MANGANESES DE LA POLVOROSA tuvo cierta fama hace unos veintitantos años porque sus jóvenes tenían la tradición de tirar una cabra por el campanario. La iglesia no era muy grande y el animal siempre se levantaba. Lo sé porque contemplé esa escena varias veces cuando era niño. Manganeses está al lado de mi pueblo y mi abuelo me llevó alguna vez a lo que se llamaba la fiesta del Salto de la Cabra. Lo admitíamos como algo normal porque la normalidad es un concepto que lo admite todo. Concretamente, todo lo que ha visto desde siempre hasta que alguien te hace dudar.
Casi nadie se cuestionaba nada hasta que el debate llegó desde fuera. No recuerdo el origen, pero la opinión de que quizá era una barbaridad comenzó a extenderse. Durante unos años, se incorporaron mejoras, como una lona de protección civil para recibir a la cabra o la presencia de un veterinario, pero la idea de que tirar una cabra desde un campanario era una brutalidad acabó siendo mayoritaria y, finalmente, la tradición murió. Estuve presente en el último Salto de la Cabra. Este proceso es lo que conocíamos como progreso.
Lo contrario se llama atraso y es una visión que cada vez tiene más adeptos. En la actualidad, no tengo ninguna duda de que habría amplios grupos sociales, medios de comunicación y partidos políticos que convertirían el lanzamiento del animal en un símbolo de las tradiciones que hay que defender y la falta de libertad que el poder globalista nos quiere imponer. Se harían camisetas, se publicarían artículos y, desde la Junta de Castilla y León, se crearía la Fundación del Salto de la Cabra, seguramente presidida por un intelectual de los que defiende que hay que acabar con el Estado.
De una manera simplificada, podemos establecer que existe algo llamado pensamiento progresista y algo llamado pensamiento conservador. La historia de la humanidad es el conflicto entre estos dos modos de ver. El pensamiento progresista quiere ampliar el mundo, desea redistribuir los bienes materiales y ampliar los sujetos de derecho mientras que el pensamiento conservador opta por dejar las cosas como están e, incluso, acumular y restringir. Es decir, el segundo quiere mantener la fuerza de los fuertes mientras que el primero trata de limitarla y, si se puede, repartirla. La tensión entre estas dos visiones puede ser más o menos explícita y recorre la historia.
Durante siglos, el progresismo exploraba y proponía mientras que el conservadurismo contenía y asentaba. En ocasiones, el primero aceleraba en estallidos sociales o, ya en la modernidad, procesos revolucionarios. El segundo respondía con oleadas represivas o, ya en la modernidad, movimientos reaccionarios que no sólo contenían, sino que echaban la vista hacia atrás. El movimiento pendular, sin embargo, siempre terminaba ofreciendo avances: ampliación de los sujetos de derecho y redistribución de los bienes materiales.
Eso cambió a finales del siglo pasado. El punto y aparte suele situarse en los años ochenta, pero el giro se dio unos años antes. Los grandes empresarios estadounidenses habían creado fundaciones para tratar de cambiar el modelo fiscal redistributivo y descubrieron que es complicado proponer directamente la modificación de algo que funciona. La clave era aprovechar las grietas sociales para ir introduciendo una desafección más profunda. Por ejemplo, a través de las políticas de agravio. Mira, ese grupo se beneficia de ayudas que podrías tener tú. Mira, ese grupo que se beneficia de ayudas te puede quitar el trabajo. Y, además, te desprecia. Mira, esa gente que dice que no tiene nada se compra televisores con el dinero de tus impuestos. Es más sencillo confirmar los sesgos que rebatirlos, aunque eso sea potencialmente dañino para la sociedad en su conjunto. ¿Sociedad? La sociedad no existe. La cuña agranda las grietas de clase, género, raza o generación para que reine la desconfianza necesaria para instalar un modelo competitivo.
Esas fundaciones también llegaron a la conclusión de que había que dejar de ir por detrás del pensamiento progresista, ya que esto le proporcionaba la superioridad moral de la proposición. Había que tener una actitud más proactiva y cuestionar más abiertamente el modelo de ampliación de derechos. Se podía lograr con esas mismas políticas de agravio entre grupos sociales que, además, permitía reforzar la propuesta económica. El patriarcado o la segregación son pequeños sistemas de bienestar informales para ciertos grupos y defenderlos permite desmontar los formales.
El pensamiento conservador dejó de serlo y comenzó a abrir su propio camino. La proactividad lo convirtió en reaccionario sin que hubiera enfrente ningún pensamiento revolucionario. El pensamiento progresista cambió su función y dejó la exploración para tratar de sostener lo existente. Primero, cedió en la redistribución económica. Después, en la ampliación de derechos, asentando las posiciones reaccionarias. Por ejemplo, en el trato a las personas migrantes. Después, iremos todos los demás, comenzando por las mujeres.
Hoy, el populismo reaccionario, al que podemos llamar atrasismo, diría que tirar una cabra desde el campanario es una tradición que merece ser defendida y que los progres no tienen derecho a decirles lo que tienen que hacer. Vamos a la edad de la penumbra. Buen viaje.