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Mujeres que resistieron y reexisten: “Lo que está pasando no se puede olvidar”

El Ayuntamiento de Sevilla y varias asociaciones memorialistas homenajean a las luchadoras antifranquistas en un acto en el que la pérdida de derechos y la victoria de Trump centran las nuevas batallas.

Y poco más. Y no sé qué más decir. Y no mucho más… Así concluyeron sus testimonios -de escasos minutos- varias mujeres después de haber contado que pasaron hambre en la cárcel, que fueron humilladas, que se quedaron sin padres antes de nacer, que fueron señaladas por ser pobres, que consiguieron la readmisión de trabajadores en fábricas, que se desgañitaron por llevar el agua corriente a sus barrios, escuelas, centros de salud, ¡un convenio colectivo! Y poco más. Y no sé qué decir. Y no mucho más… Después de narrar en primera persona que hacían todo eso en su casa con sus hijos a cuesta mientras sus maridos trabajaban o dormían la siesta; y que hacían todo eso en sus partidos con sus hijos a cuesta mientras sus compañeros, sus camaradas, las llamaban niñas. Y poco más. Y no sé qué decir. Y no mucho más… Lucharon contra la dictadura, pelearon por la transición, quisieron hacer real el mundo justo y solidario que tenían en sus cabezas y no han parado de trabajar, la mayoría de manera anónima, para construir una sociedad igualitaria, sin clases sociales, evolucionada y sin «trogloditas» ni «cromañones» como Donald Trump.

Son luchadoras antifranquistas. Que existieron, que resistieron y que reexisten. Rosario Prado, Mercedes Liranzo, Julia Campos, Fátima Carrillo, Francisca Adámez, Antonia Parra, Carmen Hermosín, Rosario García, Concha Morón, Dolores Úbeda, Mari Paz Sánchez, Dolores Escudero, Servanda Arcasas, Virtudes Ávila, Esperanza Cortés, Margarita Laviana… y todos los nombres de mujeres que quedan por rescatar. El pasado fin de semana fueron homenajeadas ante un auditorio numeroso -pero no tanto como el que merecen- dentro del ciclo Espacios para la Memoria Histórica, un carrusel de actividades organizadas por la Mesa de Participación de Memoria Histórica de Sevilla, conformada por asociaciones memorialistas de la ciudad, sindicatos y partidos políticos con representación en el Ayuntamiento. «No es un ejercicio de nostalgia, sino de memoria viva de estas luchadoras por la libertad en un momento en que se extienden por Europa y por EEUU los movimientos fascistas, después de que Trump nos haya humillado públicamente», reivindicó la abogada laboralista Aurora León.

A Julia Campos, una de esas mujeres imprescindibles -como las denominó la directora del Centro de Estudios Andaluces, Mercedes de Pablos, en la clausura del acto- le arde el gesto cuando escucha el nombre del presidente electo de EEUU. Ella, que desde los 16 años se integró en el Partido Comunista, narró cómo las actividades clandestinas de su marido, en el punto de mira del régimen, desplazaron sus aspiraciones políticas y sociales: «A mí el partido me retiró a mi casa. Me convirtió en ama de casa. Y en cierto modo, cuando lo detienen, para mí fue una liberación, entiéndaseme bien. Como persona fue una liberación porque ya no había peligro y pude retomar mis actividades». Mercedes Liranzo, que acompañó a su marido a la deportación -«Yo me deporté sola»-, refleja también la injusticia crónica con la que caminan las mujeres: «Nosotras vivíamos en una contradicción: nuestros ideales, tan altos como los de ellos, chocaban con la vida cotidiana. Y en las reuniones, el punto sobre la mujer siempre era el último en el orden del día, que siempre quedaba para la siguiente reunión, también en el último punto del orden del día».

Aquellas mujeres tenían la misma conciencia política que sus compañeros, pero hubo varios factores, como señaló la investigadora Pura Sánchez, que han invisibilizado su lucha: «Se ha considerado que estas luchas, que eran espontáneas muchas veces, no eran luchas por eso, y se comparaba con la de los hombres, que eran estratégicas y organizadas por los partidos. Además, las mujeres eran líderes coyunturales. Los hombres eran líderes elegidos y nombrados por el partido y no necesariamente de manera democrática y no necesariamente por su valía. Y al ser reivindicaciones muy concretas, a veces los varones que han estado en la construcción de la memoria, han considerado que faltaba incidencia a la lucha en general».

No debió pensar lo mismo Utrera Molina, que, según contó De Pablos, pronunció la siguiente frase ante la movilización de Esperanza Cortés y sus compañeras para la readmisión de unos 1.800 despedidos en la empresa sevillana de construcciones Saca. Ellas, prosiguió De Pablos, inventaron el «no nos moverán» mucho antes de que en el 69 sonara en París. Ellas protagonizaron varias huelgas y amenazaron con reventar una de las procesiones de la Virgen de los Reyes. Y ellas lograron que la empresa devolviera a sus puestos de trabajo a los despedidos. «Que seáis visibles no es vanidad, es justicia. Que os demos las gracias no es generosidad, es justicia y es necesidad», concluyó la directora del Centro de Estudios Andaluces.

La combativa Rosario García agradeció el homenaje al ayuntamiento pero ironizó con la tardanza: «40 años después… Es que si no lo digo no soy la Rosario de mi barrio». Charo, que corrió muchas veces delante de los grises, radiografió la situación del país en apenas dos frases: «Han abierto las puertas y hemos entrado en el rellano de la escalera, pero hay que subir los peldaños. Mientras estemos tiradas en la calle, será porque las cosas ni en Sevilla, ni en mi barrio, ni en España han cambiado». Ella acudía al colegio de monjas vestida con un babi blanco y un lacito en la cabeza. Las demás niñas llevaban uniformes y cuellos duros: «Las clases estaban en el colegio. La sociedad cambiará cuando desaparezcan las clases sociales. Aquí no hay desigualdades. Están los pobres y los ricos». «Encontrarme a confidentes en las cajas de ahorro en pedazos de puestos… Eso no se debería haber negociado en la vida», afirmó Fátima Carrillo.

Antonia Parra, cuyo padre fue fusilado dos meses antes de que naciera, subió al escenario con ayuda de su hija y de las fuerzas que la han convertido en la mujer honesta y digna que representa: «He estado luchando y lucho por la memoria de mi padre. No aparece ni creo que aparezca. Me he criado como mi madre pudo, trabajando y pasando muchas calamidades. Eso es lo que puedo decir». La razón la avala, sentencia su hija, Ana.

Y poco más. Y no sé qué más decir. Y no mucho más. Y yo quiero simplemente decir: «Que hemos hablado mucho de la memoria histórica, de los problemas que ya todos hemos pasado. ¿Pero qué pasa con lo que está pasando ahora?», se preguntó en la última intervención Dolores Escudero. «Lo que está pasando ahora -continuó- no se puede olvidar porque nos han hecho perder todo por lo que hemos luchado, por una democracia, por un sueldo digno, por unas libertades que para mí no son libertades… No quiero seguir porque me emociono, gracias».

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