Opinión
La brecha digital de las personas mayores: la conveniencia de no errar el foco
La iniciativa de Carlos San Juan, recogiendo 600.000 firmas en tan poco tiempo, nos demuestra no solo lo que se puede hacer fuera de la política institucional, sino también que el pueblo vigilante y movilizado es la mejor garantía de que nuestros gobernantes hagan su trabajo en vez de preocuparse por no molestar a la Unión Europea o las empresas del IBEX 35.
Sin embargo, es importante identificar cuál es el verdadero problema. Asistimos, desde hace muchos años, a la normalización de la cesión de competencias a los bancos por parte de empresas y diversos organismos públicos. Hay empresas de servicios que ya no mandan la factura en papel, ya que el recibo del banco recoge la información precisa además de constituir el comprobante de pago, como son, por ejemplo, las compañías de seguros; la Tesorería de la Seguridad Social no emite ningún recibo correspondiente al pago de cuotas por el personal doméstico; Hacienda recauda el IRPF y el IVA a través de los bancos e instruye a los mismos a vigilar las transacciones que podrían encubrir el blanqueo de capitales y cumplimentar los protocolos correspondientes a la actividad laboral de los contribuyentes.
Hay muchos más ejemplos de esta práctica. La cesión de competencias no debería permitirse sin la estricta vigilancia de los ministerios correspondientes de Economía, Hacienda y Consumo si estos no son capaces de llevarlas a cabo.
Rubén Sánchez, de FACUA, habla de las cuentas de pago básicas, un producto poco conocido, cuyas comisiones están limitadas y que “son gratuitas para quienes reúnan determinados criterios de vulnerabilidad”. ¿Cómo permiten los organismos competentes que no se conozcan estas cuentas?
El problema es la digitalización generalizada en todos los ámbitos de nuestra vida. Claro que queremos una atención personalizada en las sucursales, igual que queremos ver a nuestro profesional sanitario y no ser atendida solo por teléfono o tener que viajar al pueblo de al lado para recibir atención médica. Un amigo que ha desarrollado toda su vida profesional en la bancacree que no se trata de quitar o poner más sucursales, sino de garantizar los servicios necesarios de la forma más eficiente, incluso para todas las partes interesadas.
Aunque es cierto que la brecha digital -por género, grupo social y por supuesto edad- existe, hay personas que simplemente no queremos utilizar un ordenador o una aplicación de móvil para comprar un regalo a nuestro ser querido. En este sentido, las últimas noticias sobre talleres o seminarios de educación financiera, digital y de prevención de fraudes parece un instrumento más hacia la digitalización. La formación se hace en las escuelas, no en los bancos. Quiero que se respete mi elección a ‘digitalizarme’ o no. Igualmente, la digitalización contribuye a la supresión de puestos de trabajo, por mucho que diga la banca que la “digitalización acelerada se debe a las peticiones de los clientes y a la pandemia”. Qué bien les ha venido a las empresas la pandemia para trabajar desde casa, una reivindicación anhelada desde hace mucho tiempo por la patronal que destruye la solidaridad de las personas trabajadoras, causa estrés laboral y hace estragos en la conciliación laboral y familiar.
Con ocasión de las movilizaciones del 15M, recuerdo que se habló de la banca ética. Aunque hay bancos o iniciativas económicas más ‘éticos’ que otros, no podemos pedir ni ética ni empatía a la banca, es decir al capitalismo por excelencia. Su objetivo es ganar lo máximo con el mínimo de recursos. Cuando los bancos nos ofrecen digitalizar todos los envíos postales, podemos estar de acuerdo o no, pero no creamos que el ahorro de papel que proponen se deba a su deseo de preservar el medio ambiente.
La banca pública es la única garantía de que nuestras operaciones bancarias se realicen de modo democrático y participativo. Hemos ido asimilando -y pagando- la desaparición de los montepíos y la Caja Postal sin apenas rechistar. La instalación de dependencias de una banca pública en los edificios municipales de los pueblos pequeños daría servicio a sus habitantes y permitiría algo muy importante pero olvidado como es la nacionalización del crédito, cuyo activo principal es el control público del ahorro y los recursos, tanto de las empresas como de las familias.
Estoy contigo.
¿Se te ocurre algo para despertar al ser humano Christine?
«Quiero que se respete mi elección a ‘digitalizarme’ o no».
En el equilibrio está la sabiduría.
Tiene que haber papel y tecnología digital.
Estoy totalmente de acuerdo: la digitalización ha sido de gran utilidad a las grandes empresas para echar personal. También ha sido de gran utilidad para individualizarnos y aislarnos físicamente.
El mundo veo que va a quedar en manos de la dictadura digital y las personas en la cola de la beneficiencia.
Y no subestimemos el impacto negativo en la salud por la contaminación electromagnética. Un estudio de hace un par de décadas llevado a cabo por la UE, y que inmediatamente se mandó parar, determinó que estaba relacionada con el cáncer y otras enfermedades.
Banca, eléctricas, Sanidad, Educación, recursos básicos, todo ello demasiado importante para dejarlo en manos de especuladores, codiciosos y sin escrúpulos.
Tal como dice el filósofo Harari:«Es peor sentirse inútil que estar explotado. En el siglo XX, un obrero podía ir a la huelga. Ahora, con la automatización, los obreros son prescindibles. Ir a la huelga, ¿para qué? Si nadie te necesita…»
«Tenemos al espía en la mano: el móvil… Ni tu madre te conoce mejor que el algoritmo. La tecnología devalúa al ser humano. Lo domestica»
«los ingenieros, a veces, pueden ser muy ingenuos o estar desinformados sobre las consecuencias de lo que hacen. Si dejas que una compañía o un ejército decida cómo rediseñar al ser humano, lo más probable es que potencien las cualidades que a ellos les vienen bien, como la productividad o la disciplina, y desprecien otras, como la sensibilidad y la compasión. Y el resultado será que tendremos gente muy inteligente y disciplinada, pero superficial y espiritualmente pobre. Y esto no va a mejorar al ser humano, sino a degradarlo».
La tecnología devalúa al ser humano. Le pondré un ejemplo:
Cuando pensamos en las posibilidades actuales de la ingeniería genética, deberíamos recordar que hemos estado criando vacas y cerdos durante miles de años. Los hemos domesticado buscando las cualidades que nos interesaban: que den más leche, que sean más obedientes… Y el resultado es que los animales domésticos no son una mejora de sus ancestros salvajes, sino un pálido reflejo de lo que eran. Y lo mismo puede sucederles a los humanos.
Las preguntas de fondo son las de siempre: ¿qué significa ser una persona?, ¿qué cualidades humanas son valiosas?
Sr. Xaquín:
Me permito discrepar del (a mi juicio) maniqueísmo de su opinión.
Porque una cosa es tomar conciencia de que determinadas actividades y trabajos “analógicos” son candidatos a la extinción y otra bastante distinta es dar por bueno que la digitalización y la eliminación del “intermediario” de carne y hueso es conveniente en todos los casos.
Los taxistas, probablemente serán sustituidos por los vehículos de uso compartido; Pero UBER, Cabify y toda la santa compaña de plataformas, son exactamente eso mismo (taxis); Pero jugando sucio (laboral y tributariamente).
Por otra parte, supongo que -a estas alturas- casi todos somos conscientes de la engañifa que ha supuesto el cuento de que “la cita previa” serviría para ahorrarnos tiempo y poder atendernos mejor.
Lo cierto es que, en la mayoría de los casos, las empresas y la propia administración la utilizan para ralentizar y entorpecer (a veces casi imposibilitar) las demandas de atención del ciudadano adaptándolas, no a sus necesidades o deseos, sino a sus estrategias empresariales para obligarte a entrar por el aro de sus decisiones comerciales, o dificultar las reclamaciones, en el caso de las empresas, o -en el caso de las administraciones- imponer sus políticas de desincentivación y expulsión hacia el “sector privado” mediante la externalización de servicios que debieran prestar directamente
Y en ambos casos con el objetivo claro de eliminar puestos de trabajo, como si el tener a una persona de carne y hueso para escuchar (y atender) al “ciudadano” (hablo de servicios básicos, como sanidad, educación, bancos, energía y suministros, transportes, telefonía y comunicaciones, así como las tramitaciones administrativas) fuera un despilfarro inútil.
En cuanto a los “consumidores” (de lo NO necesario), me importan bastante menos, porque con no utilizar los servicios de quien nos toque las narices se resuelve el problema, siempre que se garanticen sus derechos básicos.
Por otra parte no sé si usted aprecia la satisfacción de poder hablar con otro ser humano, en lugar de perder el tiempo en seguir las instrucciones de un “loro” que, aparte de inflarte a publicidad (a costa de tu bolsillo las más de las veces), te obliga a hacer un “recorrido” por todo el catálogo de posibles soluciones a lo que NO demandas.
Recuerdo especialmente hace un par de años mi cabreo cuando, desde la ambulancia (había tenido un accidente de moto), intenté comunicar con mi compañía de seguros y me encontré hablando con una cinta magnetofónica (o lo que coño sea) que pretendía, además de mejorar mi cobertura, que le facilitase (de memoria) mi número de póliza.
Obviamente les mandé al carajo.
Y finalmente, volviendo a lo de los bancos, creo que los muy mayores merecen un respeto.
Y los que, no siéndolo tanto, no queremos ser tratados como “ganao” en esos nuevos apriscos que son las nuevas oficinas bancarias a las que hay que acudir con cita previa y confesando previamente tus “intenciones”, también,
Saludos.
«garantizar los servicios necesarios de la forma más eficiente» (lamarea).
Muy buena máxima, el problema es que se debe aplicar a cualquier relación social que conlleve cierta delegación del poder personal. Sobre todo en relación con el poder colectivo.
Y ahí aparece la madre del cordero llamada eficiencia.
Que se lo pregunten a los ascensoristas o a las cajeras/os. A los conductores de carros de caballo o a los taxistas. Por poner solo 2 ejemplos.
Las llamadas sucursales o «delegaciones» analógicas (de algo central), como los ultramarinos, tienen los días contados.Y los cajeros automáticos (ya el nombre lo dice todo) también.
Es el llamados sistema educativo el que se está quedando obsoleto (se quedó hace tiempo). No se puede suplir con sucesivos cursillos para mayores. Aunque temporalmente no quede otro remedio.
Pero la poca ganas de esfuerzo por aprender de la cría humana y de su «versión» viejuna (con cariño, ya que viene a ser una segunda infancia), no puede ser tratada como «un mal menor». Los «viejos» pueden mucho más de lo que se piensa, empezando por ellos mismos.
La evolución, a partir de esta versión mediocre de homo sapiens actual, no puede esperar mucho más.