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Los cuentos son (también) para el verano
El tema común de todos los cuentos de 'El turista perpetuo' es, de una forma directa o indirecta, las vacaciones de verano... o algo parecido.
Harkaitz Cano (Lasarte, 1975), ha publicado en Seix Barral una colección de cuentos titulada El turista perpetuo, traducción del propio autor de Beti Oporretan (Susa Literatura, 2015). No sé cómo de difícil será traducirse a sí mismo, cuándo un autor se podrá dar por satisfecho con su propia traducción, cuánto tendrá que controlarse para no estar exprimiendo las posibilidades creativas de la traducción hasta el infinito. En este caso el resultado es una colección de cuentos cuya tónica general es un lenguaje exquisito y cuidado, una rica variedad de voces narrativas y una serie de temas que van desde el verano como ese gran espacio temporal para el descubrimiento hasta una peculiar Angela Merkel saltando de capó en capó en un macroatasco automovilístico.
El tema común de todos los cuentos es, de una forma directa o indirecta, las vacaciones de verano… o algo parecido. Pero no se crea el lector que son cuentos para saciar la sed de nostalgia de Verano azul o algún subproducto televisivo de aquellos horrorosos años. No hay historietas de adolescentes y, si las hay, nada tienen que ver con el consumo de nostalgia ochentera tan de moda en estos días. Sus relatos pueden estar relacionados con un lugar o una actividad vacacional que resuena a isla, a Mediterráneo, a piscina de veraneo, a río en la montaña, pero en el fondo nos están hablando de otras cosas: de la muerte, del descubrimiento del sexo como algo vergonzoso, de difíciles relaciones familiares, de pasiones que ya no son lo que una vez fueron. En otros cuentos, Cano aprovecha el evento de la vacación —un puente del 1 de mayo— para narrar un adulterio y una relación entre hermanas en las que se entromete ETA, o un destino exótico —un safari— para mostrar el grado brutal de corrupción moral de un ejecutivo de una conocida cooperativa vasca.
En sus relatos de turistas hay playa y montaña, hay Suecia y Marsella, pero también hay crisis social, conflicto político, maltrato, formas inesperadas de violencia. Encontramos en esta rica colección un cuento titulado Boeing 767 en el que Cano despliega su gran capacidad para crear ambientes asfixiantes filtrando la información con cuentagotas. Durante 15 páginas, el autor reproduce, sin ni siquiera un punto y seguido y en el más puro flujo de conciencia, los pensamientos de los ocupantes del vuelo que se estrelló contra una de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Un relato magistral, sin melodrama ni grandilocuencia, a veces con un atisbo de humor y al mismo tiempo sin ninguna ligereza.
Cano muestra en varios relatos su ya consagrada capacidad de contar sin desvelarlo todo, dejar espacio a sus lectores para la intuición y el juego, para desarrollar su imaginación a partir de lo que nos dan sus narradores. Su uso de la elipsis y los silencios en La piscina, El río o Las llaves de casa permite una lectura activa, construyendo el relato con los retazos que van tejiendo los narradores que, en algunos casos, son también los protagonistas. Además, en esta colección hay también lugar para la extrañeza, como en el delirante Danubio mecánico (no puedo describirlo, más allá de la imagen de Angela Merkel saltando de capó en capó… hay que leerlo), el inquietante Sapore di sale o en el oblicuo Aullad, estrellas.
He disfrutado con cada uno de estos relatos. Algunos me han sobrecogido (El río, un cuento de un niño frágil y vulnerable), otros me han hecho sonreír (Ikea Crucifixión… ¡ay, la sorpresa con la que se encuentra ese pobre periodista, atormentado por los celos hacia el dildo de su novia…!), otros me han entristecido (La llave de casa, una historia sobre el maltrato machista). Otros, me han parecido un tratamiento original y profundamente humano de situaciones que atañen a lo colectivo (El puente del 1 de mayo o Boeing 767). Más allá de la valoración literaria —en mi opinión, excelente— estos cuentos también recrean situaciones cotidianas, o no tanto, pero de cualquier manera momentos en los que nos podemos ver reflejados, nosotros o nuestras preocupaciones, de tal manera que nos hacen pausar y reflexionar sin dejar por ello de disfrutar el placer de la lectura. Es difícil encontrar colecciones de cuentos sólidas y coherentes, sin rellenos o relatos forzados. El turista perpetuo es, sin duda, una de ellas.