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El ejemplo más reciente: la huelga de las mujeres islandesas

La protesta para denunciar la brecha salarial, celebrada el pasado octubre, se une a iniciativas como un certificado de calidad para empresas que apuesten por la igualdad. Este 8 de marzo hay convocado un paro internacional.

Manifestación a favor del derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. ICELANDMAG

Las mujeres islandesas salieron de sus puestos de trabajo a las 14.38 el pasado 24 de octubre, dos horas y veintidós minutos antes de lo previsto, para denunciar la diferencia de ingresos totales entre ambos géneros, actualmente de un 30%. La brecha salarial “ajustada” –es decir, la que no cuenta las horas extras, bonus u otros complementos y, por tanto, no tiene otra justificación que la de género– se ha situado en el 7,6% en el periodo 2008-2013. Ese mismo día, en 1975, se convirtieron en un referente del feminismo al declararse en huelga para poner de manifiesto la importancia de su trabajo, el remunerado y el invisible. “Creo que en Islandia no existe igualdad completa entre hombres y mujeres pero en comparación con muchos otros países funciona bien. Aun así, no podemos enfatizar esta igualdad demasiado, tenemos que tratar de mejorar las cosas más e intentar ser un modelo para otros países”, reflexiona Hildur Jósteinsdóttir, una joven islandesa que participó en la protesta y que ha vivido temporadas en Valencia, Zaragoza y Barcelona. Este 8 de marzo hay convocado un paro internacional.

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Mejorar la escasa presencia femenina en los consejos de administración y acabar con la diferencia salarial son los dos principales focos de lucha actuales en un país con una población de 337.000 personas en el que las mujeres han sabido compaginar la reivindicación en la calle con una estrategia más burocrática que las ha llevado a tener una significativa presencia en las instituciones públicas, aunque todavía insuficiente. “Las compañeras más jóvenes aportan dinamismo y energía al feminismo en Islandia, y las funcionarias que trabajan cada día para conseguir pequeños pero importantes cambios son las que aseguran que este movimiento pueda tener consecuencias a largo plazo”, analiza Brynhildur  Heiðar- og Ómarsdóttir, directora ejecutiva de la Asociación para los Derechos de las Mujeres Islandesas (Kvenráttindafélag Íslands). Fruto de este trabajo de despacho, siempre con el apoyo de la presión en las calles y en las redes sociales, Islandia está viendo nacer un proyecto que tiene los atributos necesarios para convertirse en una auténtica referencia internacional a medio plazo. Se trata de un estándar de igualdad, algo así como un sello de calidad que tan sólo obtendrán las empresas que cumplan con los requisitos para ser consideradas oficialmente organizaciones sin discriminación de género entre sus trabajadores. El Equal Pay Management System es un sistema de certificación ISO que se ideó y redactó con la colaboración de la Confederación del Trabajo y la Federación de Industrias Islandesas. “Se trata de un complejo sistema numérico que se está probando en Islandia desde hace un par de años. Pronto se traducirá al inglés y se empezará a compartir con la comunidad internacional. Ahora, las organizaciones como la nuestra deben concienciar a los ciudadanos sobre la importancia de informarse para conocer las empresas que cuentan con este certificado y las que no”, detalla Heiðar- og Ómarsdóttir.

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Desde su oficina situada en el barrio de las embajadas, en frente de la de Rusia y en el mismo edificio que la de Canadá, Heiðar- og Ómarsdóttir dedica su jornada laboral a la asociación con la intención de que las islandesas no lo den todo por hecho. Con la llegada de cada vez más inmigrantes, desde la página web de la organización se ha impulsado un nuevo portal en inglés en el que las personas que no hablan islandés pueden obtener toda la información histórica del movimiento y la información de los servicios que se ofrecen para las mujeres en diferentes ámbitos de la administración y de las organizaciones sin ánimo de lucro.

Una de las razones por las que existe una diferencia de ingresos tan significativa es el hecho de que aún muy pocas mujeres ocupan puestos directivos, sin olvidar la carga familiar que impide a las trabajadoras hacer tantas horas extras y recibir tantos bonus como los hombres. Tan sólo un 22% de las empresas de Islandia está dirigido por mujeres, y de las compañías que forman parte de la Bolsa, actualmente, no hay ninguna que cuente con una directora ejecutiva. “Existe un movimiento en Islandia que quiere ver un cambio en esta situación y está formado tanto por mujeres como por hombres, pero avanza de forma demasiado lenta”, apunta Hranfhildur Hafsteinsdóttir, miembro de la Asociación de Mujeres Líderes del Sector de los Negocios (Félag Kvenna í Atvinnulífinu). Esta organización ha dedicado muchos esfuerzos en los últimos meses a denunciar que los medios de comunicación muestran como modelos mayoritariamente a hombres, mediante entrevistas, noticias y consultas a expertos, por ejemplo. “El pasado 20 de septiembre impulsamos una prueba junto con la televisión nacional islandesa y el grupo de comunicación 365 para que las mujeres tuvieran más presencia en sus medios. Ese día, y en estos medios, un 64% de las protagonistas de las noticias fueron mujeres; y la audiencia se mantuvo e incluso mejoró en algún caso. Demostramos que se puede hacer”, cuenta satisfecha Hafsteinsdóttir.

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El colapso financiero de 2008 fue protagonizado por los hombres más ricos de la isla. Después de la caída, a través la propaganda institucional para mejorar la imagen del país, se divulgó el mito de que las mujeres habían llegado al gobierno para “limpiar” el desastre creado por los altos ejecutivos del sector financiero, y que habían logrado que Islandia se recuperase de la crisis. Sin embargo, ahora que un nuevo boom vuelve a distorsionar la economía, se hace evidente que las islandesas continúan al margen de la toma de decisiones en la mayoría de empresas del sector privado. La receta para el éxito, sin ser sencilla, parece clara: presión social en Austurvöllur, la plaza que se encuentra justo en frente del Parlamento, y trabajo silencioso en los despachos.



Un repaso histórico a la emancipación de las mujeres islandesas

Aunque los países nórdicos son hoy un referente en cuestiones de igualdad, históricamente las mujeres escandinavas han tenido un papel secundario, siempre alejadas de la toma de decisiones hasta que, a principios del siglo XX, empezaron a organizarse y a reclamar sus derechos. Anteriormente, en 1882, se les dio a las viudas y a las mujeres no casadas la posibilidad de votar en las elecciones locales. En 1908, las mujeres (también las casadas) pudieron votar en las municipales de Reykjavík y Hafnarfjörður, una localidad cercana a la capital. En aquella ocasión, organizaron una lista electoral y obtuvieron el 22% de los votos válidos y cuatro de los 15 representantes del consejo municipal. Ingibjörg H. Bjarnason fue la primera representante electa en el Parlamento, después de que la candidatura de mujeres de Reykjavík se reprodujera a nivel nacional en 1922. Ya en 1915 las mujeres de más de 40 años consiguieron el derecho a votar en las elecciones, siendo eliminada la restricción de edad en 1920.

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El movimiento feminista resurgió en Islandia el 24 de octubre de 1975. Durante aquella jornada, tanto las mujeres con trabajos remunerados como las amas de casa secundaron una huelga. En 1983, se fundó la Alianza de las Mujeres, que obtuvo tres y seis diputadas en 1983 y 1987, respectivamente. Aunque en 1999 el proyecto se disolvió sumándose a la coalición de partidos bautizada como Alianza Socialdemócrata, este artefacto político consiguió uno de sus principales objetivos: incrementar significativamente el número de parlamentarias. Precisamente, el año de su desaparición se superó por primera vez la cifra del 30% de mujeres en el Parlamento islandés. En las elecciones celebradas el pasado octubre, la cifra rompió todos lo récords y llegó al 48% sin establecer cuotas legales. Además, dos de los tres líderes más votados son mujeres: Katrín Jakobsdóttir, líder del Movimiento de Izquierda Verde (segunda posición), y Birgitta Jónsdóttir, principal portavoz del Partido Pirata (tercera posición).

Islandia también destaca por la presencia de mujeres en altos cargos políticos. En 1980, Vigdís Finnbogadóttir fue la primera presidenta escogida democráticamente del mundo. En 2009, en las elecciones posteriores al colapso financiero, los islandeses dieron el gobierno a Jóhanna Sigurðardóttir, primera primera ministra de la historia abiertamente lesbiana.

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