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Red Bull hace trampa en el fútbol alemán

El fabricante de bebidas esquiva las normas que pretenden evitar que los clubes sean propiedad de un gran inversor y sube a Primera División en sólo siete años.

La céntrica Plaza del Mercado de Leipzig rebosaba de aficionados el 16 de mayo. Todo estaba listo para que miles de personas celebraran el ascenso del equipo de fútbol local a la Primera División alemana. Pero cuando los músicos del grupo Silly salieron al escenario se produjo una gran pitada del público porque los integrantes de la popular banda berlinesa vestían camisetas de equipos tradicionales del fútbol de Alemania del Este, como Unión Berlín, Dynamo Dresde, FC Magdeburgo o Hansa Rostock. Los aficionados del RB Leipzig, fundado hace apenas siete años, se lo tomaron como la provocación que seguramente era. «Pensaba que nos habían invitado a celebrar el fútbol en Alemania del Este en su conjunto», decía la cantante de Silly, Anna Loos. Algo a lo que pocos daban crédito en Leipzig.

Ninguna entidad deportiva en Alemania provoca hoy más controversia y rechazo que el Leipzig. El club fue fundado en 2009 por Red Bull, la empresa austríaca de la famosa bebida energética. Compró la licencia de un equipo local de la quinta división y, tras inversiones millonarias, en sólo siete años ha subido a la máxima categoría del fútbol alemán. El plan de Red Bull es establecerse en la Bundesliga y disputar la Champions League algún día. Para los críticos, RB Leipzig es una trampa, un caballo de Troya que acabará con la cultura del fútbol alemán que, a diferencia del resto de Europa, se resiste a permitir que grandes inversores puedan comprar los clubes centenarios.

A este efecto, en 1998, año en el que se proclamó campeón de liga el recién ascendido Kaiserslautern, la Federación Alemana de Fútbol (DFB) aprobó la conocida como norma 50+1, según la cual los clubes de socios siempre deberían tener el control de sus equipos profesionales. Muchos clubes alemanes, donde los socios ejercen el control al votar a los directivos en asamblea, han convertido a sus equipos profesionales en sociedades mercantiles. Pueden vender participaciones a terceros pero el club debe mantener, como mínimo, esta participación del 50% más uno. Así por ejemplo, el FC Bayern de Múnich, el campeón de serie de Alemania, pertenece en un 75% a los socios, mientras Adidas, la aseguradora Allianz y la automovilística Audi tienen un 8,3% del capital cada uno. Audi también posee un 20% del FC Ingolstadt, que subió a Primera División la temporada anterior y donde tiene su sede. Hay más ejemplos, pero también hay todavía muchas entidades que no han convertido su división profesional en sociedad limitada o sociedad anónima.

Gracias a la norma 50+1 en Alemania no es posible que un empresario multimillonario, un jeque árabe, un oligarca ruso o un nuevo rico chino se hagan con el control de un equipo de fútbol, como ya es habitual desde hace tiempo en Inglaterra, Francia, Italia y España, con las excepciones del Real Madrid, FC Barcelona y Athletic de Bilbao, clubes de socios. La filosofía de la norma 50+1  es que los equipos de fútbol deben ser, de alguna manera, patrimonio de sus seguidores, que pueden influir en los órganos de dirección a través del voto si se hacen socios. Para algunos es puro romanticismo nostálgico que se niega a aceptar que el fútbol hace tiempo que se ha convertido en un negocio ultracapitalista que mueve miles de millones de euros.

La excepción de la ley

Pero la 50+1 ya tiene agujeros. Hay tres clubes en la Bundesliga  a los que no se aplica esta normativa. La multinacional química Bayer es propiedad del Bayer Leverkusen, que participa frecuentemente en la Liga de Campeones, porque se trata de un equipo fundado por y para los trabajadores de la empresa hace un siglo. Asimismo, el VfL Wolfsburgo, equipo que dio un susto al Real Madrid en los cuartos de la Champions League de este año, es de Volkswagen, el gigante del automóvil que se creó junto con la ciudad de Wolfsburgo en la época nazi. Finalmente, Dietmar Hopp, uno de los fundadores de la empresa tecnológica SAP, es el máximo accionista del TSG Hoffenheim ya que la ley permite esta excepción en el caso de que una persona o entidad haya apoyado de forma sustancial a un club durante al menos 20 años.

Esta flexibilidad de la norma 50+1, sin embargo, no le sirvió a Dietrich Mateschitz, el fundador y dueño de Red Bull, una de las grandes marcas de consumo mundiales, cuando decidió entrar en el fútbol alemán. Pero la empresa de la bebida energética se inventó una alternativa que cumplía con la letra pero no con el espíritu de la norma. Tras adquirir la licencia al SSV Markranstädt en 2009, constituyó el Rasenballsport Leipzig como club de socios. Se trata del club más exclusivo del fútbol alemán: sólo admite personas vinculadas con Red Bull y cuenta únicamente con 17 socios. En realidad es una pantalla legal para el marketing de Red Bull. Con 11.000 empleados en el mundo, la empresa facturó 5.900 millones de euros el año pasado. Mateschitz, que también posee la cadena de televisión Servus TV, hace pocas semanas estuvo a punto de cerrar al canal cuando los sindicatos intentaban crear un comité de empresa. Algo que, finalmente, no hizo.

El fútbol es con diferencia el deporte más popular del planeta, lo que le convierte en una plataforma excepcional para promover productos como las famosas latas de los toros rojos. Red Bull ya había comprado hace tiempo el equipo de la ciudad donde tiene su sede en Austria y lo rebautizó como Red Bull Salzburg. Asimismo, tiene el Red Bull New York, Red Bull Brasil y Red Bull Ghana, además de equipos en otros deportes. Sin embargo, la ley alemana no le permite poner el nombre de la marca al Leipzig, por lo cual optó por llamarlo RasenBallsport, «balompié de hierba», un neologismo lingüísticamente correcto pero que nunca nadie había usado. En el escudo se ven los dos astados de la famosa lata y los responsables e hinchas prefieren referirse al equipo como los «rote Bullen», los toros rojos.

En las últimas dos temporadas en las que el Leipzig jugó en Segunda División aumentaban las protestas de los aficionados  del equipo rival en los campos que visitaba. Hubo pitadas, insultos, carteles. Muchas veces la hinchada local se vestía de negro para mostrar su rechazo a este modelo creado por Red Bull. Cuando los jugadores del RB Leipzig se calentaban para su partido en el campo del Fortuna Düsseldorf, el responsable de la selección musical del estadio ponía canciones como Money, money, money de Abba o Material Girl de Madonna. El Fortuna, que acaba de salvar la permanencia en Segunda, es uno de los clubes al estilo tradicional, con más de 20.000 socios que suelen protagonizar asambleas tumultuosas para elegir a los miembros del órgano administrativo. «Prefiero seguir siempre en Segunda antes de que el club se venda a un multimillonario», comenta Martin, un seguidor de toda la vida.

Otro de los equipos clásicos que defiende el modelo tradicional de club de socios es el FC Sankt Pauli, del famoso barrio homónimo de Hamburgo. Su director general, Andreas Rettig, creó un debate fuerte antes de Navidad al proponer que los tres equipos que se salen de la norma 50+1 no recibieran dinero de los derechos de televisión de la Bundesliga que se reparten entre los 34 equipos de Primera y Segunda, categoría donde milita el St. Pauli. «Si un club tiene un accionista que puede meter dinero para equilibrar las cuentas se distorsiona la competencia», comentó Rettig a Kicker, la revista deportiva líder de Alemania. Al final, nadie le hizo caso.

Aunque predominan las críticas, también hay gente que ve con buenos ojos la llegada de Red Bull a la Primera División. Algunos destacan que, por fin, la Alemania del Este vuelve a tener un equipo en la Bundesliga, años después de que el último de los clubes de la antigua RDA descendiera. Otros albergan esperanzas de que los millones de Mateschitz puedan romper el dominio absoluto del Bayern de Múnich, que ha conquistado cuatro títulos de liga consecutivos. Y también hay expertos que advierten que la entrada de inversores potentes es la única forma de que el fútbol alemán pueda competir con la poderosa liga inglesa, la más rica por los multimillonarios ingresos televisivos. Pero personas como Rettig del FC St. Pauli cuestionan que el éxito deportivo sea simplemente cuestión de que un equipo pertenezca a un gran inversor. «Al final lo importante es la calidad de los gestores. Un inútil es un inútil, da igual si trabaja en una S.A. o en un club de socios», afirma. «Por supuesto que hay inversores responsables y, por otro lado, entidades que lo hacen muy mal sin inversor», escribió el columnista Johannes Aumüller en el diario Süddeutsche Zeitung, «pero una apertura total atraería muchos inversores malos, sobre todo, a los equipos más pequeños».

Mientras, en Leipzig la euforia es enorme. En la temporada en Segunda División el estadio registró una entrada media de 29.000 espectadores y en los pocos años de la existencia del RasenBallsport se han creado varias peñas de seguidores. «Ya hay una masa de hinchas que es capaz de emanciparse del patrocinador y de los responsables del club», admitió Sebastian, líder de una de las peñas, en una entrevista con el semanal Die Zeit. Como ejemplo citó las protestas de los seguidores en 2014 que evitaron que el Leipzig subiera el precio de las entradas.

Pero los directivos de la marca no siempre son tan receptivos. El Red Bull Salzburg acaba de conquistar su décimo campeonato en Austria, lo cual le da derecho a poner una estrella en el escudo de la camiseta, una distinción que sólo tienen tres rivales. La hinchada pedía a gritos el cambio de la vestimenta en el último partido en casa, pero la directiva se niega porque la estrella, a su parecer, no pega con el logo de los toros rojos

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