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El día (a día) de la madre

La redactora de 'La Marea' relata cómo es un día cualquiera de su vida desde que es madre.

madre

Me levanto a la primera, en cuanto suena el niño. No como antes de ser madre, que posponía la alarma cuatro o cinco veces. O seis o siete. Hoy no está su padre. Le doy el desayuno, jugamos un poco, le cambio el pañal, lo visto, preparo su mochila y lo dejo en la guardería. A esa hora son las ocho y media. Subo a casa y dudo entre lavarme el pelo (mascarilla, desenredo…) o solamente ducharme. Opto por lo segundo, porque prefiero tener unos minutos para desayunar y ponerme al día. Me voy. Me vuelvo. Se me ha olvidado la grabadora. La cojo. Venga, pongo una lavadora en un momento y salgo definitivamente a hacer la primera entrevista que tengo prevista ese día. Son las nueve. Comienza el trabajo por el que me pagan

Cuando acabo la entrevista, compro unas espinacas en la frutería que me encuentro en el camino de vuelta. Ese será hoy el primer plato de la cena de mi niño. Hablo con una fuente. Luego con mi jefa. Subo a casa y saco del congelador el segundo, pescado. Antes, he tenido que mirar el menú de la guarde para no repetir por la noche los alimentos del mediodía. Creo que lo he hecho mientras esperaba algún semáforo. Sí, cuando un hombre al que no le he visto ni la cara me ha soltado un bufido: “Y dale con los telefonitos”. Pero antes de todo eso, he tenido que acordarme de que tenía que hacer todo eso. 

Sigo trabajando hasta las cuatro y como algo delante del ordenador. Recojo a mi hijo y le doy la merienda. Intento que coma unas uvas antes de quemar el cartucho ‘batido de chocolate’. También le leo un cuento, dibujamos con pintura de manos y jugamos con su moto. Vamos al parque. Él se columpia. Y mientras contesto y envío correos de trabajo, un mensaje de la guardería me recuerda que al día siguiente tengo que llevarlo vestido de flamenco. Hablo por teléfono con mi jefa. Más curro. Ahora el tobogán. Aprovecho para pedir cita para vacunarme porque en unos días me voy al extranjero. Salgo -salimos- corriendo a ver si encontramos un sombrero cordobés. Por el camino, veo que ya han quitado de la cartelera Lo tuyo y tú, la última película que quería ver. Me prometo que ya no me pasará más con ninguna otra peli. Son las ocho y media la tarde. Mi hijo señala la luna, que ya se ve. Aún es de día. Le pongo dibujitos en el móvil para terminar de escribir un mail que dejé a medias. Me consuela que al menos los ve en inglés. Preparamos el baño, las espinacas, el pescado y recogemos el vaso de leche que se nos acaba de desparramar por la mesa. Esta vez no llega al ordenador. Otra vez cambio de pañal y más juegos. Canto canciones del año catapún hasta que se duerme, acunado en mi brazo izquierdo. Con el derecho, repaso las redes sociales

Son las once menos cuarto de la noche. Me como las espinacas que han sobrado mientras modifico el pedido de la compra que hice el día anterior por Internet. Se me olvidó la arena de las gatas. La traen mañana. De hoy no pasa, me digo al recoger los libros que hay tirados por el suelo. Y me leo un par de poemas de Poesía soy yo, que llevaba meses queriéndolo tener. Uno de Alfonsina Storni: «Hombre pequeñito, hombre pequeñito, / suelta tu canario que quiere volar… / Yo soy el canario, hombre pequeñito, / Déjame saltar». Me acuerdo de la limonada que mi chico me había comprado para un momento de relax. Por fortuna, aún no ha caducado. Me pongo a hacer gestiones para el próximo número de la revista. Vuelvo a cantar las canciones del año catapún porque un maullido de las gatas ha despertado al peque. Otra vez delante del ordenador. Son las 02.10 horas y me estoy dando cuenta de que no tengo pan para el bocadillo de la guardería. 

No sé a qué hora me acostaré esta noche, aún quiero leerme dos artículos que me interesaron por la mañana y quiero enjaretar uno de los reportajes que tengo en la cabeza. Recibo un whatsapp invitándome a ver Guardianes de la Galaxia 2 este finde. No acepto. «Te vas a reír», insiste el dichoso telefonito, como decía el hombre del semáforo. Acepto con una condición: si no me río… Y me quedo dormida pensando en cómo vengarme si no me río. Me desvelo con un pensamiento: no le he devuelto la llamada a mi madre. Ni tampoco he tendido la lavadora. Voy al baño y tropiezo con un bote de uñas que compré con el sombrero cordobés. Me pinto solo una mano. Soplo fuerte y vuelvo a dormir. El niño está a punto de sonar. Otra vez. Buenos días. 

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