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La extraordinaria vuelta a la rutina
"Hemos educado nuestra mirada en la búsqueda constante de lo extraordinario, entendido esto como lo trepidante, lo extremo, lo inhabitual, lo lejano, lo indescifrable. Y así, hemos ido perdiendo dioptrías hasta que el ángulo muerto ha fundido a negro lo que tenemos ante nuestras narices", escribe la autora.
Una familia espera a que el semáforo se ponga en verde para cruzar. La niña aprieta contra el pecho la mochila con el rostro de Brave, la pelirroja heroína de Disney; el hermano mayor observa sus zapatillas deportivas relucientes. El padre los agarra de la mano, mientras la madre vigila el sueño del bebé en el carrito. Tienen rasgos árabes y acaban de salir de un centro de acogida de personas solicitantes de asilo. Hay inicios de cursos escolares que deberían resonar en nuestras cabezas como la implosión del Big Bang. Un boom atronador que nos hiciera asomarnos al balcón y ver la vida resucitar en gestos y miradas. Fuegos artificiales debería dedicarles esta ciudad, que hace más de 80 años sufrió la peor masacre de la Guerra Civil española, en la que el bando franquista bombardeó a los más de 300.000 mujeres, hombres, niños y ancianos que huían por las carreteras malagueñas, causando entre 3.000 y 5.000 muertes. Y que ahora, podría sanarse de aquel episodio que se conoce como la Desbandá al sentirse dichosa y rejuvenecida por ser tierra de acogida de personas que sobrevivieron al mismo horror. La ciudad recobrando su sentido: ser espacio seguro, territorio de segundas oportunidades, callejero de la diversidad, cartografía de parques infantiles alumbrados por las risas que devuelven la infancia a las criaturas a las que se la robaron a base de miedo y llanto. Si supiéramos algo, si tuviéramos tiempo para darnos cuenta de algo, nos juntaríamos en las plazas, organizaríamos verbenas y celebraríamos juntos y juntas esta oportunidad para aprender a ser mejores, como en aquel poema de Alejandro Simón Partal:
Un hombre acoge en su casa
a otro hombre pobre.
En la televisión comenta con indisimulada alegría
la ducha de más de una hora que el hombre pobre
se dio en su casa.
Todos los informativos abren hoy
con el fervor de un hombre
por la ducha de otro hombre.
Miro mi baño vacío y desearía
que todos los hombres del mundo
agotaran todos los embalses de Europa
en mi casa.
Quien celebra una larga ducha ajena
en su casa tiene un trozo de paraíso reservado,
algo bueno le aguarda tras el vaho que allí es puerta.
El agua que no corrió esa tarde
no conocerá ladera igual.
Andrés retira la publicidad acumulada en el buzón, pone lavadoras, plancha la camiseta de la empresa de repartos en la que trabaja. Este verano, otra vez, su sueldo no le ha dado más que para pasar una semana en el pueblo con los padres. Ahora toca buscar una habitación en un piso compartido: se le acaba el contrato y el propietario va a destinar su estudio al alquiler turístico. El póster de Juventud Sin Futuro colgado en el salón amarillea, como sus 35 años. Al menos esta tarde, volverá a cruzarse con Miguel en la central de mercancías, aunque este no sepa que si sobrevive a tanto hastío es por las escenas amorosas y cotidianas que imagina con él antes de dormirse. Porque como cantaba Mishima en el disco que mejor ha retratado la sacudida del final del verano y la vuelta a la ‘realidad’, Trucar a casa, recollir les fotos, pagar la multa:
No és veritat que estic millor quan em destinen a l’accés 14,
no és veritat, que estic millor, sol amb el Miquel.
(No es verdad que esté mejor cuando me destinan al acceso 14,
no es verdad que esté mejor, solo con Miquel)
A Mara ya no le excita volver a la oficina y retomar sus casos como abogada. Lo único que quiere es que el bichito que tiene en la tripa siga creciendo ahí tranquilo los próximos meses y que este cansancio que arrastra desaparezca cuando se vuelva caracola para acogerlo entre sus brazos. Lo tendría que haber tenido antes, se dice, pero ¿cuándo? ¿cuándo enlazaba trabajos de mierda y solo quería que llegase el viernes para bailar y olvidarse de todo? ¿con quién? ¿con las cinco parejas que ha tenido en los últimos diez años y que siempre terminaban volatilizándose porque acaso eran la idónea, la mejor, la que podría resistir a la rutina y la precariedad? Ahora no hay pareja ni se la espera, y el trabajo ha dejado de dar sentido a su vida. Solo quiere que esta vez todo salga bien y que, llegado el momento, sepa responder acertadamente a los porqués del pequeño humano, los mismos que los adultos no nos atrevemos a verbalizar por soberbia, por vergüenza, porque a quién, como nos recuerda Petit Pop
¿Por qué flotan los barcos?
¿Por qué vuela un avión?
¿Por qué si miro un charco me reflejo yo?
¿Por qué la luna es blanca y la tierra marrón?
¿Por qué pregunto tantas veces el porqué? (…)
Será porque no lo sé
Nuestra atención es también un bichito inconstante y ansioso que tiende a fijarse en la espectacularidad de la acción, de lo violento, de lo desconocido, de lo ruidoso e imprevisible. Hemos educado nuestra mirada en la búsqueda constante de lo extraordinario, entendido esto como lo trepidante, lo extremo, lo inhabitual, lo lejano, lo indescifrable. Y así, hemos ido perdiendo dioptrías hasta que el ángulo muerto ha fundido a negro lo que tenemos ante nuestras narices. Decimos guerra y buscamos imágenes de Siria, cuando también está en nuestras calles, cruzando un semáforo o en nuestros parques, esperando alguien con quien compartir el paquete de pipas, un esbozo de conversación, una sonrisa que les haga sentir bienvenidos mientras celebran que, por fin, de nuevo, la mayor preocupación de los críos sea no caerse del columpio o romperse el pantalón en el tobogán. Decimos precariedad y buscamos respuestas en los ciclos económicos marcados por la Bolsa y el Ibex35, cuando está en el hombre condenado a una perpetua adolescencia que nos reparte los zapatos que compramos por Amazon. Decimos amor líquido, conciliación y maternidad y pensamos en techos de cristal, en la CEOE y en Ministerios de Igualdad, sin ver que la respuesta está en la vecina del segundo que, con su incipiente barriga, carga con las bolsas de alimentos que compra en las tiendas del barrio, pasa las tardes en el parque con la mujer del velo y su familia, y por las noches, se siente más abogada que nunca cuando enciende el flexo en su mesa del comedor y escribe recursos para el sindicato de inquilinos de su ciudad, al que se ha apuntado Andrés. Así es como ella ha conseguido reconectar con la vida y, como canta Silvia Pérez Cruz, sacudirse de «esta gran culpa» que «no es tuya ni mía».
Ni nuestra.
Mentiras, sonrisas y amapolas
Discursos, periódicos, banqueros y trileros
Canciones, manos y pistolas
Bolsos, confeti, cruceros y puteros
Te roban y te gritan
Te roban y te gritan
Te roban y te gritan
Y lo que no tienes también te lo quitan
Maravilloso, sencillamente maravilloso, buscamos la vida lejos, en los extraordinario y la tenemos enfrente, en lo cotidiano, y no la vemos o no la queremos ver.