Opinión
China funciona (y empieza a gustarnos)
"El gigante asiático ha sabido convertir su sincretismo cultural en un camino hacia la primacía mundial. El modelo atrae adeptos en un Occidente enmarasmado cada vez más atraído por los sistemas que 'funcionan', sea como sea y a costa de lo que sea, de un modo que recuerda a la triple fascinación fascista-estalinista-rooseveltiana de los años veinte y treinta", escribe Batalla.
La religión china no fue revelada una tarde en lo alto de una montaña a un profeta que bajara de ella con un libro grueso bajo el brazo. La cultura del país es sincrética, adepta a la incorporación progresiva de cualquier enseñanza que se considere útil para preservar la armonía cósmica. El confucianismo, el taoísmo y el budismo convergen en el Sanjiao, las «tres enseñanzas» a las que a veces se añade una cuarta: la religión popular china; y sus creyentes saltan de la una a la otra de un modo desconcertante para la mirada abrahámica.
«Tres enseñanzas son mejores que una», afirman, y la misma persona puede ser confuciana en el puesto de trabajo o el seno familiar, en los que prevalezca el ideal jerárquico y de superioridad masculina de esa tradición; taoísta –una tradición más amable con las mujeres– para el cuidado de su salud a partir del taiji-chuan y el qigong, prácticas de búsqueda de la longevidad cuyo objetivo es fortalecer el cuerpo y agudizar la mente; y budista cuando fallece un miembro de su familia, y la inquietud por el más allá lo haga buscar los sutras de un monje de esta confesión, más preocupada que las otras dos por la vida ultraterrena.
La palabra religión, de hecho, no tuvo traducción en chino hasta que el contacto con Occidente obligó a buscarla, a principios del siglo XX. Se acuñó entonces el neologismo zongjiao, que significa «enseñanzas ancestrales (o de clan)».
Gato negro, gato blanco
Con la llegada de Occidente, la modernización y la industrialización, las «tres enseñanzas» empezaron a ser atacadas como supersticiones y un obstáculo al progreso; y más tarde, la revolución maoísta las persiguió con saña. Pero la cosmovisión subyacente a ellas siguió operando en un país cuyo comunismo fue peculiar desde el primer momento: una nueva «enseñanza» que podía, ella también, amalgamarse con otras cuando fuera necesario. Cuando Deng Xiaoping abrió las puertas de China al libre mercado, pronunció célebremente una frase muy sanjiao: «gato blanco o gato negro, lo que importa es que cace ratones».
Deng argumentaba que la economía planificada o de mercado eran meras herramientas para la distribución de recursos y no implicaban necesariamente unas instituciones políticas determinadas: el socialismo podía tener mercado, y el capitalismo planificación. La máxima de los dos gatos se popularizó en 1992, durante la «inspección del sur»: una gira por las provincias meridionales del país durante la cual se reanudó y fortaleció la implementación del programa Reformas y Apertura, que se había detenido después de las protestas de la plaza de Tiananmén.
En los últimos tiempos, el Partido Comunista Chino incorpora un tercer gato a la plantilla de cazadores felinos de ratones: el confucionismo, otrora perseguido, pero ahora recuperado de una manera que cierta anécdota que T. H. Jiang y Shaun O’Dwyer incluyen en un artículo sobre ello ilustra bien. Ocurrió en enero de 2019, en la ceremonia de constitución, en la Universidad de Pekín, de una Asociación Marxista oficialista, pensada para contrarrestar la inquietud neomaoísta, crítica con el capitalismo rojo, que cundía entre los estudiantes.
La primera conferencia del día corrió a cargo de Yang Lihua, un profesor de filosofía china sin experiencia en estudios marxistas, que peroró sobre cómo ser una persona virtuosa a partir de la lectura de un texto confuciano del siglo XII que constituyó la ideología oficial de la China imperial tardía: Reflexiones sobre cosas a mano, de Jinsi Lu. Fue el segundo orador, Sun Xiguo, quien se encargó de conectar tales reflexiones con la doctrina marxista, citando sentencias del neoconfucianismo para interpretar los principios básicos del pensamiento Xi Jinping.
La épica transversal del funcionar
Ratones, cada vez caza más la que aún no es, pero va camino de convertirse en la primera potencia mundial. El modelo funciona e incluso empieza a revelarse capaz de afrontar, con mayor eficacia que Occidente, el mayor desafío de la historia de la humanidad: el cambio climático antropogénico. China ya no solo nos evoca grandes factorías extremadamente contaminantes, sino redes colosales de generación de energía solar, como la construida recientemente en los desiertos de Tengger y Gobi, con capacidad para generar 600 gigavatios de electricidad, superando la mitad de la potencia energética total tanto de Estados Unidos como de Europa. La capacidad total eléctrica de Estados Unidos se sitúa aproximadamente en los 1.100 gigavatios, una cifra similar a la europea.
Hazañas como esta o el campanazo de DeepSeek y el anuncio de otras, como el proyecto Tianwen-3, una misión que, si todo sale bien, traerá en 2028 muestras de Marte a la Tierra antes que la NASA, colocando a China a la vanguardia de la carrera espacial, van dibujando una imagen tan inquietante como pegadiza, que el poder chino, por supuesto, aviva propagandísticamente: la de un Occidente enmarasmado e incapaz, enredado en la maraña irresolutiva de la cháchara democrática, mientras una China creativamente autoritaria se convierte en el «país del futuro» al carecer del lastre que suponen las instituciones democráticas en un tiempo de retos formidables.
Un prochinismo a veces abierto y a veces inconfesable gana adeptos que nunca hubieran creído que lo fueran a ser, y a pesar de no perder la conciencia de todos los aspectos tenebrosos del modelo chino, de la represión de disidentes políticos al genocidio uigur. A China empieza a beneficiarle también el desesperado malmenorismo que expresa bien este tuit de Jónatham F. Moriche: «De los cuatro mayores partidos políticos gobernantes del mundo, tres son rabiosamente ilustrados y fascistas (Rusia Unida, GOP/Likud, BJP) y un cuarto (PCCh), siendo severamente autoritario, no es antiilustrado ni rigurosamente fascista. Ética del mal menor, mal que nos pese».
Nuestro momento histórico comienza a recordar poderosamente a los años veinte y treinta. Aquellas fueron décadas de crisis liberal y atracción promiscua por los modelos que funcionaban, lo hicieran como lo hicieran, y a costa de lo que lo hicieran. Funcionaba, parecía funcionar, el fascismo y funcionaba la URSS, otro «país del futuro» que no solo atraía las simpatías del movimiento comunista internacional, sino las de un más difuso vitalismo heroico que, disintiendo de la forma política de la patria del proletariado, no dejaba de admirar las proezas industriales de aquella raza de «templadores de acero».
El New Deal de Franklin D. Roosevelt, con sus grandes obras públicas, su refundación welfarista del país y sus subvenciones a poetas que cantaran las gestas, fue la versión democrática de aquel anhelo homérico, pero se daban admiraciones híbridas, elogios combinados de dos de las tres épicas, e incluso de las tres –en una época en la que aún no se habían desencadenado o no se conocían los horrores del Holocausto o el gulag–. He ahí, por ejemplo, a Rexford Tugwell, uno de los integrantes del Brain Trust de Roosevelt, que en una ocasión describió al fascismo mussoliniano como «la pieza de maquinaria social más limpia, ordenada y eficiente que he visto en mi vida. Me da envidia». Pero Tugwell también había visitado la URSS en 1927, como parte una delegación comercial, y había vuelto de allá fascinado por la planificación y adepto a un socialismo radical que hizo que se lo empezara a conocer como «Rex the Red».
China, hoy, nos seduce del mismo modo que los gigantes desarrollistas de entonces, pero también vemos a gentes que a veces son las mismas cautivadas con, por ejemplo, El Salvador de Bukele. Su épica de abolición expeditiva de la delincuencia a la fuerza mengua al cocer, forzosamente alberga tinieblas, las visibles y las subterráneas, pero funciona. Y para algunos que cada vez son más, eso empieza a ser todo lo que importa.