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Se fue la luz, pero volvió el lazo social

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Opinión | Sociedad

Se fue la luz, pero volvió el lazo social

"Recordaremos las horas sin luz, pero también las puertas abiertas, las plazas llenas, las radios compartidas. La vulnerabilidad fue el mapa que nos llevó a casa", analiza el autor.

Fotografía de una parada de autobús llena este lunes, durante el apagón en Madrid. EFE/ Blanca Millez
Guillem Pujol
29 abril 2025 Una lectura de 3 minutos
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Este artículo ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

Este apagón no fue simplemente un fallo técnico, un evento que puede explicarse con un informe sobre causas técnicas. Fue, en esencia, un recordatorio de que las infraestructuras modernas, aunque nos proporcionen la sensación de una vida segura y estable, son enormemente frágiles. El colapso de la red eléctrica es un ejemplo palpable de cómo dependemos de un sistema global interconectado que, cuando se interrumpe, afecta directamente a todos los aspectos de la vida cotidiana.

En cierto sentido, este suceso subraya una de las características que, como sociedad, tendemos a olvidar: la vulnerabilidad inherente a todo sistema que pretende garantizar el orden y la continuidad. Vivimos bajo la ilusión de que la normalidad es una condición perpetua. Como si el suministro eléctrico, el acceso a internet o el transporte público fueran algo dado, algo que nunca deja de funcionar, que nunca falla. Sin embargo, este apagón nos devuelve a la realidad de que el sistema puede romperse de forma inesperada, y con ello, nuestra idea de seguridad.

La COVID-19 ya nos sacó del letargo de la idea de vivir en una arcadia tecnológica feliz y abrió una brecha en lo que el sociólogo Jean Baudrillard describió como la “hiperrealidad”. Baudrillard sostenía que vivimos en un mundo donde la representación de la realidad (la imagen que nos damos de la sociedad a través de los medios, la tecnología y las infraestructuras) reemplaza a la realidad misma. Así, lo que antes parecía estable, seguro y predecible, se convierte en una construcción de simulacros que solo existía en nuestras mentes.

El apagón de ayer puede ensanchar esa brecha, añadiendo una nueva capa de paranoia e inseguridad en la sociedad. En lugar de ver la interrupción como un simple incidente técnico, la percepción colectiva puede comenzar a sentir que vivimos en un mundo donde la hiperrealidad –esa sensación de control y estabilidad asegurados por la tecnología– es, en realidad, una farsa. Este sentimiento de vulnerabilidad, amplificado por los recientes sucesos, refleja un estado de incertidumbre global más amplio. La fragilidad de nuestras infraestructuras no solo se ve como un hecho aislado, sino como un síntoma de un mundo donde el caos está mucho más cerca de lo que queríamos admitir.

Y, sin embargo, a pesar de esta vulnerabilidad, del descontrol inicial y la incertidumbre generalizada, –o precisamente gracias a ella–, el apagón también puso de manifiesto una capacidad fundamental: la de la comunidad para reagruparse y ayudarse mutuamente. Mientras la ciudad permanecía a oscuras, los ciudadanos se organizaron para compartir recursos e información. En muchos barrios, los vecinos abrieron sus puertas y sintonizaron la radio a todo volumen, para que aquellos sin acceso a dispositivos pudieran escuchar las actualizaciones sobre la situación.

En las plazas, se formaron pequeños grupos de apoyo, donde la gente compartió alimentos, cubrió necesidades básicas y ayudó a mitigar la angustia colectiva. Esta solidaridad que emergió en respuesta a la crisis muestra que a pesar de la fragilidad del sistema, la capacidad humana para adaptarse y cuidar de los demás sigue siendo una fuerza poderosa que nos recuerda que, incluso en medio de la vulnerabilidad, la comunidad es una red de apoyo crucial.

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Comentarios
  1. ArroyoClaro dice:
    08/05/2025 a las 20:24

    Ante el apagón nacional: ¿Acaparar agua y alimentos enlatados o construir resiliencia colectiva?
    El reciente apagón nacional dejó en evidencia la fragilidad del sistema de abastecimiento y generó una reacción inmediata: largas filas en supermercados, personas comprando de forma compulsiva botellas de agua y productos enlatados. Sin embargo, especialistas y colectivos en sostenibilidad advierten que estas medidas, aunque comprensibles, no constituyen una solución real ante eventuales crisis de mayor duración.
    “Guardar comida enlatada solo retrasa el problema, no lo resuelve”, señalan desde organizaciones que promueven la autonomía comunitaria. En un contexto global marcado por tensiones geopolíticas y la sobreexplotación de recursos fósiles no renovables, el riesgo de interrupciones prolongadas en los servicios básicos no puede descartarse. Y cuando los productos almacenados se agoten, sostienen, la dependencia de un sistema frágil volverá a situar a la población en una situación de vulnerabilidad extrema.
    ¿Preparación o espejismo?
    Las recomendaciones habituales ante emergencias —guardar agua y alimentos no perecederos— funcionan como medidas de corto plazo. Sin embargo, especialistas cuestionan su eficacia real ante escenarios de colapso prolongado. “Quienes confían exclusivamente en lo acumulado se encontrarán, tarde o temprano, nuevamente sin luz, sin suministros y sin alternativas”, indican.
    Ante ello, diversas voces llaman a replantear la idea de preparación ante emergencias, promoviendo un enfoque basado en la autonomía sostenible más que en el acaparamiento individual.
    —Permacultura urbana: producir sin depender…
    —Comunidades energéticas: vivir sin miedo al apagón…
    —Del pánico a la organización comunitaria…
    https://www.ecologistasenaccion.org/338649/ante-el-apagon-nacional-acaparar-agua-y-alimentos-enlatados-o-construir-resiliencia-colectiva/

    Responder
  2. Chorche dice:
    02/05/2025 a las 13:51

    En un primer momento con el coronavirus tambien afluyó la solidaridad. Todos aseguraban que nos iba a hacer mejores.
    Ha sido al revés y ésto me lo confirman diariamente personas que están de cara al público.
    (A no ser que pusieran algo en las vacunas, cosa que yo no descarto en absoluto sabiendo que el mundo está dirigido por los más grandes capos de las más grandes mafias capitalistas).
    Este país tiene muy poca o ninguna sensibilidad, es pasional, eso sí. Queda por ver los días que nos duraría el empuje de esa pasión.
    Las personas con sensiblidad, especialmente la juventud, demasiadas acaban suicidándose.
    —————————————
    Perdóname, Gaza… (Jamal Kanj)
    Escribo perdóname, no perdónanos, porque esta culpa es profundamente personal. Es una carga que llevo en la comodidad de mi hogar, bebiendo a sorbos agua limpia mientras los niños de Gaza beben de pozos de agua salobre mezclada con aguas residuales -sus pequeños cuerpos destrozados por la deshidratación y la enfermedad-, si es que encuentran agua.
    Soy culpable de tirar las sobras, cuando los padres y madres de Gaza buscan entre los escombros de las casas demolidas una lata de comida que podría haber sobrevivido a una bomba israelí. O se atreven a arrastrarse por campos destrozados, rebuscando verduras silvestres para acallar los gruñidos del estómago de sus hijos, sólo para convertirse en blancos móviles bajo la fría mirada de los drones israelíes.
    Perdóname, tengo una casa, un calentador y mantas para mantener calientes a mis hijos. Mientras, en Gaza, los padres se desvelan, no sólo por el frío, sino por el tormento de no poder calentar los piececitos helados de sus hijos.
    Perdóname cuando beso a mi hija en su cumpleaños y su risa resuena en mis oídos, mientras que en los tuyos sólo resuena el zumbido de los drones israelíes. Ella sopla sus velas en un soplo de alegría, mientras tú enciendes una vela para alejar la oscuridad, jadeando en busca de aire en un mundo que te niega el aliento.
    Yo puedo abrazar a mi hija, mientras que tú ni siquiera puedes sacar a la tuya de debajo de los escombros, no puedes reunir suficientes restos para un último abrazo. Las bombas israelíes de fabricación estadounidense esparcieron su carne como arena en el viento, dejándote vacío, dolorido por la pena y el polvo.
    Vuestros hospitales, médicos y personal de primeros auxilios eligieron sus profesiones para salvar vidas, pero se convirtieron en objetivos, porque salvar una vida palestina se considera una amenaza existencial para Israel. Pido perdón a todos los periodistas cuyas palabras para denunciar crímenes de guerra se convirtieron en balas, y cuyas cámaras fueron más peligrosas para Israel que los cañones.
    Perdonad al mundo que califica vuestra hambruna, la destrucción de escuelas y universidades -y el asesinato de vuestros educadores- de «legítima defensa» de Israel….
    https://loquesomos.org/perdoname-gaza/?cn-reloaded=1

    Responder

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