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Extra Brexit
El Brexit ha sido la particular caída de su muro, uno de esos accidentes que nadie desea pero todo el mundo se esfuerza para que al final ocurran
No eran aún las seis de la mañana en España cuando la BBC proyectaba el triunfo del Brexit en el referéndum que decidía la permanencia o salida del Reino Unido de la Unión Europea. El resultado final una vez recontados todos los distritos electorales ha resultado en un 52% de los votos favorable al abandono de la UE, con casi un millón trescientas mil papeletas de ventaja sobre la opción de continuar dentro de la Unión.
Mientras que en Escocia e Irlanda del Norte el voto ha sido mayoritario por mantenerse dentro del club europeo, Inglaterra y Gales, con excepción de las grandes ciudades como Londres y Manchester y las zonas de predominio del idioma galés, han optado por la escisión. Por un lado parece que el factor nacionalista ha jugado un papel importante, así como el geográfico y el de edad, con unas diferencias dramáticas de porcentaje entre los más jóvenes, europeístas, y los mayores.
Por partidos los únicos que han mantenido una cierta similitud con lo que pedían sus líderes han sido los votantes laboristas, pese a que en sus zonas de influencia en el norte del país ha triunfado el leave. Entre los conservadores, a pesar de la supuesta neutralidad de los Tories, la mayoría del gabinete presidencial se situaba en el sí a la UE, mientras que la opinión de sus seguidores ha ido en la línea contraria. Sin duda, si hay un partido ganador con el resultado de la consulta es el UKIP, organización cuyo leit motiv de nacimiento fue el euroescepticismo, situándose ideológicamente entre el ultraliberalismo económico y el nacionalismo inglés de derechas con tintes xenófobos. Su líder, Nigel Farage, ha declarado que esta es una victoria de la gente normal y un día de la independencia para el Reino Unido.
Fue el UKIP quien indirectamente forzó al Primer Ministro, David Cameron, a impulsar la consulta como una de sus medidas estrella en las elecciones de mayo de 2015, con intención de mantener al Partido Conservador en un equilibrio entre sus compromisos con la UE y el creciente euroescepticismo británico. Tras perder esta especie de farol electoral, Cameron, ha declarado que presentará su dimisión antes de octubre. Boris Johnson, el conservador, este sí, populista ex-alcalde de Londres, seguro que lo celebra. Acaba así, este 23 de junio, la etapa del Reino Unido dentro de la Unión Europea, de la que era miembro desde 1973.
Es aún pronto para establecer las consecuencias del Brexit, aunque desde la UE ya se ha insistido en que una salida es una salida, refiriéndose a que en la negociaciones de un par de años para formalizar la decisión, no habrá un trato especial al país británico. El primer resultado es que la libra caía ante el dólar a niveles de 1985 y eso llamado los mercados reaccionaban con pérdidas en las bolsas y caídas de diez puntos en las acciones de bancos como el HSBC.
Es, curiosamente, esta forma de encauzar la noticia la que puede dar idea de cuál es una de las razones que hay detrás del resultado del referéndum. Resulta fácil dar una explicación a este acontecimiento desde el tópico del peculiar carácter inglés y recurrir a aquello que los isleños decían en los días de niebla en el Canal de la Mancha: “es el continente quien ha quedado aislado.” Sin duda hay un factor aislacionista, reaccionario y nacionalista en la decisión, que es el que parece haber impulsado a los votantes conservadores. Pero este no puede explicar todo el fenómeno, no al menos si lo que se quiere dejar es a Bruselas a salvo de sus culpas.
El Brexit es también consecuencia de las políticas austericidas de la UE, la utilización del euro como medida de presión frente a las soberanías nacionales y la naturaleza germano céntrica de la Unión. Si bien los británicos no han sufrido las peores consecuencias de las políticas de contención de gasto y aún contaban con el control de su moneda -algo nada casual- en la campaña se han utilizado los ejemplos griego, español o italiano como las pruebas definitivas de entregar el control de la economía nacional al BCE, organismo cuya independencia pasa siempre por Berlín.
Nacionalistas de derechas del UKIP utilizando argumentos contrarios a la Troika. De esta forma se comprende la calurosa acogida de varios partidos, ya de extrema derecha europeos y encabezados por el Front National, al Brexit. Resulta esclarecedor que sea la UE, dominada totalmente por esa doble naturaleza de neoliberalismo económico y conservadurismo social, la que en su fracaso esté creando la base para el fortalecimiento de la ultraderecha, la cual se diferencia únicamente de los burócratas de Bruselas en esgrimir las banderas nacionales en tiempos de incertidumbre.
La izquierda europea parece o bien ausente o bien incapaz. Por un lado la socialdemocracia, paradójicamente imbuida de lleno en la tercera vía de origen británico, se sitúa ante los ojos de la población como corresponsable, cuando no cómplice, de las políticas austericidas y de cesión de la soberanía nacional a una UE identificada no con los valores humanistas de su fundación sino con los actuales del totalitarismo de mercado. La izquierda de nuevo cuño, surgida tras la crisis, ha fracasado en Grecia tras sucumbir al chantaje crediticio de la Troika. Corbin en el Reino Unido, fenómeno de vuelta a un laborismo clásico pre-blairita queda debilitado tras el día de hoy. Unidos Podemos en España espera a las elecciones de este próximo domingo, sin haber perfilado una postura clara respecto a Europa, en un difícil intento de conjugar la percepción general contradictoria de responsabilidad y miedo a salirse de la trampa de Maastricht y de la visión de la UE como yugo social. En todo caso la izquierda europea no ha tenido éxito en enunciar un discurso que defienda los añorados valores de lo social y a la vez denuncie la naturaleza de la Unión como herramienta de clase dominante con predominio de los intereses alemanes. Lo de explicar que no se está contra la integración europea, sino contra este modelo de integración europea, es más difícil de lo que parecía.
Una situación, no ya únicamente la del Brexit, sino la de toda la relación de Europa con la Unión Europea enormemente compleja, ya que no se pueden establecer una líneas claras entre los contendientes. No existe, como sí hubo en Grecia hasta la amenaza de Grexit -este forzado y no voluntario-, un conflicto de clase percibido por la mayoría. Se detesta a la UE pero a la vez hay un miedo a estar fuera de la misma -sobre todo en países como España donde se agita su historia de dictaduras autárquicas-. En lo nacional el conflicto entrecruzado es similar, viéndose como se proclama a la Unión como captora de las soberanías nacionales pero a la vez nacionalismos periféricos la ven como una salida en sus enfrentamientos con los nacionalismos centralistas (Escocia, Irlanda del Norte o Cataluña). Por último las propias burguesías nacionales han percibido hasta ahora a la UE como el escudo perfecto supranacional para defender sus intereses, la cuestión es cuánto tiempo durará su apoyo si la herramienta se vuelve lastre.
La única respuesta por ahora -los tiempos acelerados que vivimos son síntoma pero también energía- es que el proyecto de integración europea bajo las bases del capitalismo desregulado y la bota alemana empieza a hacer aguas. Su mantenimiento o fin implica tantas incógnitas como posibilidades, donde el Brexit ha sido la particular caída de su muro, uno de esos accidentes que nadie desea pero todo el mundo se esfuerza para que al final ocurran.