Internacional

Cuando el miedo se apoderó de las elecciones

"A pesar los múltiples abusos cometidos por la democracia norteamericana antes de Trump, es difícil pensar en una erosión democrática interna más dramática que la actual, al menos, en la historia reciente", reflexiona Azahara Palomeque.

Varios trabajadores sellan una tienda en Manhattan. REUTERS / BRENDAN MCDERMID

Suena el teléfono. Un mensaje: “Espero que estés bien; por favor, dime que estás bien”, escribe Kelly, una compañera de trabajo. Suspiro. Le digo que sí, dentro de lo que cabe, y le hago la misma pregunta implícita. “Muy preocupada” –responde. A los cinco minutos siento el móvil vibrar de nuevo, aunque esta vez es Fayth, que contrajo el virus hace una semana y no tiene seguro médico. Se está recuperando bien, tose menos, pero me envía una señal de alarma: “Estoy luchando con mi salud mental, Azahara. No puedo más”. Aprieto los puños con rabia y, antes de poder contestarle, me explica: “No es la enfermedad, son las elecciones”.

¿Qué puedo decir? Con muchos centros de trabajo cerrados, la pandemia nos ha relegado a nuestras burbujas autárquicas, donde cada quien sobrevive por sí mismo; faltos de compañía, de abrazos y cafés, es mucho más difícil darse apoyo en momentos tan difíciles como estos, pero, aun así, los mensajes entran y salen, a borbotones. Las llamadas y los emails de auxilio, los Zooms puntuales. Hay tanto miedo en el ambiente que me cuesta seguir escribiendo.

Mientras la mayoría de los periodistas se centran en analizar los sondeos y, conforme se vaya escrutando el voto, los resultados electorales, hay una historia personal que subyace a los números y tiene que ver con un pánico generalizado que se comparte entre amigos, en pequeños círculos, de manera muy discreta para no producir un efecto bola de nieve. Este ánimo, que puede tanto paralizarnos como provocar una respuesta multitudinaria en la calle, se refleja en gestos cotidianos que indican un estado de alerta constante. Ante la posibilidad de una violencia superior a la habitual, muchos ciudadanos han corrido a los supermercados a hacer acopio de lo necesario para un aislamiento de días. De hecho, las autoridades de las zonas urbanas han recomendado prepararse para estos comicios como lo hacemos para un huracán: que no falte agua, comida…

En las redes circulan testimonios que apuntan a tiendas ya desabastecidas y, en casa, mi pareja y yo preparamos una lista de la compra que es también un plan de contingencia: si no hay carne (lo primero que desaparece), tráete garbanzos, habichuelas; si falta fruta, recurre a las verduras que nadie sabe cocinar: pimientos, espinacas. La dieta mediterránea ya nos salvó la última vez que falló la cadena de suministro, allá por marzo.

Más allá de la alimentación, las señales que apuntan a la emergencia que se aproxima son ubicuas: en Philadelphia, Chicago y Nueva York, entre otras ciudades, los comercios llevan tapiados varios días para evitar saqueos; hay calles cortadas y se contempla el toque de queda y la suspensión del transporte público. Los colegios que permanecen abiertos han enviado a los padres avisos de que las clases podrán ser online dependiendo de cómo transcurran los acontecimientos.

Por otra parte, la ley del más fuerte parece haberse afianzado en un inconsciente colectivo donde su arraigo era ya predominante: la venta de armas ha alcanzado niveles estratosféricos en estas fechas, hasta el punto de vaciar los anaqueles de las armerías, lo cual se suma a la adquisición en masa tras las marchas por la muerte de George Floyd. En Estados Unidos, el año 2020 pasará a la historia no solo como año electoral y pandémico, sino como aquel que puso en manos de los ciudadanos, muchos de ellos primeros compradores, más de 17 millones de armas de fuego. 

El miedo es real, tangible. Lo creemos invisible pero tiene forma de gatillo, de bala, de barricada en la calle; huele a avenidas desiertas y suena a helicóptero, a sirena de la policía o a taquicardia; sabe a comida enlatada almacenada en el sótano. El miedo, además, rompe los tiempos en cuanto que se alimenta de información disponible –las argucias de Trump para boicotear las elecciones– pero se proyecta sobre el futuro: qué haremos en caso de… Juega a la hipótesis y, mediante ese cavilar, su ansiedad domina el presente. En el entramado que construye, los cuerpos se vuelven débiles o iracundos, poco racionales y, con ellos, el sistema que los engloba y dice representarlos pierde legitimidad.

A pesar los múltiples abusos cometidos por la democracia norteamericana antes de Trump (la guerra de Iraq, Guantánamo), es difícil pensar en una erosión democrática interna más dramática que la actual, al menos, en la historia reciente. De hecho, en los once años que llevo aquí, jamás he contemplado semejante amenaza social a la integridad institucional del Estado, y a la física de sus habitantes. Los mismos estadounidenses son conscientes de lo que está en juego: “Si no podemos echarlo, no habrá esperanza” –dice otro mensaje de Kelly. 

Suspiro.

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