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La representación y la madeja, Podemos ante su debate
"Hasta ahora hemos visto cómo ha dicho las cosas Podemos y cuáles han sido sus motivaciones para haberlas dicho así. Pero ¿qué es lo que dicen y quién lo hace?"
El ser humano tiene una necesidad irrefrenable de representar la realidad. Resulta curioso que algo que se tiene al alcance de la mano, apenas a un paso de nuestra mirada, requiera de tantas palabras, pinceladas y golpes de cincel para reconstruirse de nuevo. El resultado, aun pretendiendo replicar lo existente, siempre acaba por ser diferente. Esa diferencia somos nosotros, nuestra necesidad de trascendencia, de traducción entre lo que es nuestro entorno y lo que significa para nosotros.
A medida que evolucionamos, nuestros deseos y frustraciones, nuestros temores y certidumbres, marcan lo que seleccionamos y desechamos a la hora de la representación. Por eso Altamira fue un intento de simbolizar lo cercano y lo inmediato, pero también un acto artístico: quien hizo aquellas pinturas eligió aquello que le conmovía para trascender del momento en que fue hecho.
La política no es un arte, pero sí se vale de la representación. De todos los fenómenos que se dan en la sociedad humana se eligen los más convenientes para trazar alrededor de ellos teorías que los expliquen, que ayuden a suprimirlos o fomentarlos, que induzcan una transformación en el objeto del que parten. La política no se contenta con pintar el cuadro, con describir la escena, sino que acude a lo que la inspiró para luchar por su mantenimiento o su cambio. Lo que a la gente que hace política se le suele olvidar es que sus cuadros o novelas, sus teorías políticas, son tan falibles y parciales como las artísticas y, desde luego, obligatoriamente diferentes al elemento material que las provocó.
Podemos asumir este hecho como una tragedia y caer en el desamparo que niega los grandes relatos, o bien aceptarlo como el fruto esperable de nuestros sesgos y aguzar los sentidos y el entendimiento para lograr unas representaciones, unas teorías, lo más fieles y por tanto útiles a la realidad. Lo que sí parece, por cómo se trata la teoría política desde hace tiempo, es que o se desconoce o se niega todo lo anterior, dándole al hecho teórico una importancia plena. Parece decirse que no sólo es posible pintar infaliblemente un cuadro, sino que eso, por sí mismo, alterará el modelo que lo inspiró.
El debate que ya se está empezando a hacer patente en Podemos encierra multitud de cuestiones, que pueden ir desde el control del partido hasta la mera ambición personal, y se va a librar en el campo del que estábamos hablando, la teoría, con una ansiedad notable por ofrecer al público una representación acertada que valga como herramienta para la consecución de sus objetivos. Esto es celebrable, mucho más al menos que las luchas intestinas entre familias indiferenciables, entorno típico de la derecha, donde ante la necesidad de conservar más que de transformar, la teoría política acaba siendo un bestiario de maquinaciones, zancadillas y sombras.
Teoría y discurso
Sí sería de agradecer que este debate no acabara siendo sobre Podemos, en esa necesidad de autoafirmación tan recurrente de la nueva política, sino sobre qué puede ofrecer Podemos a la sociedad. En ese sentido lo primero que convendría sería dejar de confundir la teoría con el discurso, esto es, la retórica que pretende hacer mensaje digerible el aparato simbólico que hay detrás. Máxime cuando el discurso en Podemos ha sido muchas veces una excusa para la refutación de tal o cual coyuntura. Si la teoría se hace comprensible en el discurso y esto mueve a una estrategia desarrollada en unas tácticas, no podemos en base a unas necesidades tácticas desarrollar un discurso que encima pasaremos por teoría.
Es cierto que parece consustancial a una organización tan nueva que se den ciertas inconsistencias en el discurso, que las tácticas varíen sin previo aviso por las situaciones tan peculiares en las que el país está inmerso, aunque lo verdaderamente notable han sido los bandazos teóricos que se han dado y que han ido desconcertando cada vez más a sus votantes. Cuando consideras que el centro de tu actividad política se basa en lo que dices, y lo que dices se basa en las necesidades del cortoplacismo electoral, el resultado es que no hay teoría que te arrope por ninguna parte, sino un tragabolas de consignas ocurrentes.
Ese cortoplacismo electoral ha llevado a Podemos a una búsqueda desesperada de una mal entendida respetabilidad. Cualquier persona descontenta con lo existente tiene una deuda con Podemos por el impacto que supuso en la política nacional, por su capacidad de infundir esperanza y hacer visible la idea de la posibilidad de un cambio. Pero por otro lado Podemos tiene una deuda con toda esa gente, sobre todo la más joven, al deslizar la idea de que lo que es cierto debe quedar bajo lo que se debe decir.
Es verdad que cualquier política que pretenda un cambio se encuentra siempre con una serie de resistencias. De esas resistencias una de las más importantes es la que se establece entre la percepción de lo que ya hay, las ideas dominantes, como lo natural, lo razonable o lo responsable y las ideas que pretenden cambiarlo, que siempre aparecen como aventuradas, lejanas o irrealizables. De ahí que la gran obsesión en la política de izquierdas haya sido siempre la de hacerse entender, es decir, la de reducir esa resistencia, esa tensión, entre lo que hay y lo que puede haber, intentado despojar de sus categorías artificiales e interesadas a esos dos polos, lo existente y lo posible.
El problema surge cuando se plantea que es imposible hacerse entender exponiendo lo que sucede o explicitando lo que se es, por una negación de que se pueda romper esa tensión entre las ideas dominantes y las que se le oponen. Se plantea así un falso e interesado debate donde a todo aquel que propone hacerse entender mediante la pedagogía, esto es, desvelando lo ficticio de las categorías que el poder aplica a lo existente y al cambio, se le vaticina el fracaso. Mientras que se plantea como un éxito seguro adaptar las ideas de cambio a las ideas ya existentes. La propuesta es atractiva, casi hipnótica, porque parece librarnos del gran problema del hacerse entender, bandeando, obviando, la resistencia a lo nuevo y apropiándose de las categorías ya existentes de lo natural, lo razonable y responsable.
El gran defecto de esta hipótesis -que de momento no ha logrado ningún cambio social de gran envergadura- es que al rehuir el conflicto con lo dominante, al aceptar las categorías consensuadas en vez de enfrentarse a ellas, si no consigue un éxito inmediato por la vía de lo electoral, acaba por reforzar esas categorías a las que se enfrenta -además de provocar una desubicación importante a su electorado-. No solamente esas abstracciones llamadas lo nuevo y el cambio acaban pasando pronto a ser identificadas como lo viejo y lo existente, sino que en la simbiosis acaban por otorgar sus cualidades a lo que pretendían combatir. Al final, parece que cuando optas por intentar ser respetable o razonable, en vez de combatir esas categorías explicando lo arbitrario e interesado de las mismas, no consigues que el traje te siente bien pero lo revalorizas al llevarlo puesto.
Desconfianza
Esta forma de entender la política, la del discurso como elemento principal y la de asumir la imposibilidad del éxito mediante el conflicto, no sólo expresan una desconfianza en la capacidad de los votantes y bases de Podemos, sino que explican en gran medida su construcción vertical. Hasta ahora hemos visto cómo ha dicho las cosas Podemos y cuáles han sido sus motivaciones para haberlas dicho así. Pero ¿qué es lo que dicen y quién lo hace?
La verticalidad es necesaria desde el mismo momento en que consideras que tu actividad principal como dirección -el ya famoso núcleo irradiador- debe ser ofrecer una narrativa llena de palabras sin connotación, no conflictivas y respetables, que creen el sujeto del antagonismo que te permitirá conseguir tus objetivos, fundamentalmente electorales. Desde esta visión es Podemos, como sinécdoque de su dirección, el que debe construir al pueblo, no como metáfora accesible de clase trabajadora, sino como una miscelánea transversal e imposible de definir en sí misma más que con categorías sentimentales.
Bajo esta perspectiva los cargos medios y las bases tienen un papel subalterno, unos como técnicos o piezas de la maquinaria de guerra electoral y otros como sustento visible y numeroso, casi especular, del partido. Curiosamente hay algo que recuerda a las formas neoliberales de organización empresarial, donde lo importante son los laboratorios de ideas que crean, más que ideología, percepciones consumibles y donde el resto de la empresa no es más que una serie de departamentos técnicos o manufactureros subcontratados.
Se puede decir que Podemos ha aplicado esta forma de conducirse propuesta por su secretaría política, Íñigo Errejón, desde Vistalegre hasta estas últimas elecciones, donde el propio secretario general, Pablo Iglesias, empezó a mostrar sus discrepancias tanto en su discurso como al apoyar la alianza con Izquierda Unida, a todas luces muy difícil de encuadrar en este modelo. Por otro lado, los Anticapitalistas, tercera pata de la ecuación, son los que con más fuerza se han opuesto al mismo, manteniendo también una distancia con Iglesias debido a su anterior apuesta organizativa. Curiosamente en el inicio de este debate, Madrid, gran parte de los cargos públicos y la dirección se ha posicionado al lado de Errejón, aunque algunos no parecieran tener especial afinidad ideológica con él, lo que señala que las hipótesis del secretario político dan cobertura y seguridad a los que ya han conseguido una cuota de poder.
Como en todo debate habrá que distinguir lo que los contendientes piensan de lo que dicen, como entre lo dicho y los motivos para hacerlo. Así, por ejemplo, palabras como horizontalidad, feminizar, cultural o cotidiano serán protagonistas, pero habrá que leerlas de forma diferente dependiendo de quien las pronuncie, no tanto por una cuestión de honradez, sino sobre todo viendo cómo se relacionan con el modelo político y organizativo que ha dominado Podemos hasta el momento.
En este debate a tres lo que se debería dar no es un enfrentamiento con las propias categorías que han venido primando en el partido morado, sino la oposición entre los significantes vacíos y las palabras llenas, o entre la primacía del discurso como un ente escindido de lo material o una herramienta al servicio del mismo. El debate debería ser sobre la efectividad de subsumir la política de izquierdas en el consenso de la política general u optar por la política de izquierdas que no renuncia al conflicto. O sobre si es necesaria la creación de un nuevo léxico que construya pueblo o utilizar las palabras de la calle para decir las cosas que no se dicen en la calle. La discusión debería girar en torno a si los significados son irrecuperables o hay que volver a resignificar lo que una vez tuvo significado para todos. Pero por encima de esto el entender que Podemos no es una pieza aparte, disociada de su mundo, que no hay una fórmula mágica que surja de la sabiduría de sus dirigentes.