Sociedad

Adolescencia confinada

¿Qué ha sido de los adolescentes durante la COVID-19? ¿Cómo lo están viviendo? ¿Qué sienten? Les hacemos las mismas preguntas a doce jóvenes para saberlo.

No hace falta elaborar estadísticas, basta con teclear en un buscador ‘Adolescentes y confinamiento’ o cualquier frase similar, para comprobar que la mayoría de las noticias sobre las personas en esta franja de edad se han centrado en las sanciones que se les ha impuesto por saltarse el encierro o con recomendaciones para madres y padres sobre cómo gestionar una convivencia más estrecha que nunca

Se ha escrito bastante sobre su sobreexposición a las pantallas y su doble confinamiento por permanecer encerrados en sus habitaciones casi todo el día, pero quizás no nos hayamos preocupado demasiado como sociedad por saber cómo se sienten, cómo lo están viviendo y qué recursos han activado para mantenerse a flote.

Generalmente cuando se habla de adolescentes, los concebimos como una masa homogénea de estudiantes sin tener en cuenta sus creencias, sentimientos y emociones, tan difíciles de gestionar a estas edades. 

Por otro lado, vemos retratos y noticias en los medios que muestran comportamientos poco deseables relacionados con conductas de riesgo y adicciones que en realidad afectan solo a una minoría. La inmensa mayoría de chicos y chicas de entre quince y veintipocos años está demostrando una enorme resiliencia y capacidad de adaptación a las circunstancias sobrevenidas con esta pandemia. 

Pero para saberlo, tenemos que empatizar más, escucharlos y dejar a un lado nuestra mirada adultocéntrica. Quizá no nos demos cuenta, pero las decisiones tomadas desde las instituciones van a marcar sus vidas en una etapa en la que todo se magnifica.

Es cierto que no quieren despegarse de su móvil, que parecen vivir solo para sus amigos, su imagen, para las redes sociales y los videojuegos, para sus ‘youtubers’ favoritos y que suelen hacer más caso a un tutorial que a cualquier adulto cercano. 

Parece que lo que les decimos les entra por una oreja y les sale por la otra. Pero como nos recuerdan muchos expertos, es que “eso es lo que toca”. Están intentando pensar por sí mismos. Poco a poco irán cortando el cordón umbilical desde el que les hemos sobreprotegido en muchos casos y tenderán a equivocarse, a desobedecernos, a actuar por su cuenta, a ser más rebeldes y hacer alguna locura; pero es que eso es crecer, eso es hacerse adultos poco a poco: responsabilizarse de sus vidas, cada cual a su ritmo y empezar a tomar sus propias decisiones. 

Un famoso spot navideño nos lo recordó hace unos meses: sin darnos cuenta, dejan de jugar y atrás va quedando la niñez para pensar y actuar como jóvenes con ideas y sueños propios. Tenemos que apreciarlo y aprender a disfrutar de esta etapa juntos. 

Este confinamiento nos ha dado la oportunidad de convivir a la fuerza y así es como lo están viviendo algunas chicas y chicos de diferentes pueblos y ciudades españolas. 

Eva Temes tiene 20 años, estudia una Formación Profesional de Electricidad y Electrónica en Granada y confiesa que nunca había escuchado tanta música como ahora. Puede estar varias horas al día mirando por su ventana con los auriculares puestos. “Nuestra mente siempre va a tender a algo satisfactorio, por eso a veces retraso el momento de ponerme a estudiar o de hacer cosas productivas. Sé que no hay excusa para no avanzar en el proyecto de fin de grado, pero ya que estamos en una situación tan desesperada y atípica, me dejo disfrutar este momento para mantener la cordura y la salud mental”. 

José Mujica es el nombre falso que ha elegido este chico de 19 años que vive en un pueblo de la Sierra del Segura, Jaén. Ya es técnico en operaciones subacuáticas, puede cortar y soldar bajo el agua y este verano pensaba trabajar en Edimburgo. Estuvo completamente solo las primeras semanas de confinamiento hasta que el Gobierno permitió a los estudiantes volver a casa. Ahora convive con su padre y su hermana, pero echo mucho de menos no poder ver a mi madre que vive a 800 kms”.

Carmen Wei Acosta, 17 años, estudia una Formación Profesional de Actividades Comerciales en Mérida. Reconoce que le aburre hacer todo el día lo mismo. Va muy bien en los estudios y dedica su tiempo a hacer deberes, a ver pelis y a hacer algo de deporte. El coronavirus la ha tocado de cerca: no ha podido despedirse de su tío. Valora mucho poder pasar estos días con su hermano y sus padres y tener un jardín al que salir a diario.

Andrea Lavado, 15 primaveras, cuenta desde Barcelona que se siente más irascible. Se ha enfadado con varias personas en este tiempo, pero las nuevas rutinas le han venido muy bien para aprender a organizarse mejor y tratar de ser más productiva. Extraña el sol en la piel, ir al cine y “hasta el transporte público. He descubierto que puedo hacer cosas que antes creía muy difíciles si me las propongo”.

Antonio Lobo vive en Sevilla y tiene 18. Estudia un doble grado de Matemáticas e Informática así que dedica más de ocho horas diarias a “cosas de la Universidadestoy viendo varios tutoriales de machine- learning y creando una red neuronal, mirándome el teórico del coche y el B1 de Francés con idea de adelantar lo máximo posible hasta que se pueda salir”. Cuando salga será para ir de fiesta con los amigos, jugar al fútbol y pisar su casa lo menos posible. Guarda para ese momento una botella de whisky, que es lo único que ha comprado con su dinero durante el encierro.

Casi todos los chicos y chicas entrevistados afirman llevar bien el confinamiento, aunque detestan la sensación de aislamiento.

Preguntados para que lo valoren de cero a diez, la media es de siete alto, aunque ninguno estaba acostumbrado a parar mucho por casa. Se pasaban todo el día fuera y les está costando algún roce esa convivencia familiar tan intensa. Echan de menos no poder ver a sus abuelas y abuelos, pero entienden que deben protegerles por encima de todo. Se quejan de la monotonía impuesta y del aburrimiento, aunque algunos están aprovechando el encierro para resolver y adelantar tareas pendientes.

Hay un claro denominador común: se sienten en una “montaña rusa de emociones”. 

Unos días están muy bien y otros “de bajón total”.  Han experimentado miedo, enfado y rabia por la falta de libertad, por no poder salir y estar con sus amigos y parejas. Se quejan de la sobrecarga de tareas y deberes impuestos por sus profesores y valoran enormemente el apoyo incondicional de su familia. Algunos afirman que han recuperado una relación más cómplice con sus hermanos y la compañía de sus mascotas también les ayuda en estos días.

Cuentan que ahora duermen mucho y no madrugan tanto, se duchan más, se maquillan para sentirse bien, pero se lavan menos el pelo. Todos y todas admiten que pasan mucho tiempo con las pantallas, viendo series y pelis entre tareas y deberes varios. Pero también escuchan música, leen, salen al patio y tocan el ukelele o la flauta para practicar o evadirse. 

Sus respuestas son unánimes en algo: hacen mucho más deporte que antes. 

Asombra lo “cocinillas” que se han vuelto, elaboran sobre todo postres. Y a las chicas sobre todo les consuela mucho bailar.

Pablo Guerrero, 18, Sabadell, estudia un doble grado de Filología Inglesa e Hispánica y también Lengua Alemana por su cuenta.“Estoy acostumbrado a estar fuera todo el día, y estar en casa es algo bastante estresante. Además, la presión que recibo por parte de la universidad no ayuda. Los profesores creen que al estar confinados tenemos las 24 horas para ellos. La imposibilidad de salir, mezclada con la exigencia de los profesores, hacen de la situación algo insoportable”.

Irene Fuster, 17 años, vive en Getafe. Está terminando segundo de Bachillerato. “Está siendo una situación complicada, los estudios ocupan parte del tiempo y no creo que los profesores lo estén haciendo del todo bien. De vez en cuando hago deporte con mi hermano que es el que me anima. También saco algún ratillo para cocinar, principalmente tortitas y para ser sincera me estoy viciando a series”.

 

Pablo Muñoz tiene 19 años y vive en Zafra, estudia un Grado Medio de Restauración. “Me agobia no poder salir en plena adolescencia. Hago más ejercicio y ayudo en las tareas de casa. Lo primero que haré será ir al campo con mis amigos”.

Ana Ara, 17 años, reside en Punta Umbría, para poder estudiar en el Conservatorio de Huelva. Está a punto de terminar segundo de Bachillerato y le preocupa la selectividad porque necesita mucha nota para entrar en Medicina. Estos días ha sentido alegría porque “muchas personas se han unido más por la situación de emergencia. Tengas la edad que tengas tienes que ser responsable para no aumentar los contagios”.

Inés Laplaza, 23, está confinada en Triana (Sevilla) con sus padres, su pareja y su hermano. Todo esto le ha pillado en un momento crucial: “yo venía de un viaje de cuatro meses con la mochila a la espalda, trabajando en el campo y viajando en autostop, después de haber soltado la bomba en casa de que dejaba la carrera. Así que esta era una visita importante pero que no quería alargar mucho y aquí sigo». Está buscando trabajo on-line para poder seguir con sus planes de ‘camperizar’ una furgoneta y volver a viajar con su pareja. “Hasta ahora no era consciente de cuánto necesitamos los rayos de sol para vivir y he recuperado una relación más cómplice con mi hermano”.

Les preocupa no poder sacarse el carnet o no poder incorporarse a sus primeros trabajos que muchos tenían apalabrados para este verano. La incertidumbre de si podrán o no hacer sus prácticas, la indecisión institucional ante la manera de evaluarles y la selectividad que pone en jaque su futuro. 

Pero hay una parte que nadie ha tenido en cuenta, Irene lo describe así: “Estoy en segundo de bachillerato y llevo compartiendo prácticamente una vida con mi clase. Duele pensar que no voy a volver a disfrutar más de eso, ni despedirme como me hubiera gustado de esta etapa.”

Entre los descubrimientos que han hecho estos días sobre sí mismos hay aprendizajes muy interesantes como relata Inés: «No estoy cansada físicamente, pero ando emocionalmente exhausta. Tengo muchísimos sueños intensos, raros, he escuchado que le está pasando a mucha gente.”  Andrea afirma que se ha dado cuenta de que “puedo ser organizada y gestionar mis obligaciones de manera más eficiente”.

 “Ahora nos estamos dando cuenta de que no solo íbamos al instituto a dar clases. Pasábamos seis horas diarias con nuestros amigos, de risas, hablando de todo, despojándonos de los problemas que tuviésemos… me he dado cuenta de cómo soy realmente. Me he vuelto una persona más segura de mí misma y he aprendido a llevar ciertas situaciones como es debido”, cuenta Natalia Rubio, de 15 años. Vive entre Fuente del Arco y Plasencia.

También han encontrado refugio en el humor, en eso hay consenso absoluto y mantienen viva la esperanza en el futuro. La esperanza es lo que nos hace saber que vale la pena intentar estar bien, prometiendo que habrá una resolución del problema”, concluye Andrea.

Gastan poco o nada durante el confinamiento. De hecho, los más mayores reservan sus ahorros para viajar o para poder tomar cañas cuando vuelvan a salir con los amigos y amigas. Aunque en general no han querido consumir porque “no me parece justo que una persona te lleve cosas banales a la puerta de casa, como una crema o maquillaje, poniendo en juego su salud, mientras yo estoy tan tranquila en mi casa mirando las nubes”, sostiene Eva.

Todos admiten que están sacando lecciones inesperadas del confinamiento.

“Creo que han desaparecido emociones antiguas perdiendo apego y haciéndome más solitario y frío en cierta medida”, reflexiona Antonio. Eva considera que se ha vuelto más reflexiva: “este último año he estado muy estresada y han pasado muchas cosas en mi vida. Desde que estamos encerrados en casa, me he encontrado con problemas y asuntos que habíamos evitado o que no habíamos logrado sanar, y ahora nos enfrentamos cara a cara. Es un momento difícil, y poco agradable, pero también creo que es necesario.”

Inés tiene miedo “de la policía, después de ver las burradas que han ido haciendo por ahí, de ver todos los vídeos que grababan los vecinos desde sus balcones de palizas absurdas… No entiendo como a día de hoy su palabra cuenta más que la mía, ni cómo se cubren unos a otros las brutalidades. Ese día tuve bastante ansiedad después de ver los vídeos. Tengo miedo de lo que se nos viene encima como país y como individuos económicamente, sobre todo porque como siempre va a afectarnos donde más duele: la educación, la sanidad pública…”.

Les preguntamos qué contarán a sus hijos, hijas y nietos de todo esto. Estas han sido sus respuestas.

“Que a alguien se le fue el virus de las manos y que la vida es muy corta como para quedarse quieto” (Inés)

“Básicamente una moraleja: disfruta el día a día que no sabes lo que durará y aprovecha las adversidades que también de ellas se pueden sacar ventajas” (Antonio)

“Lo que si les diría es que disfrutasen de cada momento feliz por pequeño que fuese” (Irene)

“Que fue un momento difícil para todos y en cuanto a la economía del país, que fue muy dañada. Pero también que las personas se unieron para poder llevarlo mejor” (Ana Ara)

“Lo que me hizo sonreír fue pensar en los pequeños momentos que comparto con mis seres queridos. Esas pequeñas cosas de la vida cotidiana, como tomarte un café con tus amigos al sol» (Eva)

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Comentarios
  1. Soy docente de secundaria y bachillerato y enseño, entre otras materias Psicología a 2º BCTO y hemos realizado un Experimento Social parecido a lo que aquí se pregunta…es bastante interesante!!
    Este artículo lo voy a compartir con las familias de mis tutorandos, 1º de bachillerato, hace tiempo que quiero decirles algo parecido a lo que contiene.
    Gracias por la sensibilidad hacia la adolescencia, casi siempre prejuzgada e incomprendida.

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