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El nuevo horizonte de las exguerrilleras en Guatemala
Brotan proyectos comunitarios de reinserción en países de Centroamérica basados en el modelo cooperativista de autogestión.
Yolanda, David y el Gato charlan animosamente mientras David corta con brío el pelo a su hijo. El Gato es el mote por unos ojos como grietas de polo norte, pero también herencia de los años en la selva, cuando se les quitó el nombre. Todas las personas aquí, no hace tanto, eran combatientes de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) de Guatemala, y los tres forman parte ahora de Nuevo Horizonte, una cooperativa integral ubicada en el departamento del Petén, a pocos kilómetros de la frontera mexicana. Fue constituida en 1998 por 90 excombatientes de las FAR tras la firma de los acuerdos de paz en el país. Aún hoy, los miembros siguen siendo únicamente exguerrilleros y, además de una cooperativa, Nuevo Horizonte es también una comunidad relajada en la que viven 475 personas, entre las asociadas y sus familias.
La aldea es un ajedrez de casitas ajardinadas entre caminos de tierra, acunada por el verde y los sonidos de la selva. Sus 900 hectáreas incluyen bosques, tierras para el cultivo y el ganado y una laguna. El proyecto de autogestión comunitaria tiene por objetivo unir paulatinamente todos los elementos básicos de una economía e integrar los sectores de actividad necesarios para vivir al margen del sistema capitalista. Durante el conflicto armado, que duró más de 30 años, miles de campesinas que huían de las masacres perpetradas por el Ejército en las aldeas se refugiaron en el monte, más por supervivencia que por ideas revolucionarias. Y el monte catalizó la indignación y la transformó en conciencia de clase y resistencia colectiva. Petrona escapó a la selva embarazada y cargando con cuatro hijos, tras la desaparición forzada de su esposo en diciembre de 1982. «Si una se metió a andar en estas cosas fue porque no le quedó más para sobrevivir. Nos escondimos en la montaña seis años, allí me sentí segura, parte de una comunidad. Aprendí a leer, a escribir, a orientarme en la selva, a conseguir comida. Nos daban pláticas sobre nuestros derechos. Comprendí que el único delito que yo tenía era haber nacido pobre y mujer», relata.
Petrona fue la encargada de coordinar el envío de munición desde el sur de México a las FAR. LAURA SOLÉ
Con la firma de los acuerdos de paz, en 1996, se abrió un horizonte y un reto para las centenares de campesinas que llevaban años ocultas y que habían perdido el pasado por el camino. Volver. ¿A dónde y para qué? Muchas llegaron en la infancia y no habían conocido otra vida que la lucha clandestina. Dejar la guerrilla no consistía solo en dejar las armas, sino en pasar de un entorno consagrado al colectivo a uno mucho más individualista.
Un espejo para Colombia
Inevitablemente, con sus diferencias, este escenario recuerda a la desmilitarización de las FARC en Colombia, en tanto que se repite el desafío de la transición de la vida militar a la vida civil. En aquel país se espera la desmovilización de cerca de 5.000 guerrilleras y la puesta en libertad de 4.000 miembros del grupo armado. Naciones Unidas, que participa en el proceso de desarme, ha mostrado su preocupación por la seguridad de las guerrilleras en el nuevo contexto y ha insistido en la necesidad de crear mecanismos de protección. Los procesos fracasados de reinserción en Guatemala y El Salvador son un antecedente que pesa, pues para muchas ha sido origen de gran parte de los conflictos que han convertido la región en una de las más violentas del mundo.
Nuevo Horizonte no fue el único proyecto comunitario de reinserción de exguerrilleras en Guatemala, pero sí el único que ha tenido continuidad. Con la firma de la paz, 145 miembros de las FAR adquirían un crédito para la compra en propiedad de 900 hectáreas de tierra para la cooperativa. Ronnie, socio cooperativista, recuerda los inicios: «No tenía sentido irnos cada uno por su lado a cultivar su milpa como si nada hubiera pasado y echar por tierra tantos años en la selva. Así que decidimos dejar los fusiles pero no la lucha: volver a organizarnos y tratar de cambiar el mundo desde lo pequeño». Cuenta que llegaron con lo puesto y que los primeros años pasaron hambre: «Organizamos grupos de trabajo en los que participábamos todos. Algunos tuvimos que salir a buscar empleo fuera y otros buscaron financiación internacional».
La formación, la autodisciplina y la visión compartida del mundo por la vivencia en la guerrilla fue fundamental para el desarrollo de la cooperativa. «Aprendimos que la base de toda sociedad es la organización», añade Petrona, que, mientras enseña orgullosa las orquídeas del jardín, resume el traslado a México donde se encargó del envío de armamento y medicamentos a la guerrilla. Fue detenida y encarcelada hasta los acuerdos de paz. En la actualidad, además de los grupos de trabajo, en la cooperativa existe un consejo rector y comités para discutir aspectos prioritarios para la comunidad, como la educación, la salud o el acceso al agua. Las representantes rotan y están sujetas a la rendición de cuentas periódicas.
La comunidad también gestiona un centro de salud y una escuela basada en los modelos de educación popular. La mayoría de profesores son jóvenes que pertenecen a la segunda generación de Nuevo Horizonte. «También hay un comité de educación que organiza capacitaciones sobre temas de interés para la comunidad. Las promotoras son personas de la propia comunidad, aunque puntualmente también participan voluntarias a través de talleres específicos de medicina o ingeniería, por ejemplo», detalla Marisa, presidenta de la junta directiva. El trasfondo de la cooperativa es, por tanto, la construcción de nuevas formas de convivencia, basadas en una economía que rechaza las lógicas de la propiedad privada, el mercado y la búsqueda del beneficio. Los socios trabajan en los proyectos productivos (agricultura, ganadería, piscicultura, reforestación y conservación de la selva, tienda y turismo solidario) según sus intereses y se parte de la base de la economía colectivista, según la cual las cosas no son propiedad de nadie sino de quien las usa.
Soberanía alimentaria
Conscientes de que el acceso a la tierra y a las semillas son clave para garantizar la vida, la cooperativa maneja un área productiva con cultivos de frutas y vegetales. La tierra es comunal, pero se combinan formas de producción individual (pequeñas parcelas para huertos familiares), con áreas de cultivo para la comercialización en forma colectiva. Asimismo, cuenta con un banco de semillas y un centro de investigación en agroecología y participa de una red de economía solidaria con las comunidades vecinas para garantizar la soberanía alimentaria.
A pesar del crecimiento del proyecto, la situación económica no es fácil para la mayoría de familias, pues aún se encuentran en proceso de capitalización de la organización y pago de la deuda de la tierra. Por ese motivo, algunos miembros se ven obligados a trabajar dentro y fuera de la cooperativa. Guillermo evoca cómo era la resistencia en la ciudad, que fue vital para minar efectivos del ejército y conseguir colaboradores. Está plantando en la huerta chili habanero. Un abismo separa una vida y otra y, sin embargo, habla con la serenidad de los que están de vuelta o están donde quieren estar. Atardece y las palabras se van entrelazando con los aullidos de los saraguates. Es la banda sonora de una selva que sigue siendo cobijo.