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El Franco decapitado: la última batalla entre independentistas y comunes

"Aquí hay una batalla por la hegemonía cultural entre los comunes y Junts Pel Sí. Entre los comunes y los independentistas. La exposición se ha visto interferida por esta polémica. Pero eso no es culpa de la exposición", defendía esta semana Manel Risques

Operarios del ayuntamiento terminan de desmontar la exposición de las estatuas en la puerta del centro cultural.

Tras la tormenta, junto al centro cultural del Born, en Barcelona, sólo quedaban algunos restos de pintura roja en el suelo y un puñado de periodistas de televisión conectando en directo. La sensación este viernes era la de la calma tras la batalla. La estatua decapitada de Francisco Franco, expuesta en una plaza en el marco de una exposición que denunciaba la impunidad de la dictadura, había acabado siendo retirada después de haber sido atacada en varias ocasiones a lo largo de cinco días. Pintura, huevos, una muñeca hinchable, una bandera estelada, otra del orgullo gay… hasta que, finalmente, tres jóvenes la derribaron. “Esto era muy difícil, muy difícil que no pasara”, comenzaba su editorial ese mismo día Mònica Terribas, en la cadena pública Catalunya Ràdio. “A pesar de que es un acto…”, la periodista hace un breve amago de risa, “violento contra esta estatua, esto es el final de un episodio que ya se podía prever”.

Lo cierto es que sí, se podía anticipar, y el asunto va más allá de un simple rechazo al dictador. La polémica ha llenado muchas horas en los medios públicos catalanes desde que se anunció la exposición, que tenía el objetivo de hacer reflexionar, a través de la historia de tres esculturas, en torno a la impunidad de la simbología del franquismo y su presencia actual en forma de monumentos y calles en muchos puntos de la geografía catalana. Pero el objetivo, el hecho de que a la escultura de Franco sobre su caballo le faltaran la cabeza y una pierna, o que hubiera a sus pies una placa explicativa, no importaba. El fuego lo abrió en agosto, de manera contundente, el diputado de ERC en el Congreso de los diputados Joan Tardà, con un tuit dirigido a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau: “Exponer unos días en la calle a Franco cuando hay miles de víctimas sin reparación es normalizar la anomalía. Por favor, no lo hagas”. Inmediatamente, el teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, respondió en la misma red social: “La anomalía es no hacer más pedagogía contra la impunidad”. A lo que añadió que la exposición era “temporal”, estaba “debidamente contextualizada” y buscaba impulsar “una reflexión colectiva” sobre la impunidad del franquismo.

Pero ERC subió la presión. El líder del partido en Barcelona, Alfred Bosch, emitió ese mismo día un comunicado en el que rechazaba la instalación en el Born de “dos estatuas del fascismo, una de ellas del dictador encima del caballo”. El detalle de que a la escultura le faltase la cabeza y una pierna y que fuera, por tanto, poco dada a la exaltación, no se destacaba en prácticamente ninguna críticas. Portales independentistas como Vilaweb publicaban ya titulares como éste: “El Ayuntamiento defiende que se expongan estatuas de Franco en el Born”. Había comenzado la campaña. “Cuando en el Estado aún no se han retirado todas las muestras franquistas, que desde un ayuntamiento como el de Barcelona se expongan esculturas franquistas, por más que se interroguen entre ellas, es frívolo e innecesario y puede ser interpretado como un insulto para muchas víctimas del franquismo”, añadía Bosch en su comunicado. Pronto se añadieron con algunas declaraciones otras personalidades del sector independentista, como el diputado Lluís Llach o la periodista Empar Moliner, entre otras. También el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, y algunos colectivos memorialistas.

Dos factores del conflicto

Sin embargo, ERC ha sido la más continua y furibunda en sus ataques al consistorio por la exposición. La animadversión no es nueva. El desencuentro prendió meses antes del anuncio de la exposición a raíz, principalmente, de dos factores. Por un lado, el acuerdo de gobierno entre Barcelona en Comú y el PSC en la capital catalana en mayo, que Alfred Bosch tildó de “muy decepcionante y desafortunado para la ciudad”, permitió a cuatro concejales socialistas asumir puestos en el gobierno. Desde ese momento, ERC comenzó a mostrar una combatividad hasta entonces sorprendente, quienes, como la CUP, creen que podrían sumar a parte de la base social de “los comunes” al independentismo, cuyo ‘procés’ entra ya en su fase final, según la hoja de ruta de Junts pel Sí.

Las acusaciones de banalización e insulto a las víctimas erigidos por ERC fueron contestados contundentemente por el comisario de Memoria del Ayuntamiento de Barcelona, Ricard Vinyes, en un artículo en el diario Ara en el que aducía que, “más que un argumento es un despropósito confuso, poco informado”, “imprudente y excesivo”. Y hacía un repaso por varias manifestaciones artísticas que se han servido de simbología franquista. El más conocido, los recurrentes gags del programa de humor Polònia en el que un actor caracterizado de esa misma estatua de Franco -cuando aún conservaba la cabeza y la pierna- era la protagonista y daba discursos satíricos a los espectadores.

En cuanto al segundo factor, se juega también la batalla en el plano de las ideas: el centro cultural del Born, donde tiene lugar la exposición, es un espacio dedicado a la memoria de 1714, año en la que las tropas borbónicas tomaron Barcelona durante la Guerra de Sucesión. La fecha es uno de los mitos fundacionales del independentismo. Sin embargo, Colau y los suyos plantean convertir el centro en un lugar donde quepan “todas las memorias democráticas”. Así lo explicaba Gerardo Pisarello el 4 de agosto, dos días después de que estallara la batalla ideológica. Anunció que se proponían “hacer un debate público y fortalecer el papel del Born como centro de memoria” que “vaya más allá de los hechos de 1714”. Esta pretensión encendió rápidamente a los independentistas, tanto de ERC como de CIU, quienes pensaron que estaban ante un intento de anular la carga nacionalista del centro. De hecho, es una pregunta habitual en las numerosas tertulias que se han hecho sobre el tema en la radio y televisión catalanas: Si la estatua de Franco no hubiera estado en el Born, ¿habría acabado igual?

“Batalla por la hegemonía cultural”

En una entrevista con Vilaweb, el responsable de la exposición, Manel Risques, se defendía, un par de días antes del ataque definitivo a la escultura decapitada, cuando se le criticaba el lugar escogido para realizar la exposición. “¿Pero dónde quieres hacerlo? ¿En la Via Laietana? ¿Dónde exactamente? […] Yo no quiero confrontar la memoria del 1714 y la del 1939, sólo faltaría. Al revés: yo digo que 1939 tiene un impacto parecido a 1714, pero con la diferencia de que las consecuencias de impunidad son visibles en el espacio público todavía hoy”. Eso sí, admitía que no le había gustado ni la polémica ni los orígenes, que situaba en el tuit de Joan Tardà. “Persona con una militancia antifranquista clarísima. Nadie lo discute. Pero no entiendo cómo podría decir eso. ¡No había visto ni el contenido de la exposición! Aquí hay el hambre y las ganas de comer. Todos tienen su memoria antifranquista. […] Aquí hay una batalla por la hegemonía cultural entre los comunes y Junts Pel Sí. Entre los comunes y los independentistas. La exposición se ha visto interferida por esta polémica. Pero eso no es culpa de la exposición. Y me sabe mal”.

Y es que si los independentistas parecen haber pasado a una ofensiva ideológica clara en los últimos tiempos, los comunes inciden más en la pluralidad de la memoria. El mismo centro cultural del Born es en sí mismo un campo de batalla. El espacio patrimonial se inauguró en septiembre de 2013 para celebrar el “Tricentenario” de la caída de Barcelona a manos de tropas borbónicas. En cambio, el equipo de Gobierno de Ada Colau rebautizó el espacio a principios de año como Born Centro de Cultura y Memoria. Según defendió Pisarello durante el anuncio, el Born “es un lugar de memoria, pero que se tiene que combinar con todas las posibilidades culturales del corazón de la ciudad. Tiene que ofrecer una mirada plural y tan independiente y profesional como sea posible”. El teniente de alcalde advirtió que querían recuperar la “memoria democrática infrarrepresentada”. “Queremos tener en cuentra al movimiento vecinal, feminista, obrero, la memoria republicana…”, adelantó. Por eso contarán con espacio líderes vecinales como Emília Llorca, de la Barceloneta, represaliados por el franquismo como Salvador Puig Antich o figuras como el que fue alcalde de la ciudad Carles Pi i Sunyer.

Hace una semana, al hilo de la polémica, Risques se expresó de este modo en un artículo en el diario Ara, en clara referencia a los partidos independentistas: «Pobre es un país que en una exposición lleva a construir un ‘debate’ sobre la ofensa y el juicio de intenciones. Pobre es un país el que cuando se ha de encarar con su pasado interesadas escenografías de indignación impiden razonar». «Si no podemos todavía encarar este debate de forma civilizada tenemos un problema, y grave, ya que la perversidad se impone a la virtud, y al voluntad de poder desplaza sin escrúpulos toda otra consideración», continuaba. Y finalizaba de este modo: «Tenemos muchos motivos para indignarnos, pero una sociedad avanzada ha de ser capaz de interrogarse sobre el alcance de la lucha, de la pasividad y de la colaboración en este pasado todavía presente. ¿O preferimos escenografías que construyen relatos imaginarios?».

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