se explicaron en la Convención Demócrata: ayudar a las familias con una deducción de 6.000 dólares por hijo, 25.000 dólares para la entrada de una vivienda, o continuar expandiendo el Obamacare –la subvención a seguros médicos privados– son algunas, aunque esta vez Harris no dijo nada de subirle los impuestos a los ricos, algo que Biden le atribuyó hace pocas semanas. Del lado republicano, el expresidente aseguró no tener un plan para reemplazar Obamacare con algo mejor, y recalcó su intención de efectuar rebajas fiscales generalizadas, como ya hiciera durante su mandato, principalmente a las grandes fortunas.
Otros temas más polémicos fueron la derogación del derecho al aborto a nivel federal, propulsada por un Tribunal Supremo cuya mayoría conservadora fue configurada por Trump y criticada por Harris, quien prometió, si gana, aprobar una ley que devuelva esa garantía a las mujeres –para lo cual necesitaría el apoyo de las dos cámaras del Congreso–. Éste es uno de los puntos flacos de la campaña de Trump, ya que dos tercios de la población estadounidense está a favor del aborto en prácticamente cualquier supuesto. Pero hubo otras debilidades que Harris supo explotar: las imputaciones del contrincante en casos relacionados con el fraude electoral que intentó; su proceso (fallido) de destitución o impeachment tras el asalto al Capitolio; e incluso el favor de un Tribunal Supremo, que le ha concedido inmunidad penal frente a potenciales fechorías. Trump aludió al intento de asesinato que sufrió hace poco (del cual salió indemne) y a la presunta persecución judicial de la que sería víctima, en teoría por motivos políticos.
Más jugosa fue la conversación sobre política exterior, en la que el expresidente se negó a afirmar que esté a favor de una victoria de Ucrania; sí que enfatizó la necesidad de acabar con la guerra cuanto antes, de que Europa pague su defensa y aporte más a la OTAN y, de nuevo, la amenaza de Tercera Guerra Mundial que supondría una supuesta presidencia de Harris. También criticó Trump la salida –vergonzosa a todas luces– de Afganistán, pactada entre ambas administraciones, la suya y la de Biden. Por su parte, la candidata demócrata mostró su apoyo firme al presidente ucraniano Zelensky, y aprovechó para explicar su política respecto a la Gaza: el derecho a defenderse de Israel, sugirió, es incuestionable, tanto de Hamás como de Irán, pero, tras 40.000 palestinos muertos, se torna preciso negociar un alto el fuego, la liberación de los rehenes y trabajar para llegar a la solución de los dos Estados. La vicepresidenta acusó a Trump de admirar a dictadores y éste le recordó que Putin tiene armas nucleares y podría usarlas muy pronto.
El punto de acuerdo: los combustibles fósiles
Temas menores fueron la posesión de armas de fuego (posturas muy similares: a favor); o el cambio climático, que terminó convirtiéndose en una defensa de los combustibles fósiles por ambas partes. Harris destacó el incremento en la producción de petróleo durante su actual mandato como vicepresidenta, acaecido junto a la inversión en energías renovables, y su programa de ampliar la industria manufacturera local y el fracking, crucial en el estado de Pensilvania, donde se hallaban. Trump logró ahondar en las contradicciones de una candidata que en otras ocasiones se ha opuesto a esta técnica de extracción de gas fósil, la fracturación hidráulica. En su acuerdo tácito parece descartarse un voto joven que los moderadores subrayaron en torno a la emergencia climática.
Más allá de este asunto, sin embargo, las diferencias brillaron: se notaba que Harris se había preparado a conciencia; sus intervenciones, muy estudiadas, estuvieron enmarcadas a menudo por los lemas de su campaña: no vamos hacia atrás, no retrocedemos, miramos al futuro; frente a los ataques de un Trump más contenido que otras veces en cuanto al tono de la voz y los gestos (no respecto a las mentiras y exageraciones), ella sacaba los cuatro puntos destacados de su programa. Trump, emulando su reciente conversación con Elon Musk, recurrió a la inmigración ilegal frecuentemente para responder a preguntas complejas, como su rol en el asalto al Capitolio o el estado actual de la economía; el ritornelo de quien no quiere o no tiene mucho más que decir.