Cultura | Entrevistas

Christina Rosenvinge: “Las feministas hemos dejado de caer bien desde que enarbolamos un discurso que les resulta peligroso”

La música reflexiona en esta entrevista sobre los cambios sociales vividos en este país en los últimos años. Acaba de publicar su libro 'Debut'.

Se puede –y debe– hablar, escribir y cantar con la misma hondura sobre los “desayunos de bollitos de amor incondicional” de la infancia que nos hacen crecer sanos y fuertes, como de la “flor entre la vía”, la emancipación que promete el feminismo a los hombres, liberándoles de roles que los encajonan, debilitan y caricaturizan. Se puede, pero no se había hecho, porque para eso hacía falta una voz feminista contemporánea, libre de la rémora de los encasillamientos, capaz de encarnar con la misma fiereza la belleza artística que la radical búsqueda de la creación vanguardista. Ahora que todos los estamentos del Reino y la Corte se han aliado para manifestar su consenso sobre la excelencia del trabajo de Christina Rosenvinge, con la concesión del Premio Nacional de las Músicas Actuales en 2018, parece fácil verlo, pero no siempre fue así, como nos cuenta en  su recién publicado libro Debut (Random House, 2019).

¿Por qué tras discos tan exquisitos –y bien valorados por la crítica– como La joven dolores (2011) o Lo Nuestro (2015), no es hasta hace un año, con Un hombre rubio, cuando llega el reconocimiento general a su trayectoria?

Se trata de cómo encaja tu discurso en el tiempo: uno hace y luego el tiempo va colocando las cosas, y en eso el artista lo único que puede hacer es crear con fe en lo suyo, con mucho rigor y tomándose en serio el trabajo propio a largo plazo. Luego, cómo te coloca el crisol cultural es pura carambola.

Nos encontramos con Christina Rosenvinge en el centro de Madrid, mientras hordas de turistas asiáticos corren a nuestro alrededor de vuelta a los autobuses, camino a algún monumento, cargados de bolsas de compras. En medio de la vorágine, la imagen de serenidad marca Rosenvinge destella con más fuerza. Hay algo de marciana en ella, de Gurb que, como en la novela de Mendoza, más que a los viandantes, mira con extrañeza las manecillas del reloj que ponen en funcionamiento la vida en la ciudad. Una especie de afán deconstructor del que después saldrán letras como “Parece que es un hombre normal / que juega con los niños en verano y saluda a los vecinos con la mano” para, cuando se suba el telón, verlo ahí “suspendido en la absurdidad” sin saber qué decir. Tararear su canción Segundo acto es ver a algunos de los candidatos a las elecciones generales «con sus niquis Lacoste» que «pasa deprisa las páginas de Internacional». Pero en lugar de verles vociferar, sus rostros gesticulan violentamente como si protagonizasen una película muda, mientras escuchamos a modo de hilo musical “Regalará a su mujer la operación de nariz, a ver si así recuperan su vida sexual”. Chás.

Bajo esa apariencia de sosiego, ¿cómo está viviendo estos tiempos de crispación y polarización políticas?

Hay un mal general que es la inmadurez, me preocupa ver a tantos políticos hablando como si fuesen adolescentes. Falta diálogo y consenso y, como ciudadanas y ciudadanos, tenemos que dar ejemplo. No sirve de nada pertrecharse en una posición inamovible, hay que buscar puntos de encuentro y hay discursos irracionales que se podrían desmontar siendo racionales y prácticos.

Ese radicalismo nada práctico me lo espero de la derecha, pero me lo encuentro también dentro del feminismo y de posiciones políticas más afines a las mías.

A la vez que repasa parte de sus treinta años de carrera en Debut, da también pinceladas de cómo ha evolucionado este país. ¿Cuál es su conclusión en ese sentido?

No sé si ahora somos más conscientes de todo lo que se hace y se hizo mal, o que antes no lo sabíamos. Creo que hay algo de esto último. Es positivo que seamos mucho más conscientes de las malas políticas y de cómo se ha fomentado la desigualdad, que cuando se estaba forjando todo y vivíamos en Disneylandia. Esta reacción que está habiendo tiene que desembocar en un cambio de las estructuras, no se puede echar tierra encima y ya está.

Como escribe en el libro, la memoria desdibuja los días tranquilos y prioriza los preñados de singularidades. En su caso, su memoria está muy imbricada con sus canciones, de ahí que divida el libro en capítulos relacionados con los periodos de composición de los discos. Pero la memoria es un proceso subjetivo y en perpetua construcción. En su caso, como mujer, ¿cuándo sintió que las piezas del puzzle con las que se quedaba empezaban a encajar, que se sentía bien con la memoria que tenía de sí misma?

Últimamente mucha gente me ha contado que vivía en la fantasía de la igualdad y que un día se dieron de bruces con la realidad. Yo no recuerdo haber vivido engañada nunca. Desde la adolescencia tuve muy claro que no se nos juzgaba igual a hombres y mujeres, que no teníamos las mismas posibilidades de prosperar y que las funciones sociales están muy diferenciadas. Eso me dio fuerzas para luchar dentro de la industria, hacerme mi castillo y defenderlo a capa y espada. Si no hubiese tenido esa conciencia no habría sido capaz de romper el dúo Alex y Christina y empezar sola. Pero la intuición me decía que por ahí no iba a ser feliz.

Esa carrera que construye en los márgenes empieza por una apreciación temprana que recoge en el libro: que para triunfar en el mundo artístico o haces mejor lo que ya hacen otros, o haces algo distinto. Y resulta obvio que se decantó por esta última. Pero, dada la situación del ecosistema musical actual, ¿cree que si tuviese que empezar ahora, sería música?

No lo sé. Haber tenido el trampolín de ser número uno en Los Cuarenta Principales y en ventas, supuso que me profesionalicé de golpe y que gané muchísimo dinero, con el que pude comprarme la mitad de una buhardilla y empezar a asegurarme un futuro.

Entrevistando recientemente a Alicia Álvarez, de Pauline en la Playa y, en los 90 miembro de las Undershakers, me decía que de haber existido entonces las redes sociales, no sabía cómo habrían gestionado el acoso sexista que sufren ahora grupos como Hinds. ¿Cómo percibe usted la influencia de las redes en los artistas?

Lo que leemos ahora en las redes sociales sucedía igual antes, pero no estaba publicado: todos esos prejuicios se decían a tu espalda, por parte de ciertos programadores, cierto círculos masculinos muy difíciles de penetrar. Afortunadamente, eso ha empezado a cambiar.

En el libro aborda las épocas de dudas, de incertidumbre en el plano profesional. Ahora que estamos tan atravesados por la cultura de Operación Triunfo, de querer todo el éxito y quererlo ya, Debut es una oportunidad para volver sobre el valor del trabajo de hormiguita.

Ahora se ha generalizado y todos vivimos de cara a los demás, intentando dar una imagen idealizada de nosotros mismos, de nuestras vidas, y esperando aplausos y likes. Es algo muy falso que nos lleva a la frustración de cabeza. La gente que tenemos estas profesiones hemos vivido siempre esa necesidad de gustar, es una demanda que además nos exige la industria, porque es un negocio y algo es un éxito si le gusta a mucha gente, no si es muy bueno.

Pero las obras que más nos influyen a largo plazo son las más valientes, singulares, por lo que es muy importante no valorarte a ti mismo en base al éxito rápido, frivolón del momento, no creértelo nunca y tener la valentía de decir cosas que, a lo mejor, no van a gustar tanto pero que consideras necesarias.

En este sentido, no se ha privado de hacer públicas sus dudas sobre ciertos discursos que se están haciendo fuertes en los últimos años sobre la maternidad. ¿Qué riesgos cree que se están corriendo?

Es un tema complicado porque, por un lado, se dice que tiene que haber más escuelas infantiles para que las mujeres puedan ir a trabajar y no vean así comprometido su futuro profesional por los cuidados. Por otro, creo que los niños y niñas tienen que ser cuidados por su familia, no creo que una criatura de menos de un año tenga que estar con otros veinte y siendo cuidado por otras personas.

La respuesta es volver a la tribu, que los cuidados no tengan que correr a cargo de la madre o de esta y su pareja al cincuenta por ciento, sino agruparnos socialmente en las ciudades de otra manera, volver a ese saber de los pueblos en los que soltabas un niño en el patio y lo cuidaba el vecindario. Eso sería un avance social brutal. Las claves del progreso a veces están en el pasado, pero a ver cómo haces eso en ciudades donde tienes el trabajo a 8 kilómetros en una dirección y la escuela a 7 en la otra.

Otro de los grandes saltos de pirueta que ha hecho como música ha sido Un hombre rubio, un disco para el que en varias de sus canciones se pone en la piel de hombres (padres, hijos…) y deconstruye esa masculinidad tóxica para dibujar los caminos hacia otras nuevas.

Me alegro de que una apuesta difícil como es esta, un disco que surge de una elegía a un padre muerto hace muchos años, que pensaba que iba a resultar demasiado duro, áspero, y que me lo iba a comer con patatas, haya cuajado. Cuando saqué el tema dedicado al padre hermético y ausente me di cuenta de que era una maldición muy generalizada, presente en mi generación y en las más jóvenes.

Esos silencios como castigo, esas otras formas de violencias machistas están siendo por fin abordadas por autoras como Edurne Portela, en su novela Formas de estar lejos.

Sí, pero yo he intentado abordar ese silencio con misericordia, quizás porque se trata de mi padre, y porque murió hace 27 años, lo mismo que he tardado en perdonarle. En Romance de plata yo quería hablar sobre por qué ese hombre se encierra en una armadura que también es muy dolorosa para él. Y cómo esa masculinidad hermética supone para ellos una cárcel que, en el fondo, no desean y de la que no saben salir porque nadie les ha enseñado. Para mí es una forma de ver el feminismo: siempre que haces una crítica, tienes que mostrar un camino de cómo salir de ahí. Quizás es algo que he aprendido con la maternidad.

Un hombre no nace machista, el machismo es algo que se construye encima de un niño en las familias y en el colegio, y hay que pensar cómo desarmar esa armadura. Por ejemplo, mi padre pensaba que su función en este mundo era ser el sustento de su familia y tener éxito económico porque un hombre vale lo que su sueldo. Este concepto lo tenemos que romper. He visto a muchos hombres destrozados por estar en el paro y pensar que son inservibles. Hay que darle valor al trabajo de cuidados que pueden y deben hacer los hombres porque es muchísimo más importante que el otro.

Soy consciente de que muchos hombres se sienten acusados, encajonados o señalados por el feminismo y creo que es importante señalarles cuál es su bandera, que también es una emancipación para ellos. Tenemos que poner el valor en el capital emocional y no en el económico.

“Detrás del humo,

bajo la piedra

hay un hombre que se quiebra en el silencio”.

Pesa la palabra

Hoy en día, el activismo más arriesgado es el ecologista: dos tercios de las más de 800 personas defensoras de derechos humanos asesinadas desde 2014 eran medioambientalistas. En su caso, que le dedicó una canción a Berta Cáceres, asesinada por su lucha en Honduras en 2016, ¿qué le interpeló tanto de su figura?

Berta Cáceres, a la que desgraciadamente descubrí muy tarde, tenía un discurso maravillosamente contundente, además de hermoso y esperanzador. Une todas las desigualdades, algo que en el feminismo europeo ha empezado a hacer hace muy poco tiempo.

Yo venía de un feminismo blanco de clase media en el que durante mucho tiempo mi preocupación era mi propio futuro, tener una carrera… No fue hasta hace unos diez o quince años que empecé a darme cuenta de que lo que estábamos haciendo era desplazar la desigualdad hacia abajo, crear una nueva forma de esclavitud: tener a una persona trabajando en casa, sobre todo si está de interna, para que tú puedas realizarte no es arreglar el problema, sino poner un parche, crear otra desigualdad.

Por eso hemos dejado de caer bien las feministas, porque hemos empezado a enarbolar este discurso que les resulta muy peligroso: lo que estamos planteando es que no se puede atacar una desigualdad sin dirigirnos a todas a la vez: económica, de raza y sexo. Van todas de la mano y es un sistema muy bien engarzado. Desmontarlo no va a ser fácil.


«A mi querido editor Claudio López Lamadrid»

El 12 de enero de 2019, las redes sociales de gente muy, regular y poco conocida del mundo de las letras se llenaron de palabras cargadas de tanto dolor como agradecimiento hacia Claudio López Lamadrid, director editorial de la multinacional Randon House Mondadori, referente de la edición en español –gracias al que hemos leído a muchos y muchas de los más grandes– y un desconocido para la mayoría de la población. Esos son los cráteres que genera en la lógica la dictadura de la televisión –de esta televisión que domina en estos tiempos–.

Sin embargo, incluso para quienes no habían oído hablar antes de Claudio López Lamadrid, resultó llamativo el afecto tan hondo que se había ganado entre personas de lo más variadas del mundo de la cultura. Pocas veces, la muerte de un gerifalte fue llorada públicamente con tantas muestras de humilde admiración y anécdotas cargadas de humanidad.

Una de las personas que cayó bajo su influjo fue Christina Rosenvinge, única persona a la que dedica su primer libro. “Quería publicar las letras porque creo que son un género literario y porque me parece importante que estén recogidas en algún sitio, ahora que no se compran discos y, por tanto, no se tienen los libretos. Además había escrito un ensayo sobre el verso cantado porque no había visto nada publicado en español. Pensé que sería útil para que se aprecie la artesanía de la escritura de algo que no se va a leer, sino cantar: la fonética, el fraseo, la rima, la sonoridad, la vocalización de las palabras y su relación directa con la melodía…

Cuando Claudio se enteró por Belén Gopegui de que estaba buscando editor, me llamó para decirme que quería ese libro. Ha sido fundamental tenerle detrás animándome a escribir”.

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Comentarios
  1. Cristina ha diagnosticado muy bien el mal general de esta época: LA INMADUREZ.
    Luego que no me vengan con la generación más preparada. Será tecnológicamente pero a costa de dejar de ser personas independientes, con criterio propio y discernimiento.

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