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‘Sobadoras de anchoa’: memorias de las trabajadoras de Santoña

Un libro recoge las historias de vida de las sobadoras de anchoa de Santoña. Se trata de un oficio tradicional que se encuentra en peligro de desaparecer.

Si no has estado nunca en Santoña, es difícil imaginar la centralidad que el mar tiene en esta villa del Cantábrico. Su estructura familiar, socioeconómica y festiva está atravesada por la pesca y la industria conservera, especialmente de anchoa. El proceso de transformación del bocarte en anchoa, de forma totalmente artesanal y realizado sólo por mujeres, es también desconocido. O lo era, hasta la publicación, hace unas semanas, de Sobadoras de anchoa. Historias de mujeres de Santoña (Libros.com, 2016). Después de leerlo, ni la lata más delicatessen te parecerá ya cara.

Cuca, Nati, Amparo, Carminín, Chari, Rosa, Puerto, Miliuca… y así hasta 35 mujeres que han pasado toda su vida trabajando la anchoa, y en cuyas historias se mezclan de forma indistinguible la dimensión pública, laboral, y la privada, doméstica. Nos asomamos a ellas a través de las palabras de Raúl Gil y Mada Martínez, y de las impactantes fotografías (un primerísimo plano de cada una de las protagonistas) realizadas por Jon Astorquiza del Val.

Por encima de las particularidades de cada una, todas siguen una pauta común. Empezaban, muy niñas, descabezando bocarte como una ayuda en vacaciones. Con 12, 13 o 14 años ya trabajaban en la fábrica y sólo algunas continuaban los estudios en la escuela nocturna. Muchas, después de la jornada de 8 o más horas, buscaban hacer algún extra en otra conservera. Y todas, sin excepción, entregaban el sueldo a la madre hasta casarse.

Más inestables eran los ingresos de los hombres, dedicados mayoritariamente a la pesca. Con el marido embarcado, sin saber con qué iba a volver (o, en el peor de los casos, si iba a hacerlo), eran las mujeres las únicas proveedoras estables, encargadas no sólo de administrar sino de asegurar la economía familiar. Es, en palabras de Raúl Gil, el tradicional matriarcado santoñés.

Muchas recuerdan con nostalgia el compañerismo que reinaba antes en la fábrica, durante la época dorada de los sesenta, y cómo la empresa las trataba “como de la familia”. Sigue siendo común que los dueños de la conservera estén a pie de nave, incluso echando una mano cuando había grandes costeras. Sin embargo, muchas se han llevado una desagradable sorpresa al descubrir la minúscula pensión recibida al jubilarse, debido a los contratos como fijas discontinuas y a la baja cotización.  

A pesar de las mejoras de las instalaciones, de los cambios en seguridad e higiene, todas las sobadoras de anchoa tienen problemas de cervicales, y muchas de muñeca. Se trata de un trabajo muy delicado pero duro, y en el que muchas tareas requieren también fuerza física. Como todo oficio, cuenta con su jerga especializada: estuchar, sobar, filetear, octavillo… Uno de los conceptos más llamativos y de mayores consecuencias es el de largas o cortas para referirse a la velocidad y productividad de las trabajadoras.  

A pesar de la dureza de la tarea, de los madrugones, de las horas extras, de los ajustados salarios… todas aman su oficio. A unas les apasiona descabezar, a otras abrir filete, algunas prefieren hacer bonito. Sin embargo, las generaciones más jóvenes no quieren ser sobadoras. Quizá el reconocimiento que ha supuesto este libro y su excelente acogida (800 ejemplares vendidos mediante crowdfunding de preventa) sirvan para poner en valor a estas trabajadoras, mejorar las condiciones laborales y asegurar la continuidad de este oficio centenario.  

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