Cultura | OTRAS NOTICIAS
Mujeres guionistas, las grandes discriminadas de la industria del cine
Gemma Arterton encarna a una escritora de guiones y abandera la causa feminista en la magnífica ‘Su mejor historia’, que llega este viernes a la cartelera.
Contaba Howard Hawks que cuando contrató a Leigh Brackett para escribir el guión de El sueño eterno (1946) no sabía que era una mujer. Su nombre de pila no daba ninguna pista y cuando la vio en persona ya era tarde para volverse atrás. El caso es que, eliminados los prejuicios iniciales, Brackett se convirtió en su mejor colaboradora y firmó los libretos de westerns clásicos como Río Bravo o El Dorado. Su habilidad para escribir historias de aventuras y diálogos chispeantes la llevaron incluso a firmar el guión de El imperio contraataca (1980), reconocida unánimemente como la mejor película de la saga Star Wars. Brackett era fantástica, una profesional con un talento excepcional, pero si hubiera tenido un nombre claramente femenino quizás nos hubiéramos perdido todas esas conversaciones llenas de humor y sofisticación entre Humphrey Bogart y Lauren Bacall, John Wayne y Angie Dickinson o Harrison Ford y Carrie Fisher.
Para una escritora, hacerse un hueco en la industria del cine es una tarea casi imposible. La cifra varía según el año, pero cerca del 90% de los filmes producidos en Hollywood está escrito por hombres. Y con los Oscars pasa lo mismo: desde su primera edición, en 1929, se han repartido 163 premios al mejor guión, tanto original como adaptado. Solo 16 de esas estatuillas han ido a parar a manos de una mujer.
Gemma Arterton interpreta en Su mejor historia a una de esas singulares mujeres guionistas, y lo hace además a las órdenes de otra mujer, la danesa Lone Scherfig, directora de la espléndida An Education (2009). La cinta está ambientada en Inglaterra en 1940, en plena guerra mundial, y narra la historia de la escritura y el rodaje de un filme propagandístico para levantar la moral de la población. La película que se proponen rodar se basa la evacuación de los soldados ingleses de Dunkerque (el mismo episodio que retrata Christopher Nolan en su último trabajo), pero con unas protagonistas muy especiales sacadas de la vida real: dos hermanas gemelas que cogen el barco de pesca de su padre y se marchan a la costa francesa para ayudar en el rescate.
Desde el principio, Catrin Cole (Arterton) tiene que pelear para que los productores, sus compañeros guionistas y hasta el Ministerio de la Guerra no le roben el heroísmo a aquellas dos chicas para dárselo a la parte masculina del reparto. Pero la suya no es solo una disputa artística, también es laboral: su nombre no figurará en los títulos de crédito, cobrará menos que sus compañeros hombres y su misión se limitará a darle verosimilitud a los diálogos femeninos, considerados por el guionista-jefe (Sam Claflin) como “monsergas”. Evidentemente, el talento y la determinación de Catrin (personaje inspirado en la guionista galesa Diana Morgan, que trabajó para los estudios Ealing y que también fue contratada inicialmente para escribir “diálogos femeninos”) consiguen darle la vuelta a una situación que, inexplicablemente, no difiere demasiado de la actual… ¡casi 80 años después!
Durante la Segunda Guerra Mundial, la población británica sobrevivía gracias a las cartillas de racionamiento y aguantaba con estoicismo los bombardeos de la aviación alemana. Fue la época en la que las mujeres llenaron las fábricas para ocupar el hueco que dejaban los hombres al irse al frente. “A muchos hombres les asusta que no volvamos a nuestros cajones cuando todo esto acabe”, dice una de las protagonistas de Su mejor historia. “Durante aquel periodo se produjo una especie de gran cambio en la sociedad británica. Las mujeres empezaron a conducir autobuses, a trabajar como carteras, a manejar maquinaria pesada en las fábricas… Y también se convirtieron, a su manera, en heroínas de guerra”, contaba Gemma Arterton en una entrevista en The Guardian.
Esta nueva mujer independiente, sin embargo, provocó también recelos entre la población masculina, y esa desconfianza es una enfermedad social de la que aún no nos hemos recuperado satisfactoriamente. De hecho, como hoy a nadie se le escapan este tipo de atropellos, se inventan eufemismos y nuevas palabras para rebajar su gravedad, como el infamante término “micromachismo”. Que nadie se engañe: el virus sigue ahí, no hay que bajar la guardia.
Su mejor historia contiene “un mensaje feminista”, como indica Arterton, pero también es una declaración de amor al cine popular, ese que ha hecho reír y llorar a los espectadores durante décadas, que los ha entretenido y educado, y que a menudo ha espantado a los intelectuales. Los críticos de Cahiers du cinéma rehabilitaron en parte este tipo de cine. Umberto Eco hizo lo propio con los cómics y las novelas de aventuras. Manuel Vázquez Montalbán dirigió sus afectos hacia la copla. Eduardo Galeano, hacia el fútbol. Ellos sí lo entendieron: para defender a las clases populares hay que amar a las clases populares.