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Elecciones vascas: las más abiertas de la historia

El 25-S revelará hasta dónde llega Elkarrekin Podemos y el impacto de la inhabilitación de Otegi. La originalidad de Podemos en el País Vasco es que ahora es un partido nacional el que defiende la identidad y el territorio.

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No resulta difícil imaginar el estado de nerviosismo que invadirá las sedes de los partidos políticos vascos, las redacciones de los principales medios de comunicación y hasta la oficina de algún que otro privilegiado laboral cuando la noche del 25 de septiembre comiencen a desgranarse los primeros resultados de los comicios autonómicos. Pese al hastío y agotamiento que parece cundir de manera irreversible entre la ciudadanía española ante la sucesión vertiginosa de citas con las urnas vividas en el último año, Euskadi encara sus elecciones con una mezcla explosiva de sensaciones que se balancean entre la incertidumbre y la esperanza por un cambio. Porque más allá de quien gane, la gran duda a estas horas de calor estival estriba en cómo se gobernará el País Vasco con uno de los parlamentos más fragmentados de todos los tiempos, si es que a las encuestas aún se les puede conceder el beneficio de ser una valiosa herramienta prospectiva.

Una dificultad que no llegará por el número de partidos que se sentarán en la Cámara de Vitoria-Gasteiz –hubo legislaturas con siete grupos– sino por el peso de la representación, por el reparto de los 75 escaños que hay en juego. Y en este escenario aparece una formación como Elkarrekin Podemos (EP), que tras ganar en las dos últimas convocatorias electorales, llega con el ánimo de cambiarlo todo. La irrupción de su discurso plurinacional presenta un nivel de progresión tan vigoroso en Euskadi que hasta los augures de las dinámicas electorales se encuentran descolocados. «Sí, sin duda [Elkarrekin Podemos] va a alterar mucho el mapa político vasco. Va a cambiar todo de arriba abajo en cuanto a grupos parlamentarios y a condiciones de gobernabilidad, haciéndola más dura de lo que ha sido la última con Iñigo Urkullu de lehendakari. No creo que vaya a perder muchos votos respecto a los que logró el 26-J porque aquellos comicios están tan frescos aún que no permiten que el electorado perciba claramente la diferencia con las autonómicas. Eso les va a beneficiar mucho», afirma Pedro José Chacón, profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco y analista habitual en varios medios de comunicación en Euskadi.

El aterrizaje de Podemos ha llegado en el momento ideal. Nadie lo duda y la prueba está por duplicado sobre la mesa del resto de fuerzas. La comunidad vasca vive hoy enfrascada en una transformación de conceptos que no existe en el resto de España con la excepción, quizá, de Cataluña. El antagonismo identitario clásico de los vascos, que tanta sangre derramó, se ha diluido a favor de una puja entre el reconocimiento de la plurinacionalidad frente al independentismo, y entre un eje izquierda-derecha muy nítido por la defensa de un equilibrio más o menos aceptable del bien colectivo y el bien individual. Y ante los ojos camaleónicos del PNV –con esa rara habilidad que ha desarrollado a lo largo de su centenaria historia para mover sus pupilas políticas con independencia una de la otra–, Podemos ha desplazado no sólo a la izquierda abertzale del tablero movilizador de una emergente y motivada sociedad civil sino que, por su carácter orgánico español, el discurso del partido morado ha empezado a convertir al PSE pero, sobre todo, al PP, en antiguallas representativas de un oscuro pasado que la ciudadanía comienza a superar tras un lustro sin violencia. «Podemos ha irrumpido en el debate con una novedad que ha desarbolado al resto de fuerzas y que no es otra que utilizar las mismas armas dialécticas del nacionalismo vasco, es decir, defendiendo el territorio y la identidad. La originalidad en Euskadi es que este argumento siempre fue el aval del PNV y Bildu frente al PSE y el PP. Ahora es un partido de ámbito estatal quien la enarbola con enorme éxito entre las nuevas generaciones de votantes a favor de la plurinacionalidad del Estado. Eso es lo que ha roto el statu quo vasco de manera irreversible. No tengo dudas», sostiene Iván Redondo, donostiarra de 34 años y propietario de la empresa de comunicación política Redondo y Asociados.

Lo que dicen las encuestas

A diferencia de lo que ha venido sucediendo en las últimas elecciones generales, los porcentajes de acierto de los sondeos que se realizan en Euskadi suelen ser elevados. Y los tres últimos elaborados de cara a los comicios del 25 de septiembre otorgan a la formación que encabezará Pilar Zabala –hermana de uno de los dos miembros de ETA que el GAL secuestró, torturó, asesinó y enterró en cal viva en 1983– el segundo puesto. Le precede el PNV, pero adelanta a Bildu, con unos datos sorprendentes: entre 17 y 19 representantes de los 75 que componen el Parlamento vasco, entre dos y cuatro escaños menos que los que conceden al eterno favorito, el PNV, que de cumplirse los pronósticos deberá gestionar la presidencia del gobierno con 21 asientos, seis menos de los que tiene en la actualidad. La encuesta del CIS publicada este jueves, después de la elaboración de este reportaje, otorga al PNV la victoria con entre 27 y 28 diputados; EH Bildu obtendría 16 y Elkakerrin Podemos, entre 15 y 16. «En mi opinión, la elección como candidata de Pili Zabala no sitúa a Podemos en la posición de cambio que muchos esperábamos y que, creo, sí representa el discurso de Otegi. No habla de modificar el sistema, ni pretende combatir con propuestas todo lo conservador que defiende el PNV. Me resulta decepcionante que en un momento de crisis que ha variado la agenda de todos los partidos para reconstruir un país devastado, Zabala tenga una visión tan corta de lo que es un cambio en Euskadi», asegura Amparo Lasheras, periodista y columnista habitual del diario Gara.

Por su parte, Bildu es un misterio. La mayoría de los analistas coinciden al asegurar que la inhabilitación de Arnaldo Otegi –a quien la obsesión del Estado por hundirlo sólo va a lograr que la mayoría de los vascos, abertzales o no, acabe paseándole de pueblo en pueblo sobre sus hombros, como los galos hacían con Abraracurcix– no incidirá excesivamente en los resultados electorales. Al menos en los de la coalición abertzale porque a nivel estratégico sí puede ser decisivo para que el resto de partidos arrinconen a un PP que lleva tiempo fuera de cobertura en Euskadi.

El Partido Popular vive sentado sobre un polvorín de disputas internas sobre el fin de ETA, dimisiones de algunos de sus líderes y declaraciones intempestivas como las de Javier Maroto sobre los inmigrantes que agitan negativamente a toda la formación. La esperanza popular es contener la tibia irrupción de un partido anecdótico en Euskadi como Ciudadanos (C’s), que podría lograr un escaño -ninguno, según el CIS-, y situarse como facilitador útil de un hipotético Ejecutivo del PNV y PSE ante la «amenaza antisistema» que suponen Bildu y Podemos, como repite cada día el exministro de Sanidad y candidato a lehendakari, Alfonso Alonso.

Difícil lo tendrá con un discurso tan poco conciliador y estigmatizado por la corrupción y los recortes, dos anatemas que provocan sarpullidos en la ciudadanía vasca. Su techo está en los 8 o quizá 9 representantes que le adjudican todas las encuestas.

Es una situación mucho más incómoda que la que tiene un Bildu en pleno proceso de adaptación a los nuevos retos de una sociedad que aprende a convivir a velocidad vertiginosa. El objetivo no declarado de la izquierda abertzale, cercenada por una decisión de la Junta Electoral de Gipuzkoa sobre Arnaldo Otegi que a excepción del PP nadie comprende ni aprueba, es evitar el presumible sorpasso de Podemos y mantener sus 21 parlamentarios actuales, algo que las frías encuestas le niegan al adjudicarle entre 15 y 17 escaños. Por su parte, el PSE puede perder hasta ocho asientos en la Cámara de Vitoria-Gasteiz, de 16 a 8, un golpe demasiado duro para los socialistas que, pese a todo, se presentan como los aliados preferentes del PNV de cara a la formación de un gobierno en minoría.

Las razones por las que los nacionalistas pueden volver a ganar las elecciones son varias. «Su apelación al voto institucional es constante en las últimas semanas. Y esto arrastra apoyos del PSE pero, sobre todo, del PP. Frente a las contradicciones mostradas por esos dos partidos ante el nuevo escenario, el PNV se ha reubicado con habilidad para competir con todas las garantías», indica Redondo. La realidad es implacable. El partido no sufre ningún espasmo por los efectos de la crisis, ni ha padecido los daños devastadores causados por la corrupción entre sus camaradas catalanes de CiU mientras que el frente independentista que le reclama Bildu es percibido por los jeltzales como un fabuloso espejismo en estos tiempos de oscuridad financiera que les ha tocado vivir. Su enorme aparato político se ha encargado de que ninguno de los asuntos cruciales de la paradoja vasca perturben su idea sagrada: el concierto económico, un icono que miman y protegen como un tesoro, conscientes de su inmenso valor social. De ahí que tengan a Albert Rivera (C’s) entre ceja y ceja desde que, en pleno subidón de fama y notoriedad, tuvo la ocurrencia de cuestionar la sacrosanta peculiaridad de Euskadi en sus relaciones financieras con el Estado.

Y aunque todo esto es otra historia no está de más recordar que para el PNV estas elecciones son las más importantes desde tiempos de Juan José Ibarretxe, por la igualdad prevista y por la aparición en el escenario de un elemento nuevo que ha mostrado un poderoso músculo movilizador. Ante este panorama puede comprenderse que los nacionalistas, que ahora amasan todo el poder institucional en Euskadi, encaren los comicios del 25 de septiembre con el mismo temor que en Holanda despertaban los tercios de Flandes.

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