Sociedad

“En la ciencia estamos sometidos a una precarización estructural”

Charlamos con diversos colectivos tras el lema #SinCienciaNoHayFuturo. Y avisan: la ciencia es un bien público, no un negocio de élites.

Una científica en un laboratorio.

#SinCienciaNoHayFuturo. Es el hahstag con el que los trabajadores y trabajadoras de la ciencia llevan manifestándose en las redes desde hace varias semanas. Pero no es una protesta nueva. La reivindicación de una investigación de calidad y una apuesta clara y rotunda por la ciencia podría calificarse ya de histórica en España.

La COVID-19 ha puesto en evidencia, como en muchos otros sectores, la precariedad y el estado dramático de un sector vital para la sociedad. Pasan los años, pasan los gobiernos y, como denuncian los investigadores e investigadoras, nadie hace nada. Esto escribía hace unos día el científico Luisma Escudero, un activo seguidor del hashtag: “Estimado @astro_luque, los problemas que tenemos en ciencia son tan graves que, solo con los tres ejes de los que habló ayer, no vamos a ningún sitio. Por favor, escucha a las asociaciones que llevan mucho tiempo identificándolos y proponiendo soluciones #SinCienciaNoHayFuturo”.

En esta entrevista charlamos con diversos colectivos afectados: PIF Unizar, Investigal, JINTE. Asamblea Dignidad Investigadora UAM, PDDI-UR, Piratas de la ciencia, FPU investiga, CCOO y AEAC

¿Cuál es la principal dificultad a la que se enfrenta la ciencia en España?

El sistema presenta multitud de problemas: una financiación escasa, exceso de burocracia, precarización constante de la situación de sus trabajadores, endogamia, etc. Es difícil señalar solo uno de ellos como el principal, aunque sí se pueden relacionar entre ellos. Probablemente, la principal dificultad sea parecida a la de otros muchos sectores productivos en España, como el de la cultura, o el de muchos sectores de trabajadores de base. Estamos sometidos a una precarización estructural, no solo por falta de apoyo económico, que es una falta muy importante si la comparamos con los países de nuestro entorno europeo, sino también por las condiciones en las que trabajamos y por la falta de oportunidades y de continuidad de nuestro trabajo en la ciencia.

Ser científico, ser investigador, llegar a condensar toda una historia de formación académica, de especialización y de destrezas, debería ser una de las piezas destacadas para construir una sociedad del conocimiento y poder hacer frente a muchos de los retos que tenemos como sociedad hoy en día. Sin embargo, la realidad muestra que, en España, tenemos que pelear entre nosotros por recursos que son siempre insuficientes, incluso para los afortunados/as que salen elegidos en las distintas convocatorias ultra-competitivas.

Estamos cerrando la puerta del futuro a personas que han acumulado experiencias muy ricas y muy destacadas, con la consecuencia inmediata de bloquear nuestra participación directa en el futuro de la sociedad. Cuando decimos que sin ciencia no hay futuro, el mensaje es explícito. En el fondo, se podría decir que el gran problema de la ciencia en España ha sido la dejadez por parte de las administraciones, que además han venido considerando la inyección de capital económico en el sistema como un gasto en lugar de verlo como lo que realmente es: una inversión que beneficia a toda la sociedad.

«Cuando decimos que sin ciencia no hay futuro, el mensaje es explícito. En el fondo, se podría decir que el gran problema de la ciencia en España ha sido la dejadez por parte de las administraciones»

Otras dificultades, entre tantas, son los techos presupuestarios que no dejan margen de maniobra, la división del Ministerio que resta eficiencia y coordinación en las decisiones políticas y en la propia gestión y, cómo no, el coronavirus, un ejemplo palpable de las carencias de un sistema envejecido y precario que, sin una contraparte industrial potente, no es capaz de producir la vacuna que sí podrían comercializar países con sistemas productivos y científicos más eficientes.

En vuestro día a día, ¿cuál es la principal dificultad a la que se enfrentan los investigadores/as predoctorales?

Hay que tener en cuenta que en la etapa predoctoral convivimos doctorandos sin contrato de trabajo e investigadores predoctorales con contrato, ambos con una problemática similar. Las dificultades a las que se enfrentan ambos en cuanto a las condiciones en las que desarrollan su investigación son las mismas, pero el propio sistema deja en una situación aún más precaria a los que carecen contrato.

Dicho esto, cabe decir que nuestra figura ha experimentado muchos problemas, desde la ausencia inicial de una regulación clara a los retrasos en la aplicación del Estatuto del Personal Investigador en Formación (por ejemplo, en lo que atañe a la actualización salarial, que permaneció sin cambios entre las convocatorias de 2013 y la aprobación del EPIPF en 2019). Otro de los grandes problemas a los que nos enfrentamos los investigadores predoctorales es la concepción general de que somos “los becarios” y, por tanto, da la sensación de que nos cuesta mucho más entender y hacer entender que somos trabajadores de pleno derecho.

Uno de los problemas importantes es que la ciencia necesita personal en formación. Para poder trabajar en un laboratorio se necesita personas que organicen y coordinen equipos, pero, sobre todo, personal en formación que lleve a cabo experimentos y análisis de los datos. Esta comunidad forma uno de los corazones más importantes de la investigación científica. Son básicamente las personas que ocupan la mayor parte de su tiempo en los laboratorios. Uno de los motores, si no el principal motor de la investigación.

Sin embargo, el sistema, tal y como está montado, se basa en exprimir a estas personas obligándolas a trabajar en jornadas maratonianas, afectando su salud física y mental, y en una grandísima mayoría pagados con unos sueldos que son escasos, o incluso puede llegar a darse la situación de trabajar sin sueldo, por un supuesto amor a la ciencia o una falsa y engañosa llamada a la vocación científica. El resultado es que, en lugar de proteger, cuidar y respetar a este grupo de personas tan importantes para el desarrollo de la ciencia, es un colectivo explotado, marginalizado y precarizado.

«Puede llegar a darse la situación de trabajar sin sueldo, por un supuesto amor a la ciencia o una falsa y engañosa llamada a la vocación científica»

El sistema, tal como funciona, no tiene gran problema con plantear este desequilibrio. Por una parte, se ha vendido muy bien la imagen positiva de la ciencia, principalmente a través de grandes programas de divulgación que se han convertido en focos de captación de personal. En estos programas no se explican las enormes dificultades estructurales contenidas en el desarrollo de la carrera científica, si no solo esos aspectos atractivos y deslumbrantes de la ciencia. De esa forma se ha conseguido formar una comunidad interesada y motivada de estudiantes, dispuestos a empezar una carrera en la ciencia, pero sin tener conciencia de los riesgos implícitos que contiene su decisión.

A las universidades o los centros de investigación esto les viene muy bien, porque tienen una gran cantera de “trabajadores” (entrecomillado, porque muchas veces ni siquiera se les paga) para sostener el sistema de investigación. Lo que no saben, o de lo que no se les informa detalladamente, es que muchos van a caer por el camino. Unos lo harán por las grandes presiones mentales asociadas a un trabajo que los explota pero a la vez los responsabiliza de su explotación; otros por no poder mantenerse económicamente; otros por no poder cumplir las exigencias de un mercado ultra-competitivo, etc.

El resultado es que el colectivo de investigadores predoctorales, como hemos dicho antes, el motor principal que mueve el trabajo en los laboratorios, un colectivo que en esencia debería ser protegido con apoyo, con formación y con transferencia gradual de responsabilidad, se ha convertido en una de las comunidades más vulnerables en la ciencia y en la sociedad general.

A nivel laboral, hay cuatro frentes abiertos tras la aprobación del EPIPF. Por un lado, no estamos incluidos en los convenios colectivos de las Universidades o centros de investigación, lo que apuntala nuestra figura como precaria. Este hecho no ayuda a resolver las tres reivindicaciones laborales de los investigadores predoctorales que son: la indemnización por finalización de contrato; el reconocimiento del complemento de antigüedad por trienios; y medios suficientes para el desempeño de las tareas investigadoras.

¿Es eso exactamente lo que le piden al Gobierno?

Al Gobierno le pedimos que entienda que los desafíos que tenemos todos llamando a la puerta del presente, como el cambio climático, como el desafío de la transición a las nuevas formas de trabajo en los sectores productivos, como el desarrollo inminente de nuevas tecnologías y su incorporación en la sociedad como la Inteligencia Artificial, la remodelación de los sistemas educativos, o, sin ir más lejos, el desarrollo de vacunas, como podría ser la propia vacuna para la COVID-19, todos esos desafíos y otros muchos pasan por fortalecer el sistema de investigación.

En cualquiera de los entornos geopolíticos que pensemos, como podría ser China, EEUU o la propia Europa liderada por Alemania, las crisis de la última década han significado un aumento de la inversión en investigación. Es fácil entender por qué esto es así. Nadie puede imaginar que se pueda salir de una nueva situación crítica, como fue la crisis de 2008, o la actual iniciada por la COVID-19, usando viejas herramientas, o precisamente mecanismos que directamente han sido ineficaces para prevenir las crisis. Se necesitan nuevos pensamientos, nuevas relaciones, se necesitan nuevas herramientas, nuevas aproximaciones, se necesita actuar de forma creativa e innovadora para abordar todos estos retos. Eso es precisamente lo que ofrece la investigación.

Lo que resulta paradójico, fuera de toda lógica, es la estrategia que ha seguido y vienen siguiendo los distintos gobiernos españoles. Su respuesta es: ante las crisis, menos investigación. Parece que existe la idea dentro del sector político institucional de que aumentar el apoyo al turismo, por ejemplo, nos va a sacar de las crisis. O al menos resulta un imperativo urgente. El apoyo al sector del turismo se puede entender porque hoy en día es un gran y potente sector de nuestra economía. No hacerlo puede significar que muchos trabajadores pierdan su sustento, pero sobre todo que grandísimas corporaciones y empresas hoteleras pierdan sus márgenes de beneficio.

«La respuesta que vienen dando los distintos gobiernos antes las crisis es paradójica: menos investigación»

Pero seríamos muy imprudentes si no entendiésemos a la vez que este sistema basado en turismo y hostelería no se va a poder sostener solo. Forma un ecosistema económico que, necesariamente, va a sufrir grandes modificaciones y adaptaciones, como acaba de suceder hoy en día debido a la crisis de la pandemia. El turismo, tal como está formulado hoy, forma un sistema productivo pensado en condiciones sociales que ya son terreno del inmediato pasado, mientras que la investigación siempre abre las puertas del futuro.

Por eso pedimos al Gobierno que vaya aumentando de forma progresiva pero inmediata su apoyo a la investigación, a los y las investigadoras, no solo con un aumento apreciable de financiación, de contratos y de estabilización de la carrera investigadora, sino también con un programa estatal transversal, con un pacto de Estado para iniciar la transición necesaria de nuestro tejido productivo. Sabemos que no es una reclamación sencilla, ni un problema menos, pero también sabemos que las condiciones laborales y los derechos de muchísima gente van ligadas a ello. No solo la de los propios investigadores, sino la de quien quiere poder vivir con un trabajo estable que quede bien insertado y cohesionado en un sector productivo adaptado al futuro. Un futuro que ya llama a nuestra puerta.

En 2017 hubo una gran manifestación con el mismo lema: «Sin ciencia no hay futuro». ¿No ha mejorado nada desde entonces? ¿Qué ha pasado desde entonces hasta hoy? Aparte de un gobierno nuevo y de distinto color político

La respuesta corta sería “poco”, o siendo realistas “nada”. Hay que tener en cuenta que este problema de la investigación es un problema estructural. No es un problema iniciado por un partido político, o un color específico. Es una deficiencia estructural que España lleva en su mochila desde hace muchas décadas. Haciendo una analogía médica, es una “enfermedad crónica” de nuestro país. Los distintos gobiernos han jugado a pintar sus discursos con palabras más o menos bonitas. Resulta tan obvio que la investigación es una de las llaves principales para “asaltar los cielos del futuro”, que a ningún político se le ocurre no hacer otra cosa que elogiar al sector de la investigación y del conocimiento. Pero la realidad es que son siempre palabras huecas.

Esas palabras han venido acompañadas por recortes y por un deterioro de las condiciones de nuestro trabajo, con programas infrafinanciados. No es solo un problema económico. El resultado de estas deficiencias estructurales aumenta la corrupción en forma de endogamia, amiguismos y la ingeniería de influencias. El problema es grande y necesita un consenso amplio. Puede que el sistema político que trabaja con plazos tan recortados, que además cada vez se estrechan más y más, viviendo en un presentismo que cada vez se vuelve más y más peligroso, con menos margen de maniobra y menos capacidad de anticipación, sufra su propia enfermedad.

Pero ni siquiera esta otra gran deficiencia estructural de nuestra actualidad, que nos acelera en el instante presente aniquilando la posibilidad de reflexionar hacia plazos medios o lejanos, justifica que no se aborde el problema de la investigación, porque, cada día que pasa, la solución se hace más difícil y el golpe se prevé más duro. Somos una generación que ha visto explotar varias burbujas, como la financiera y la inmobiliaria de 2008 y 2009, y las consecuencias de esas explosiones han hecho tambalearse hasta caer pedazo a pedazo a sectores como el de la arquitectura. Hoy un arquitecto ha dejado de ser un profesional de prestigio, para convertirse en un trabajador precario, muchas veces desplazados a la marginalidad e ilegalidad de los falsos autónomos, habiendo perdido, como en otros muchos casos de trabajadores, la mayoría de derechos laborales.

«El estado de la ciencia es una ‘enfermedad crónica’ de nuestro país. Los distintos gobiernos han jugado a pintar sus discursos con palabras más o menos bonitas»

El sector de la ciencia en España está sometido a muchísimas tensiones, y la burbuja que mantiene el funcionamiento puede estar a punto de explotar. O entendemos que necesitamos ir achicando el agua de este barco que se hunde, con un pacto de estado por la ciencia, que vehicule el sector productivo con la investigación, que teja una comunidad de investigación cada vez más fuerte y más cohesionada con los distintos espacios sociales, o la burbuja explotará. El tiempo se echa encima, y ya son demasiadas las explosiones que se han llevado por delante las esperanzas de tantas y tantas familias trabajadoras en España.

No creo que nadie cuestione todo esto, ni los gobiernos. Entonces, ¿por qué no termina de hacerse? ¿Qué explicación le dan?

A lo que hemos comentado más arriba sobre la propia mecánica de la actividad de la política de hoy, podríamos añadir que, paradójicamente, el mundo en el que vivimos, que cada vez es más y más tecnológico, no necesariamente se hace más lógico o más razonable. Vivimos un tiempo donde fenómenos como la postverdad ganan terreno a esa verdad de toda la vida, trabajada con mimo bajo estudios y debates dialogados entre expertos y entre las distintas comunidades. Nuestro tiempo también es un tiempo de velocidad casi infinita, donde el instante se posiciona como el único tiempo posible. No hay otra cosa más importante que el “ahora” o el “ya”. La política institucional es un ejemplo de esta presión por lo inmediato.

En esos contextos, donde la verdad se empieza a entender como un producto más de mercado, vendidas al mejor postor, donde la reflexión detenida no se contempla como posible, no es tan extraño contemplar cómo un aparente apoyo a la investigación se convierte en un continuado e histórico y efectivo desplante a la investigación. En el caso de países como EEUU, con Trump a su cabeza, ese desplante se convierte en un show mediático más que en otra cosa, porque nadie niega el gran apoyo que existe en EEUU a la investigación en ciencia (es uno de los pilares fundamentales de su economía).

Sin embargo, en nuestro territorio, el alcance de estas nuevas formas de vida regidas por la inmediatez, los bulos, la pantomima mediática o el eterno show, pueden afectar mucho más al entorno de investigación, que, como decíamos antes, sufre de deficiencias estructurales de largo recorrido. Como país, somos mucho mas vulnerables a este tipo de nuevas agresiones actuales. Pero por eso mismo deberíamos ser más conscientes y más serios ante este grave problema. No nos podemos permitir banalizar el problema de la ciencia, porque especialmente nosotros nos jugamos mucho como sociedad.

El ministro Pedro Duque también se ha sumado al hahstag. ¿Se ha puesto en contacto con ustedes?

No. Ese tipo de declaraciones no valen precisamente porque son lo único que, año tras año, se ha recibido de cualquier gobierno. De este y de los anteriores. Las declaraciones son promesas de futuro, buenas palabras vestidas con buenas intenciones. Pero, haciendo nuestro el propio contexto de la inmediatez que viven los políticos, queremos que este grave e histórico problema entre dentro de su terreno de juego. Sabemos que cualquier medida que pretenda abordar este enorme problema tiene que ser de largo recorrido. Se debe construir una hoja de ruta detallada, pero nuestras palabras ya no pueden ser desviadas hacia un futuro que nunca llega. Ya solo nos vale entrar en sus agendas semanales, entrar en los debates de los plenos parlamentarios, entrar en la inmediatez que habita la política, pero que decide nuestros futuros. No hay otra opción.

¿Habría que acercar de alguna manera más la ciencia a la sociedad? En el sentido de que la gente comprenda realmente por qué es tan importante la investigación científica.

Esa debe ser una de las líneas principales de lucha y de concienciación. Y no se limita a elaborar programas de divulgación científica para captar nueva mano de obra, en muchos casos precaria, como decíamos. Es importante destacar que la ciencia no es solo una actividad realizada por científicos. La ciencia es de todos. Se financia principalmente con dinero público de todos los contribuyentes, y eso se hace porque es un bien público. Muchísimos de los avances de la investigación revierten en nuevos conocimientos que todos usamos. Nadie pensaría que escribir y leer es un valor, por ejemplo, de los escritores, sino que los escritores escriben libros que el público general lee y ambos se benefician de esa interacción mutua.

«La ciencia es de todos. Se financia principalmente con dinero público de todos los contribuyentes, y eso se hace porque es un bien público. El problema de la ciencia es que quizá se entienda como una actividad de élites, o solo de expertos»

El problema de la ciencia es que quizá se entienda como una actividad de élites, o solo de expertos. Por supuesto que los expertos tienen mucho, tanto, que decir en la ciencia y en la investigación, nadie lo pone en cuestión. Sin expertas no hay desarrollo de la ciencia. Pero el público general también puede participar de la ciencia y la investigación. Por ejemplo, hay sociedades de astronomía amateur que colaboran con centros o programas de investigación. También existen laboratorios ciudadanos de química y biología que sirven de enlace entre los centros de investigación para revisar posibles problemas de salubridad pública. La ciencia y la investigación son un bien público que todos y todas podemos usar. Esto es fundamental, aunque hemos avanzado respecto del imaginario colectivo que existía sobre los investigadores, como científicos locos, y existiendo una mayor conciencia de la población respecto a la importancia de la investigación, esta no es suficiente.

No solo es necesario que la gente comprenda la importancia de la investigación como fuente de conocimiento y como algo que tenga una potencial utilidad en un medio-largo plazo; sino que además la gente ha de ser consciente, y más tras esta crisis, que una inyección momentánea de recursos económicos no va a solventar nada, que la investigación requiere de una inversión fluida y constante a lo largo del tiempo, que garantice el correcto desarrollo de los proyectos de investigación –que en ciencia, por ejemplo, consumen una enorme cantidad de recursos–, asegurando su continuidad en el tiempo. Tampoco debemos olvidarnos de que esta inversión es necesaria no solo para lo anteriormente citado, sino para que los trabajadores y trabajadoras de investigación tengan unas condiciones laborales dignas y no precarias.

Saber proporciona poder, y poder transferir ese poder a la ciudadanía también es una responsabilidad de los expertos y los investigadores. Empoderar a la ciudadanía haciéndola participe de la investigación debe ser una de nuestras preocupaciones. En realidad, hay una frontera difusa entre ciudadanía y comunidad experta científica, porque el futuro de la ciencia depende de la ciudadanía. Pero no solo el futuro, sino también el presente.

Estas manifestaciones sabemos que no llegarán muy lejos si no conseguimos que la ciudadanía general las apoye, las entienda y las haga suya. Por supuesto, eso solo puede pasar si entendemos que sin ciudadanía no hay ciencia, que los laboratorios y la investigación son espacios para compartir públicamente, y que además, hacerlo así va a significar hacer mejor ciencia, más cohesionada, más diversa y más enriquecedora. Entender la investigación como una actividad de élites reduce sus posibilidades, porque la circunscribe a un espacio meramente económico.

Si ampliamos los dominios de la investigación hacia la cultura general, la educación y la responsabilidad ciudadana, la repercusión de la innovación y el desarrollo de conocimiento tendrá menos límites y servirá para aumentar y ensanchar nuestras capacidades democráticas. Todos sabemos que ese es también uno de los retos inmediatos de nuestro futuro más próximo. Por último, es necesario concienciar a la gente de que la investigación no abarca únicamente las ciencias naturales, las ciencias sociales no son una excepción y la labor que cumplen los investigadores e investigadoras de estas ramas del conocimiento son tan importantes como la que realizan los médicos, biólogas, físicos, químicas etc.

Puedes leer también esta entrevista con la matemática Clara Grima.

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