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El barrio donde naces marca tu futuro

La negación de la existencia de clases es el pilar básico de la derecha liberal para perpetuar la existencia de una clase privilegiada.

Vivienda social en un barrio de Sevilla.

Begoña Villacís, portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid, se mostró estos días indignada porque la alcaldesa Manuela Carmena pretendía, a través de libros, mostrar a los niños las diferencias entre las casas del barrio de Orcasitas y las del barrio de Salamanca como elemento necesario para construir ciudad. Es decir, las diferencias entre clases. Villacís calificó la idea de gravísima: «Por si a los niños no les da por discriminar, ya se encarga el Ayuntamiento de Madrid de adoctrinarle. Terrible».

La entelequia de la clase media es el constructo creado por la ideología dominante para transmitir la idea de que la existencia de las clases sociales es una ilusión. Mostrar a los niños desde la escuela que no sólo es una realidad sino que definirá de forma casi absoluta su futuro es algo que no pueden consentir aquellos que viven bien, muy bien, gracias a la estratificación social. Por eso combaten cualquier iniciativa que ponga en evidencia la desigualdad y la existencia de ciudadanos de diferente categoría según su origen social. Negarlo como premisa para perpetuarlo.

La negación del conflicto es quizás, junto con la cultura del esfuerzo, el pilar básico de la ideología liberal. La difusión del relato de que el futuro depende únicamente del esfuerzo individual y que el origen y el hábitat social es sólo un obstáculo nimio, casi una excusa para autocompadecerse. Despojarse de este relato es eliminar la única ideología de una parte de la derecha que ahora ha encontrado acomodo en Ciudadanos, pero que se esconde también en buena parte del Partido Popular. El escritor Richard Grunberger explicaba en su libro Historia social del Tercer Reich cómo en la Alemania de la República de Weimar se acuñó un término específico para la negación del conflicto, el konfliktlosigkeit. Un concepto que no significa más que barrer bajo la alfombra las causas del conflicto y mirar para otro lado. No existe lo que no vemos.

Luis Garicano, el gurú económico de la formación naranja, es uno de los mejores ejemplos de esta ideología. Economista, con una amplia formación, un extenso currículum y también procedente de una familia con amplias posibilidades. En una conferencia con estudiantes explicaba de forma sucinta su pensamiento: «Si no sabes inglés, te coges la maleta y te vas a fregar platos a Londres. A estudiar y a trabajar en lo que sea para aprender». Una frase que muchos podrían firmar pero en la que subyace el desconocimiento absoluto de la realidad de miles de estudiantes o familias. Equipara su caso al del resto. Pero quita de la ecuación el capital social, los contactos, el entorno, el acceso a los recursos (becas) que su posición privilegiada en el seno de una familia acomodada le otorgó.

El esfuerzo que durante años gente como Garicano tuvo que hacer estuvo exclusivamente orientado a su formación con el apoyo de un capital social muy importante, más aún que el económico, mientras que el esfuerzo que un estudiante de clase obrera sin recursos ni contactos, en la mayoría de ocasiones, va destinado a la subsistencia, suya y de su familia. Por lo que irse a estudiar fuera es, en muchos casos, una posibilidad que los estudiantes de clases humildes no se pueden permitir.

J.D Vance es el escritor de uno de los libros que ayudan mejor a entender la victoria de Donald Trump. Se llama Hilbilly Elegy y es el relato de su memoria, el de una clase olvidada por la mayoría de los periodistas de las costas de EEUU y que sólo es noticia para sucesos luctuosos o para explicar, a posteriori, el triunfo presidencial de un multimillonario racista. Los Hillbilly son las personas nacidas en los Montes Apalaches, pero están también los Rednecks, y la White Trash, términos despectivos que nacen para separar y segregar. Calificativos peyorativos para evitar llamarles clase obrera y así situar su realidad como un problema de orden público o cultural más que de clase.

Vance estudió en Yale, consiguió uno de esos ascensores sociales que la ideología de Ciudadanos pone a disposición de los más desfavorecidos para poner de ejemplo de esfuerzo. Pero Vance, como casi todos los que son conscientes de sus orígenes, no tiene un relato que puedan instrumentalizar. En una conferencia explicó cómo influye el concepto de clase para un joven estudiante de un pueblo de Ohio con una familia desestructurada y con un entorno social problemático.

J.D. Vance explica los problemas a los que se enfrenta un niño de clase obrera y, aparte de los ya conocidos problemas económicos y los derivados de esa carencia material, establece uno que no suele tenerse en consideración y que es vital para el futuro: el capital social. El entorno en el que nos desarrollamos influye hasta en el conocimiento de las posibilidades que existen, acceso a becas, programas de ayudas a estudiantes, toma de decisiones.

Este escrito explica cómo la ascensión social, o lo que los académicos llaman «movilidad ascendente», depende mucho del lugar en el que naces. Si lo haces en Utah tendrás muchas posibilidades; si lo haces en el sur de Ohio, muy pocas. Traducido para Begoña Villacís: si lo haces en el barrio de Salamanca, muchas; si lo haces en Orcasitas, muy pocas.

La sorpresa generalizada que se han llevado los medios de comunicación con la victoria de Trump tiene mucho que ver con esa negación del conflicto y con la ideología hegemónica que ignora la importancia del capital social y cultural en la consecución de una salida laboral exitosa. En política y prensa existe una fractura de clase. La mayoría de sus miembros no conocen la realidad social, se niegan a verla, hablan de clase media y desconocen de verdad la vida en un barrio obrero de su país. No saben lo difícil que es conseguir una beca si, además, tienes que trabajar para ayudar a tu familia. Y desconocen que la jornada laboral en España se aproxima más a las 60 horas que a las 40 que establece la ley. En ocasiones, ni siquiera conviviendo continuamente en barrios trabajadores se conocen los problemas de nuestros vecinos.

Una profesora de Secundaria de un instituto de Fuenlabrada, también vecina de la localidad, me explicaba las dificultades para comprender los problemas a los que se enfrentan los niños de ascendencia humilde con un ejemplo que le afectó de manera profunda. Durante una redacción, pidió a sus alumnos que explicaran algo nuevo que hubieran hecho hoy con respecto a ayer. Uno de ellos escribió: «Hoy he desayunado». La profesora le insistió en que tenía que describir algo novedoso con respecto al día anterior. «Pues eso, hoy me ha tocado desayunar».

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