Cultura
Spotify: un negocio sólo para algunos
El gigante sueco de la música en streaming vive un momento clave en sus ocho años de vida. Discográficas, artistas y expertos debaten sobre un modelo que no satisface a todos.
Reportaje incluido en el especial de verano de la revista La Marea.
Corría el año 2008. En plena decadencia de redes sociales centradas en la música como MySpace, que durante los primeros años del siglo XXI se convirtió en la gran plataforma para escuchar música en la Red, y con otros sistemas de intercambio de archivos vía P2P como Napster sepultados por las demandas judiciales, los suecos Daniel Ek y Martin Lorentzon ponían en marcha Spotify. La premisa era tan sencilla como ambiciosa: poner al alcance de los melómanos del mundo un servicio 100% legal de música en streaming, en el que tanto las bandas pequeñas y medianas como las grandes compañías discográficas pudieran repartirse el -hasta entonces casi incontrolable- pastel de la música en Internet. Para algunos, el futuro acababa de llegar en forma de icono verde.
Hoy, cuando están a punto de cumplirse ocho años de aquel lanzamiento, la compañía cuenta con 100 millones de usuarios en todo el planeta, de los cuales 30 son de pago. Un momento dulce al que el pasado mes de diciembre puso la guinda la incorporación del catálogo de los Beatles, una de las viejas demandas de sus usuarios, que desde entonces acumulan más de 70 millones de escuchas. Y pese a la más que notable penetración social y los buenos datos, muchos se siguen preguntando por la viabilidad de un modelo de negocio que parece no serlo tanto para algunas de las partes implicadas.
Mientras que la media de salarios de la plantilla de Spotify, compuesta por 1.600 trabajadores, ronda los 151.000 euros anuales según datos de la propia empresa, los derechos que llegan a la mayoría de los artistas son ínfimos, casi simbólicos. Un dato: cada vez que suena una canción de un determinado grupo o cantante, éste obtiene en concepto de royalties una cantidad aproximada de 0,0010 euros. O lo que es lo mismo: para llegar a obtener un salario similar al que percibe un trabajador de la propia Spotify, un artista debería lograr 151 millones de reproducciones de una de sus canciones.
Los elevados sueldos se los trabajadores de Spotify podrían llevar a pensar que la empresa nada en la abundancia. Nada más lejos de la realidad: en 2015 perdió 173 millones de euros, pese a haber ingresado un 80% más que durante 2014. ¿Dónde está el problema? Básicamente, en la elevada cantidad -1.633 millones- que ha de pagar en concepto de derechos de autor y gastos de distribución. Una circunstancia que llevó a muchos a especular con la posibilidad de que la empresa fuera vendida, algo que desmintió este mes de junio el propio Daniel Ek. «Tenemos el firme propósito de ¡demostrar que somos capaces de crear una superempresa aquí en Europa», declaró a Reuters.
El mal menor
«Tras 15 años de ensayo y error de diversas iniciativas digitales, creo que Spotify supone el único modelo que puede funcionar», opina el periodista y crítico musical Darío Manrique. «Es obvio que contra el gratis total no se puede competir, pero para aquel que esté dispuesto a gastarse un poco de dinero, la comodidad y la amplitud de repertorio que ofrece es considerable».
Pese a esa viabilidad, Manrique es consciente de que, para los grupos, Spotify es muy poco rentable. Pero es eso, o nada. «Hace 10 años, los discos estaban en Soulseek o en cualquier otra plataforma de intercambio de archivos P2P. Nos los descargábamos por la cara y los artistas no veían un céntimo. +Ahora, aunque sea poco, algo les llega, y los sellos y artistas saben que su música está bien presentada, con una calidad de sonido decente, con la portada del disco, ordenada, etc. Lo mejor es que los ingresos sólo pueden aumentar, porque cada vez habrá más suscriptores y porque la presión de los artistas conseguirá que el porcentaje que perciben sea cada vez mayor», apunta Manrique.
Para Julio Ruiz, veterano locutor de Radio 3 y director del programa Disco Grande, «Spotify es interesante para el consumidor, ya que puede descubrir propuestas que a lo mejor no encuentra en los canales establecidos. Sin embargo, creo que hoy por hoy perjudica al artista más que le beneficia», dado lo exiguo de los beneficios económicos. Ruiz confía en que, «en un futuro no muy lejano», Spotify pueda ofrecer a los artistas lo que de verdad se merecen por sus obras. «Es de cajón: sin los artistas ¿habría algo que escuchar en Spotify?», se pregunta.
David contra Goliath
Algunos de esos artistas, los más consagrados, están en nómina de las grandes multinacionales discográficas. Éstas, a su vez, poseen parte del accionariado de la propia Spotify, repartido de la siguiente manera: un 5,8 pertenece a Sony BMG; un 4,8%, a Universal Music; un 3,8% a Warner y un 1,9% a EMI, absorbida el pasado 2011 por Universal. Pascual Crespo, responsable del departamento digital de esta última discográfica, explica en qué consistió la maniobra. «Entrar a formar parte del accionariado de Spotify tuvo importancia durante en el desarrollo de la plataforma, las herramientas y el modelo de negocio. Fue una revolución que el sector necesitaba y el público demandaba», apunta. Bajo su punto de vista, plataformas como Spotify «están ayudando a la recuperación del sector, que ha conseguido crecer en los dos últimos años tras una década de caída». El responsable del catálogo digital de Universal Music no tiene dudas: «Hablamos de una herramienta imprescindible para que los artistas puedan llevar su música a todo tipo de públicos, incluso al que había dejado de consumir», sentencia.
Desde las compañías independientes la visión es ligeramente distinta: Spotify se percibe prácticamente como el menor de los males. Jordi Llansamà, de la barcelonesa Bcore, considera que «estar en Spotify es una necesidad. Aunque sepamos que las condiciones no son las más justas, ni para los autores ni para las discográficas, no nos podemos permitir el lujo de no estar». Todo ello, a pesar de que su apuesta sigue pasando por la edición de discos en formato físico, aunque «sin negarnos a todo el negocio que aporta la parte digital. Dado que las ventas de discos físicos son muy bajas, toda ayuda es bienvenida». Por pequeña que éstas sea.
Otros sellos independientes también apuestan por ver el vaso medio lleno. «Bienvenidas sean todas las opciones que sean una alternativa a la piratería», subraya Gema del Valle, de la madrileña Subterfuge. «Todo es mejorable, pero Spotify es una buena idea. En cuanto a los ingresos que nos supone… es simplemente una vía más. Esperamos que en el futuro responda mejor a las necesidades de artistas y las discográficas».
Por su parte, los músicos de ámbito más modesto y que sobreviven gracias a la autoedición o publicando sus referencias en sellos pequeños son conscientes de que, para ellos, el negocio no está en la Red. De hecho, servicios como Spotify no son más que una manera de llegar a la gente para, posteriormente, buscarse la vida a base de conciertos y más conciertos. El pianista bilbaíno de jazz Juan Ortiz es uno de esos músicos. Trabajó amenizando las veladas en un crucero en el Caribe. Después viajó a Nepal para impartir clases y ha acabado recalando en Japón, donde se gana la vida a base de pequeñas giras. «Sinceramente, Spotify no me aporta mucho», reconoce. «El negocio musical es como una lotería: nunca sabes si te va a tocar el número ganador, aunque compres muchos boletos. La mayoría nos esforzamos mucho día a día para poder tener una estabilidad económica, y aun así a veces es muy difícil». En opinión de Ortiz, el problema de plataformas como Spotify es el exceso de intermediarios: «Para empezar a ver algo de dinero necesitas millones de reproducciones», se lamenta. En su caso, un número que ni siquiera sueña con alcanzar. Mientras tanto, seguirá tocando y saliendo de gira sin parar para poder ganarse la vida.