Opinión

Milosevic en Gazimestan, el peligro de esgrimir el nacionalismo para salvar los muebles

Con el Muro de Berlín a punto de caerse y el comunismo de la URSS entre estertores, el presidente serbio aprovechó para incendiar el corazón de Kosovo fusionando nacionalismo, religión, política y propaganda. Poco después los Balcanes entraron en descomposición.

Una multitud asistió al discurso de Milosevic en Gazimestan, Kosovo, en 1989 (REUTERS)

Ni diez años llevaba enterrado Josip Broz, ‘Tito’, cuando en Yugoslavia volvieron a emerger los orgullos nacionales y las tensiones étnicas que el mariscal se había empeñado en mantener apaciguados durante los casi 30 años que estuvo en el poder. Visto como el héroe de la resistencia partisana que escarmentó a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y el líder que nunca se dejó manejar por la URSS, la figura de Tito fue durante décadas el pegamento social e ideológico de una “nueva Yugoslavia” donde la unidad y la solidaridad entre repúblicas trascendía cualquier diferencia racial o cultural.

Sin embargo, en las mismas entrañas del aparato del Partido Comunista eclosionó la principal figura de ruptura con esa visión ecléctica del titoísmo: Slobodan Milosevic, que desde mediados de los años 80 se esforzó en fabricar y esparcir un argumentario manifiestamente nacionalista basado, principalmente, en dos tesis. Por una parte, que en la creación de Yugoslavia los jerarcas burocráticos perjudicaron intencionadamente a Serbia en detrimento del resto de repúblicas. Y por otra, que los serbios (mayoritariamente cristianos ortodoxos) que viven y trabajan en Kosovo están siendo hostigados y denigrados por los kosovares (mayoritariamente musulmanes y descendientes de albaneses).

Hizo falta poco tiempo para que ambos mensajes calasen rápida y profundamente en una población golpeada por el desempleo y la dificultad económica, donde ni el comunismo ni el yugoslavismo funcionaban ya como poderosas herramientas de cohesión social. Además, algunos de los medios de comunicación preponderantes en Serbia, en cuyas estructuras había cercanos amigos de Miloševic, contribuyeron a difundir y legitimar su propaganda. Todo esto en un escenario internacional repleto de incertidumbres, con el Muro al borde del derrumbe y la URSS en plena caída libre.

‘Las marchas de la verdad’

En la primavera de 1989 Miloševic ya era presidente de Serbia, aunque ese no era el techo político en el que pretendía quedarse, y el siguiente paso consistió en intentar imponerle su voluntad y criterio al Consejo del Partido Comunista central, el verdadero núcleo de poder de Yugoslavia, donde todas las repúblicas estaban representadas. El principal problema para Miloševc era que tanto Kosovo como Vojvodina -ambas provincias autónomas- tenían a sus propios delegados en el Consejo y si unían sus votos a los de Eslovenia y Croacia su poder como presidente no serviría para nada. Por eso decidió organizar lo que la propaganda serbia bautizó como las “marchas de la verdad”.

La jugada era sencilla: movilizar a una gran cantidad de simpatizantes, trasladarlos a aquellos territorios cuyos votos en el Consejo Miloševic quería fidelizar, y organizar ruidosas manifestaciones contra los políticos del Comité Central local. Una vez terminaban las protestas, y los medios serbios habían hecho las pertinentes —y sesgadas— coberturas, Miloševic comparecía y, con firmeza, aseguraba que si las demandas del pueblo estaban justificadas, los miembros del Comité debían dimitir. La presión social y mediática hacían el resto y, efectivamente, los políticos señalados dimitían y Miloševic lograba sustituirlos por otros de su afinidad.

Esta maniobra resultó un éxito en Vojvodina, Montenegro y Kosovo, pero en este último territorio Miloševic quería ir más allá. Su pretensión era que el Consejo central —donde ya controlaba la voluntad de gran parte de los delegados— aprobase la intervención política y administrativa de la provincia por parte de Serbia. Para asegurarse, Miloševic organizó una última “marcha de la verdad”, la más descomunal de todas, sobre Belgrado. Allí, unas 700.000 personas llegadas de toda Serbia se congregaron frente al Parlamento yugoslavo hasta que el Consejo claudicó. Miloševic, entonces, acudió a bañarse en la muchedumbre hablando de “justicia”, “unidad” y “paz”. Esa misma noche los tanques de la Federación entraron en Kosovo y horas después su líder político fue detenido y encarcelado.

El día de San Vito: Celebrar una derrota

Y en ese contexto llegó la gran fecha: el 28 de junio, el día de San Vito (‘Vidovdan’), una festividad esencial en la construcción de la identidad nacional serbia y clave en su acervo cultural que, además, en 1989 cumplió 600 años justos, una efeméride redonda donde confluyeron a la vez una serie de circunstancias que le otorgaron un simbolismo poderosísimo que Miloševic supo exprimir para convertirla en uno de los actos propagandísticos más importantes de su trayectoria en el poder.

Justo seiscientos años antes los cristianos ortodoxos, guiados por el príncipe Lazar Hrebeljanovi? encajaron una aparatosa derrota en el Campo de los Mirlos (en el corazón de Kosovo), frente al ejército otomano al intentar frenar la incursión del Islam en la zona. Y precisamente ese fue el lugar exacto, Kosovo Polje, escogido por Miloševic para celebrar el ‘Vidovdan’ de 1989, junto al Gazimestan, un enorme monumento de piedra erigido en los años 50 en recuerdo de aquel enfrentamiento.

En el imaginario cultural serbio está profundamente arraigado que, tras el combate, miles de compatriotas tuvieron que emigrar, y que los pocos que se quedaron en la región sufrieron ejecuciones, violaciones, el incendio de sus monasterios o la profanación de sus tumbas. Por lo tanto, y aunque no deja de ser paradójico que festejen una derrota, el 28 de junio es para los serbios un día de orgullo y exaltación patriótica, pero también de intimidad religiosa; donde veneran a San Vito y, sobre todo, solemnizan la memoria del príncipe Lazar y de quienes se sacrificaron en el Campo de los Mirlos.

El discurso de Gazimestan

Unos meses antes del gran acontecimiento los restos del príncipe Lazar fueron exhibidos en procesión por lugares de toda Yugoslavia que albergaban una importante minoría serbia, y en los días previos la televisión del país emitió un documental donde recreaba tanto la batalla como el funeral del príncipe. Incluso, desde la Administración, se acuñó una moneda conmemorativa para ensalzar el suceso.

Moneda conmemorativa (Wikicommons)
Reverso de la moneda conmemorativa (Wikicomons)

La vasta planicie del Campo de los mirlos se llenó con cerca de un millón de personas. Encaradas hacia un inmenso escenario adornado con ostensible simbología político-religiosa, la mayoría no paraba de corear “Slobo” (diminutivo cariñoso de Slobodan). Por supuesto, la alta jerarquía de la Iglesia Ortodoxa serbia fue invitada y, después de las ofrendas florales y las marchas militares, Miloševic subió al atril (VÍDEO).

La alocución fue breve, apenas 15 minutos en los que Slobo hizo una constante analogía entre la batalla de 1389 y la situación política en el momento del discurso. A pesar de que en el siglo XIV no existían los entes nacionales, Miloševic no paró de repetir los conceptos nación y pueblo, lamentó “la falta de unidad” en Serbia y “la traición en Kosovo”, habló de “humillación” y “mentalidad vasalla” y, diferenciando entre serbios y “otros pueblos y nacionalidades”, apeló a la “unidad”, la “prosperidad” y  la “grandeza” de sus compatriotas frente a las élites burocráticas.

Después llegó la parte más polémica, la que años después algunos han señalado como una clara llamada al enfrentamiento armado, y se ha llegado a interpretar como el génesis de las posteriores guerras yugoslavas. El tono y las palabras cambian, aparecen los términos “enemigo” y “amenaza”, y Miloševic declara: “Ahora, seis siglos más tarde, estamos nuevamente enfrentándonos y participando en batallas. No son batallas armadas, aunque no puedan ser excluidas todavía”. Cuando estaba siendo juzgado, el Tribunal de La Haya le preguntó a Miloševic acerca de esta cuestión, suponiendo que en la arenga de Gazimestan instigó el conflicto; el expresidente negó la hipótesis y destacó que sus palabras llamaban a la paz, la tolerancia y la convivencia.

Un discurso que pretendía ser ‘cortoplacista’

“En ningún caso creo que el discurso de Gazimestan fuese el detonante de las guerras en Eslovenia, Croacia y Bosnia”, afirma Pablo Sapag, doctor en Ciencias de la Información y profesor de Historia de la Propaganda en la Universidad Complutense de Madrid, que insiste en la intención cortoplacista de Slobo al emitirlo: “Es una pieza con la que Miloševic busca consolidar un liderazgo dentro del partido en un momento en que todos los miembros del aparato se mueven para sobrevivir a los cambios que se veían venir […] En ese momento el discurso cumplió un papel de agitación, permitió movilizar temporalmente a una población serbia desorientada […] Mi impresión es que el discurso no pretende ser fundacional ni premonitorio”.

Kosovo es —lo sigue siendo a pesar de que la región declaró unilateralmente su independencia en 2008—  una pieza troncal en la idiosincrasia cultural serbia, y Miloševic en Gazimestan supo jugarlo bien en términos propagandísticos, utilizando la técnica de la transfusión, es decir, recurrir “a la idea que un pueblo tiene de sí mismo”, aclara el profesor. “Se apela al mito de una batalla que fue una derrota, pero que a lo largo de los siglos sirvió para construir la identidad nacional serbia; Kosovo como el lugar donde se evitaron avances posteriores del Imperio turco otomano y del islam; Kosovo Polje como baluarte en defensa de una cristiandad que en Serbia es ortodoxa y, por lo tanto nacionalista, y se termina confundiendo con la nación y a veces con el Estado”.

La intervención de la OTAN

La OTAN, decidió intervenir por primera vez en las guerras yugoslavas en Kosovo, en marzo de 1999. No obstante, el conflicto entre Serbia y su provincia había empezado cuatro años antes, en 1995, cuando el grupo terrorista autodenominado Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK por sus siglas en albanés) empezó a realizar atentados en comisarías y perpetrar ataques contra autoridades yugoslavas en la provincia.

Los bombardeos fueron el punto y final a la guerra pero, a pesar de que se negó a firmar los tratados de paz, y a las reiteradas evidencias de vínculos con la mafia albanesa y de financiación mediante el tráfico de heroína y cocaína, el UÇK obtuvo la bendición de occidente para encabezar la reconstrucción social de Kosovo. Así se fundó el brazo político del grupo armado: el Partido Democrático de Kosovo, cuyo liderazgo ha estado copado de miembros de la organización como el actual presidente, Hashim Thaçi.

De hecho, la Fiscalía del Tribunal Especial para Kosovo, en La Haya, acaba de acusar a Thaçi, junto a otros nueve integrantes del UÇK, de crímenes de guerra y contra la humanidad por el asesinato multiétnico de, al menos, 100 personas. Además, la Sala culpa a Thaçi de haber maniobrado secretamente para intentar entorpecer la labor de investigación de la Corte penal y evitar que la justicia lo llamase a comparecer para explicarse sobre su presunto pasado criminal.

Ministerios de Defensa de Serbia y Yugoslavia tras el bombardeo de la OTAN (Alberto Mesas)
Ministerios de Defensa de Serbia y Yugoslavia tras el bombardeo de la OTAN (Alberto Mesas)

La autodestrucción de los Balcanes

Aunque ya se pusieron alerta cuando comenzaron las “marchas de la verdad”, en Eslovenia y Croacia sonaron todas las alarmas tras la soflama de Miloševic en el Campo de los Mirlos. Desde la creación de la “segunda Yugoslavia” de Tito, estas dos repúblicas siempre fueron las más prósperas económicamente (y con la mayoría de su población católica romana), y cuando Slobo emprendió su viraje nacionalista también fueron las primeras que hablaron de autodeterminación. El presidente de Eslovenia, Milan Ku?an, incluso había renegado públicamente del comunismo, algo absolutamente impensable y sacrílego tan solo unos pocos años antes.

En consecuencia, apenas 10 meses después de aquella apoteosis propagandística en Kosovo Polje, Eslovenia y Croacia celebraron elecciones presidenciales. Era la primera vez que dos repúblicas yugoslavas concurrían a unos comicios por su cuenta y por separado, y tampoco tenía precedentes que el Partido Comunista perdiese la hegemonía para ser aventajado por partidos de corte nacionalista, sobre todo en Croacia. Allí, el nuevo presidente, Franjo Tudjman, llegó a repudiar la bandera croata de Yugoslavia y reinstauró la de los cuadros rojos y blancos, herencia de Ante Paveli?, el presidente títere y colaboracionista de Hitler durante la ocupación nazi del país.

El desmantelamiento de Yugoslavia parecía no tener retorno y Serbia se sumó a convocar elecciones presidenciales a finales de 1990. Allí también desapareció el Partido Comunista al ser renombrado como Partido Socialista pero, al contrario que había sucedido en Eslovenia y Croacia, su candidato, Slobodan Miloševic, arrasó con más del 46% de los votos reafirmándose en la Presidencia.

En 1991 llegó la declaración unilateral de independencia de Eslovenia, que inmediatamente dio lugar a la guerra de los Diez Días (1991). Después se consumó el éxodo de Croacia y, unos meses más tarde, el socio más discreto, Macedonia, también se emancipó. Luego empezó la carnicería en Croacia y Bosnia (1991-1995) y cuatro años, más de 100.000 muertos y 1 millón de refugiados después, Yugoslavia terminó su autodestrucción donde se había iniciado: en Kosovo.

En el año 2000 de Yugoslavia ya solo quedaban Montenegro, Serbia y la devastación tras los combates más destructivos en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Ese año volvieron a celebrarse elecciones presidenciales, pero Miloševic ni siquiera fue capaz de ganar en Požarevac, su pueblo natal.

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Comentarios
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