Cultura
El huevo de la serpiente
El autor realiza una comparativa, salvando las distancias, entre la situación de la Alemania antes de la llegada de los nazis y nuestro estado actual
En una de las películas más infravaloradas de Ingmar Bergman, cuyo título he usado para este artículo, se emplea una poderosa imagen para explicar cómo en 1923 ya se podía vislumbrar la toma del poder por los nazis: a través de la cáscara traslúcida de un huevo de serpiente se distingue durante la etapa de gestación a la serpiente plenamente formada en su interior.
El protagonista de la película, Abel, se queda en Berlín a su pesar –trabaja en un circo de trapecista y se ha lesionado una muñeca-–y asiste a la desolación, a la miseria económica y moral, a la contradicción entre las fiestas despreocupadas de los aún locos años veinte y la pobreza causada por la inflación y las consecuencias del desastre bélico. Pero todo eso no va con él. Aunque es judío, no se siente involucrado, ni siquiera cuando es testigo de la brutal paliza que pega una cuadrilla nazi al dueño de un cabaret. Incluso, en una escena muy significativa, él mismo arroja un adoquín contra un comercio regentado por judíos, como acusando a las víctimas de lo que les sucede y podría alcanzarlo a él.
En otro momento significativo, el doctor Vergerus, un psicópata que se dedica a experimentar con seres humanos hasta causarles la muerte o la locura, muestra unas fotos a Abel de un grupo de gente caminando por la calle: los padres, le dice, no tienen fuerzas ni energía; por humillados y maltratados que se sientan, no se rebelarán. Pero mira a los hijos, esos chicos que en diez o quince años serán la generación joven: ellos –no lo dice así, pero es lo que se infiere- vengarán a sus padres y se vengarán de la miseria soportada. Ellos son quienes tomarán el poder y arrasarán con todo. Es entonces cuando usa la metáfora del huevo de la serpiente.
Pero quizá lo más interesante no es lo que predice, sino aquello en lo que se equivoca: según él, Hitler, ese hombrecillo vulgar, no será la cabeza del cataclismo que asolará Alemania primero y después Europa. Y también se equivoca el policía que investiga la serie de crímenes provocados por Vergerus. En la última conversación con Abel, ese hombre que intenta mantener un orden cada vez más amenazado, le informa de que el intento de golpe de estado de Hitler ha fracasado; la República, dice, es demasiado sólida.
Después de volver a ver la película hace poco me preguntaba si no tenemos nosotros también nuestro particular huevo de la serpiente. Muchos de los males que anunciaban en Berlín el ascenso de un totalitarismo brutal –aunque nadie podía imaginar cuánto- se están revelando en nuestra sociedad. Hemos visto marchas de neofascistas en Valencia, entonando el himno del partido fascista Falange; señoras en el Valle de los Caídos honrando la memoria del dictador, y haciendo el saludo fascista envueltas en la bandera preconstitucional. Pero esta especie de nostalgia de un estado violento no se limita a lo simbólico. Hay decenas de agresiones cometidas por grupúsculos ultras de estética neonazi, como las que tuvieron lugar no hace tanto en Valencia. También se han encontrado alijos de armas en manos de estos grupos. Aunque soy consciente de las grandes diferencias entre la España actual y la Alemania de los años veinte y treinta, también entre la violencia asesina nazi y la, por ahora, mucho más moderada de nuestros extremistas de derecha, no dejan de preocuparme los numerosos paralelismos existentes, no sólo en los objetivos, también en los métodos.
Si en la Alemania nazi la radio fue usada para intoxicar, inventando noticias falsas –antes de que existiese el concepto- sobre los crímenes de los judíos, que luego justificarían su persecución y en última instancia el intento de exterminio, VOX, bien asesorada, utiliza con la misma habilidad las redes sociales para crear un estado de antagonismo hacia los inmigrantes, sobre los que inventan estadísticas de crímenes y violaciones, y para desacreditar a cualquier enemigo político y exacerbar el victimismo y el miedo de sus posibles votantes. No me parece casual que Hazte oír utilice la excusa del feminismo para exhibir la efigie del genocida austríaco. Añadamos otros parecidos, como el discurso nacionalista propio de todas las dictaduras, la creación de un enemigo común como aglutinante, el recorte de los derechos existentes oculto tras un discurso moral; pensemos también en ese rasgo tan nazi como es el miedo a la contaminación cultural proveniente del otro, que ya no es el judío, sino el africano, el musulmán, el latinoamericano, que legitima a los miembros más exaltados para agredir a inmigrantes, también a gais, porque la masculinidad sin tacha es otro de los rasgos del discurso dictatorial. La limpieza racial, cultural y social –no olvidemos los ataques a mendigos- siempre han acompañado a todas las variantes de fascismo. Como lo han hecho el acoso a los periodistas y las amenazas físicas e insultos a los, y sobre todo a las, que se atrevan a criticarlos.
Es verdad que la violencia de los movimientos de extrema derecha actuales no es comparable a la de los fascismos que asolaron Europa hace décadas. Pero la admiración por ellos está ahí, también por el militarismo que desplegaban; y ese discurso que mezcla miedo, odio (consecuencia frecuente del miedo) y la promesa de orden, estabilidad y fuerza suena demasiado conocido. Y también hemos visto, y se repite ahora, que lo que en un momento pareció extremo, poco a poco se va normalizando, asumiéndose como una respuesta dura, sí, pero necesaria. La intoxicación mediante noticias falsas ayuda a crear una sensación de emergencia y la percepción de que precisamente aquellos que más mienten, son los únicos que se atreven a decir la verdad y pueden sacarnos de la crisis. Ellos, no los políticos tradicionales, que solo nos engañan. El desprecio a la política es otra de las constantes de los fascismos, lo que no impide que partidos supuestamente moderados se acerquen a los extremistas para utilizarlos, en un juego de aprendiz de brujo que siempre acaba mal.
Repito que no podemos comparar la miseria en la Alemania de entreguerras con nuestra situación de crisis permanente; la amenaza no es la misma, pero el deterioro de las condiciones de vida en la clase media –que tiende a dejarse seducir por los fascismos en tiempos de crisis profundas- es evidente, también la falta de perspectivas de muchos jóvenes, la sensación de desamparo por parte de una clase política complaciente con la corrupción, si no cómplice de ella. Y es posible que muchos no nos sintamos amenazados todavía y sigamos bailando en los salones mientras revientan los primeros escaparates, acosan a los primeros periodistas, atacan las primeras librerías. Y puede que no veamos en los actuales líderes nostálgicos del franquismo a gente capaz de poner patas arriba el orden social. Pero políticos mediocres han llevado a sus partidos ultras a posiciones de gobierno en varios países vecinos. Y recordemos al comisario y al científico de El huevo de la serpiente: uno sobrevaloraba la fortaleza de la República, el otro minusvaloraba la del líder nazi. El huevo está ahí: si miramos bien, vemos la serpiente moverse en su interior, aún difuminada, poco clara, pero ya venenosa. En nuestras manos está que no rompa el cascarón, no sólo mediante medidas policiales y de información veraz, también atacando el origen del mal: la falta de confianza, la falta de ilusión, la falta de recursos, esto es, un sistema que acepta la precariedad como algo normal.
Excelente análisis, estimado José. Cada vez con mayor evidencia, el planeta (y ‘Occidente’, sobre todo) se refleja en la metáfora de Bergman. Latinoamérica, tras la noche pandémica de Bolsonaro y sus influencias, intenta desprenderse de esta global «salida retrógrada del clóset», girando hacia los progresismos e izquierdas, en México, Brasil, Bolivia y Colombia, centros de gravedad con Argentina para intentar detener esa serpiente. Solos como países, sin lograr abordar como una Internacional la mundialización de este fenómeno tan bien retratado como una profecía perpetua por Ingmar Bergman, «El huevo de la serpiente», será legión.
Me parece que al autor se le ha olvidado mencionar como ejemplos el supremacismo nacionalista catalán, rayano con el racismo, y su fábrica de noticias falsas
¿Pero qué les ocurre a las gentes de izquierda con los nacionalismos periféricos?
DUELE RECONOCER LA VERDAD DE LA QUE HACE GALA EN SU IMPECABLE ANÁLISIS-. SIENTO QUE SI LA SOCIEDAD NO DESPIERTA TANTO EN EUROPA COMO EN AMÉRICA LATINA VAMOS CAMINO A QUE SEAMOS DOMINADOS POR EL NEONAZIFASCISMO A NIVEL MUNDIAL CON EL APOYO DE LOS EVANGÉLICOS QUE DE ACUERDO A LOS ÚLTIMOS INFORMES DOMINAN EN EE.UU PORQUE APOYAN A TRUMP QUE LOS HA LIBERADO DE PAGAR IMPUESTOS Y CON DINERO DEL ESTADO ESTÁ SUBVENCIONANDO SUS HOSPITALES, IGLESIAS Y CENTROS DE RECUPERACIÓN DE ADICTOS.- DOMINAN CENTROAMÉRICA, SUDAMÉRICA, SUDÁFRICA, Y SE ESTÁN INFILTRANDO EN EL NORTE DE ÁFRICA, SUR DE EUROPA Y HACIA ORIENTE PRÓXIMO.
hay que darle gracias de todo esto a la izquierda tan bondadosa europea, que llevan años trayendo esclavos laborales, para bajar los sueldos de los nativos, la izquierda está vendida al capital más o menos desde el año 2000
En lo que respecta a España el fascismo no acabó con la muerte del dictador. Entonces el poder siguió en manos de los fascistas que, en vez de reimplantar la república derrumbada a cañonazos, aceptaron la monarquía borbónica cumpliendo así el último decreto del golpista Franco. Aquello que llamaron Transición, cuyas pretendidas bondades ellos mismos han repetido como un mantra, en realidad fue una estafa democrática. Muchos años después, en el 2019, incluso el sacar la momia del dictador fascista del monumental templo donde se le adora sigue siendo una misión heroica
En mi opinión la historia se repite tanto en Europa como en España.
Lxs que aquí lucharon contra el fasciocapitalismo en el 36 fueron derrotados y masacrados sin piedad para que no quedara ni simiente.
La sociedad española de hoy, salvo una minoría, sigue estando adoctrinada por los vencedores que escribieron el guión de aquel golpe a la democracia, de aquel genocidio contra las personas que defendían los derechos y las libertades del pueblo, contra las personas que simplemente no pensaban como éllos; éllos, encarnación de la bestia, de lo más siniestro que puede albergar un ser humano en su interior.
Así que no es de extrañar la irrupción de trifachazo. Siempre estuvieron ahí. Ahora han salido a la superficie porque los tiempos les acompañan.
Seremos capaces de derrotarlos esta vez o seguirán sometiéndonos?.
«Es verdad que la violencia de los movimientos de extrema derecha actuales no es comparable a la de los fascismos que asolaron Europa hace décadas»; sí, es verdad, pero si no se les para ya vemos en que devienen.
Tiempos de crisis profundas no para todos, sólo para el rebaño debido a que cada vez está más dormido y manipulado, que no lucha por todo los que nos arrebatan los cuatro que se quedan con lo que nos pertenece a todxs, diría que nos han echado una sustancia soporífera en la atmósfera.
El fascismo avanza por los cuatro continentes y cómo dice Julio Anguita, él no le tiene ningún miedo, lo que sí le da miedo es el silencio del pueblo.
El asesino de Nueva Zelanda llevaba en sus cargadores el nombre del fascista que mató a Carlos Palomino en Madrid.
En el momento de su muerte, la víctima tenía 16 años. Era un militante antifascista.
https://insurgente.org/el-asesino-de-nueva-zelanda-llevaba-en-sus-cargadores-el-nombre-del-fascista-que-mato-a-carlos-palomino-en-madrid/