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El peso de lo ajeno: una conversación con los padres de los detenidos en Alsasua
"Yo nunca he estado en Alsasua, pero por lo que he visto en la tele aquello parece ser como Belfast en los setenta. ¿Qué hay de cierto? Según ellos es una exageración enorme".
Madrid se acerca al invierno, se nota por el sol leve que apenas calienta y las nubes que pasan rápidas empujadas por el aire de la sierra. En el Paseo del Prado hay más hojas en el suelo que en las copas de los árboles, la imagen es la de cualquier mañana, paseantes, excursiones de escolares y viajeros, la Policía Nacional vigilando los enclaves turísticos, imagen habitual desde que el terrorismo yihadista se ha hecho corriente en Europa. He quedado con un grupo de personas que vienen de fuera de la ciudad. Cuando me los presentan me fijo en que su imagen no dista en nada de la que veía minutos antes en el paseo: gente de mediana edad, ropa cómoda de la que utilizas para un viaje y expresión algo cansada. Sin embargo, el motivo de su visita no es el turismo. Son los padres de los detenidos por la agresión a dos guardias civiles y sus parejas el pasado 15 de octubre en Alsasua.
Conozco el caso por las informaciones en los medios, todas homogéneas, en un grado de abierta hostilidad hacia los protagonistas y el propio pueblo del que vienen. Columnas de opinión sin escatimar en palabras encendidas, cámaras ocultas tratando de sacar declaraciones sorprendentes a los vecinos, reportajes con efectos de sonido de película de terror. La versión de los familiares de los detenidos ha pasado totalmente desapercibida, cuando no convertida en un apoyo tácito a la violencia.
Me siento con Edurne, Nekane y Antxon y noto que al principio su actitud es precavida, como quien espera hostilidad por parte del interlocutor y tiene miedo de que cualquier cosa que diga pueda complicar la situación que atraviesa. Su forma de hablar es la del que nunca ha dado entrevistas, la del que ha visto rota su cotidianidad para formar parte de una noticia. Empiezo preguntándoles por las primeras horas después del suceso y ellos me dicen que en el pueblo, además del disgusto porque algo así ocurriera en la Feria, una fiesta local, nadie esperaba lo que vino luego. Se sabía que había un par de detenidos por la Policía Foral, que uno de los agentes estaba hospitalizado por la rotura de su tobillo, pero nada más. La situación cambió cuando decenas de patrullas de la Guardia Civil desfilaron inesperadamente por el pueblo a baja velocidad, “parecía Kosovo, faltaban los tanques”, dice Edurne.
Yo nunca he estado en Alsasua, pero por lo que he visto en la tele aquello parece ser como Belfast en los setenta. ¿Qué hay de cierto? Según ellos es una exageración enorme. Me cuentan que en Alsasua hay una vida normal, que no hay líneas divisorias, pero no niegan que existe un movimiento político que pide la retirada de la Guardia Civil y que ha habido cargas en una especie de carnaval que se organiza como acto reivindicativo. Insisten en que el conflicto con una parte de la juventud local tiene más un carácter cotidiano que ideológico, en el sentido de que creen que los controles y las multas, que califican de habituales, provocan que muchos jóvenes se sientan hostigados. Me cuentan que la gente del pueblo está “afectada, dolida y triste” y que tanto el alcalde de la localidad como el dueño del bar han recibido amenazas.
La petición de la juez Lamela que tras la denuncia de COVITE reclamó la competencia para la Audiencia Nacional dio un giro al caso. A mitad de noviembre se detuvo a diez personas. Siete fueron encarceladas en régimen FIES, dos permanecieron en libertad con medidas cautelares y a una de ellas se le archivó la acusación. Para la juez el hecho de que exista un movimiento político en Alsasua que pide la retirada de la Guardia Civil dota a la agresión de un carácter organizado, con premeditación y odio, susceptible de englobarse dentro de la acusación de terrorismo. Las medidas de detención son justificadas por el riesgo de fuga y la posibilidad de destrucción de pruebas.
“¿Cómo se produce un linchamiento organizado en dos horas y media?”, se pregunta Nekane, refiriéndose a que los guardias civiles llegaron al bar sobre las dos de la madrugada y la pelea no se produjo hasta las cinco. Me relatan que tras enterarse de las detenciones, partieron a Madrid con sus abogados, los cuales no pensaban que hubiera posibilidad de que el asunto fuera a más. Algo cambió a la llegada a la Audiencia donde, mientras sus hijos aún declaraban, vieron por televisión cómo ya se daba la noticia de que iban a ir a la cárcel. Las filtraciones a la prensa nacional han sido constantes: la del auto, la de las fotos de los detenidos y sus datos personales.
Las madres y padres no quitan importancia a lo sucedido la noche en que comenzó todo, pero insisten en que la acusación de terrorismo es desmedida, como ha opinado Baltasar Garzón, que habló de “sobreactuación judicial” o Martín Pallín, que cree la decisión de la Audiencia “desorbitada y fuera de la realidad social”. Los familiares no quieren hacer valoraciones políticas de lo ocurrido, puesto que piensan que no les corresponde, pero también porque no todos tienen la misma ideología, según cuenta Antxon. Sus reivindicaciones básicas son dos, la primera es que el caso vuelva a los juzgados de Navarra y se trate como un delito común, la segunda es el fin de la prisión provisional, ya que no entienden cómo unos estudiantes sin medios y que en algunos casos fueron voluntariamente a declarar pueden escaparse. [En este sentido el martes 20 de diciembre, horas después de esta conversación, la juez Lamela dejó en libertad con medidas cautelares a cuatro de los siete detenidos].
“Qué pasa si al final no hay nada, ¿cómo van a retomar sus vidas? ¿Y el curso?”, dice Edurne, adelantando la vuelta a una normalidad rota. Pienso un momento lo extraño que resulta unir ambos mundos, el de la cárcel, los autos y los reportajes efectistas en las televisiones con una preocupación tan común como los estudios. Te vamos a hacer una pregunta, me dicen: “¿Contamos con una justicia diferente por vivir en Alsasua?”. Yo no les respondo, pero hace unas semanas me hacía la misma pregunta.
Las redes sociales sirven de matraz de la opinión publicada. Los comentarios de la gente destilan el mensaje de los medios, lo pelan, dejándolo en el corazón de lo que se quería transmitir. ¿Por qué aparecía la palabra ETA insistentemente en muchos mensajes? Porque en último término era lo que se pretendía y lo que se ha conseguido. Ser parte de una organización terrorista fue durante mucho tiempo una cuestión de respuesta única, o se pertenecía o no. Más tarde, con el concepto “entorno de ETA”, el asunto se difuminó, dándose casos como el cierre del periódico Egunkaria en 2003 y las acusaciones de colaboración con banda armada a parte de su directiva. La propia Audiencia Nacional absolvió de todos los cargos a los acusados en 2010, dejando en la sentencia una frase que resumía el problema de base: “La estrecha y errónea visión según la cual todo lo que tenga que ver con el euskera y la cultura en esa lengua tiene que estar fomentado y/o controlado por ETA conduce a una errónea valoración de datos y hechos y a la inconsistencia de la imputación”.
En estos momentos, con la banda desaparecida hace cinco años, se están desarrollando, en el lenguaje mediático, político y judicial una serie de expresiones que carecen de cualquier valor probatorio pero que transmiten un mensaje rotundo. En el artículo de La Razón titulado Alsasua aplaude a los agresores se puede leer: “Podía observarse la escenografía proetarra, en pancartas con viejos mensajes, como ‘Amnistía osoa’, y en detalles, como la utilización de ramas de árboles para sostener las pancartas con lemas como ‘Los queremos en casa’”. ¿Qué es escenografía etarra?¿Cuál es la categoría penal en la que se incluye el delito de “viejos mensajes” o colgar carteles de ramas de árboles? En otro ejemplo, el diario El País, al dar la noticia del contenido del auto de Lamela, la sitúa bajo el epígrafe “El final de ETA”. ¿Si una noticia es protagonizada por supuestos independentistas asumimos que existe una relación con la banda? En una crónica, El Mundo recoge la opinión del historiador Fernández Soldevilla: “ETA no mata, pero los cimientos intelectuales del terrorismo siguen casi intactos». ¿Qué es compartir cimientos intelectuales, equivale a compartir militancia? La propia juez Lamela habla en el auto de que “los hechos se desarrollaron dentro del ambiente” de un movimiento político. Pertenencia, colaboración, entorno y, ahora, ambiente.
En este caso, en mi opinión, lo que se deberían juzgar son unos hechos que, si sucedieron de la forma en que se describe en el auto, son por sí mismos graves y reprobables. Lo que está pasando, en el juicio paralelo de los medios, parece el intento de relacionar al independentismo con lo delictivo y la vuelta forzada a la actualidad de una banda terrorista desaparecida de facto. En el caso de los titiriteros, cabe recordar, se transformó una crítica teatral a la policía en un delito de apología terrorista, incidiendo de igual forma en la ideología de los protagonistas y transformando la metáfora de la manipulación, el cartel de la marioneta de “gora alkaeta”, en manipulación en sí misma al otorgarle un valor real. “Primero se decidió cuál fue la conclusión de la que se predica sin base, que es indiscutible, y luego se buscan las señales, vestigios e indicios, y por último, se rechaza cualquier sentido de estos que no apoye la conclusión” sentenciaba la Audiencia Nacional en la absolución de Egunkaria.
Creo que los detenidos en Alsasua hicieron algo que no debían hacer y por lo que pagarán no sólo a nivel judicial, pero también creo que les ha tocado llevar un peso de algo que está muy por encima de ellos. De una excepcionalidad que impide hablar reposadamente sin recibir insultos, amenazas o quedar marcado profesionalmente. De una situación extraña donde quien debería estar al margen de la política parece hacer política, donde quien debería buscar la normalidad busca reavivar miedos, donde quien debería dar información se constituye en tribunal social. Que en Alsasua existe un conflicto parece claro, que la mejor forma de resolverlo no es esta también.
Lamela es una sociopata. Se aprovecha de su poder para abusar de el, utilizando la legitimidad que le otorga su autoridad , para sublimar sus convicciones que en este caso podrían calificarse como un odio a éticas contrarias a la suya. Esta juez no es parcial pues como podemos constatar con el proces al independentismo, se permite despreciar los limites de su competencia, reclamando causas que no le incumben. Para estos chicos y chicas, tampoco tiene competencias y es por esa razon que siempre pervierte el contexto de las causas para ponerlar a la altura de sus prejuicos. Como decia , me temo que es una sociopata o intolerante mala persona.