Cultura
A la caza del torturador
Jonathan Millet narra en ‘La red fantasma’ una historia inspirada en hechos reales: la de los sirios que, de incógnito, rastrean a los colaboradores de Al Asad que se esconden en Europa.
El pasado mes de diciembre, las fuerzas rebeldes contrarias al régimen de Bachar al Asad liberaron la prisión de Saidnaya, al norte de Damasco. A aquella cárcel se la conocía como el «matadero humano». Se calcula que allí fueron asesinadas alrededor de 13.000 personas y fue escenario de una política masiva de torturas contra cualquier sospechoso de desafección a la familia que detentó el poder en Siria durante más de medio siglo. Aquel horror es el punto de partida de La red fantasma, la película con la que Jonathan Millet se sumerge en un género apasionante pero poco explotado en el cine últimamente: el del thriller político.
La cinta narra la historia de un grupo secreto de exiliados sirios dedicados a localizar y denunciar a criminales de guerra. Hamdi (interpretado por Adam Bessa) se patea las calles de Estrasburgo siguiendo la pista de quien ha sido su torturador en Saidnaya y da con él, o eso cree. Como la mayoría de los martirizados por el régimen, no ha visto el rostro de su verdugo porque siempre le ponían una bolsa en la cabeza durante los interrogatorios. Ha oído su voz, lo ha olido, pero no podría señalarlo en una rueda de reconocimiento. Desvelar la verdadera identidad de estos criminales exige una exhaustiva recolección de pruebas y testimonios. A eso se dedica esta red fantasma.
El argumento podría parecer peliculero si no fuera porque está inspirado en hechos reales. Millet ha dedicado casi toda su filmografía al documental (este es su primer largometraje de ficción) y su tema principal han sido siempre los migrantes, los solicitantes de asilo, los exiliados que llegan a Europa. Uno de estos documentales, por cierto, lo rodó en España: Ceuta, douce prison (2012). El cineasta, por tanto, ha mantenido un contacto permanente con comunidades de extranjeros en Europa y fue a través de ellas como llegó a conocer esta historia.
Reconocer al asesino
Como todo el mundo sabe, a partir de 2011, con el estallido de la guerra, miles de personas escaparon de Siria. Tras la primavera árabe que amenazaba con deponerlo, Al Asad arrasó poblaciones enteras de su propio país. En Alepo o en Homs, por ejemplo, apenas quedó piedra sobre piedra. Primero huyeron quienes corrían el peligro de morir bajo las bombas del régimen. Luego todos los demás. La guerra se enquistó, se alargó durante años y años, y de allí empezaron a salir hasta los carniceros más leales a Al Asad.
Hay una escena en Marathon Man (1976) muy parecida a lo que ha ocurrido recientemente en algunas calles de Europa. En aquel clásico, un joyero judío de Nueva York, superviviente del Holocausto, reconocía en su tienda a un oficial nazi de Auschwitz (interpretado por un siniestro Laurence Olivier). El hombre al que apodaban «el ángel de la muerte» en el campo de concentración inventa algunas excusas y consigue salir del establecimiento, pero es reconocido, una vez más, en la calle: una mujer lo señala y grita desesperadamente para que alguien lo detenga. Millet, gracias a su trato con los refugiados, ha podido conocer historias similares. Una mujer siria que hace cola en un supermercado de Berlín y que encuentra a su torturador justo delante de ella. Un taxista de París que ve cómo se sube a su coche algún siniestro colaborador de Al Asad. Así fue cómo Millet conoció la existencia de la red fantasma que da título a la película.
Son grupos muy pequeños de personas con profesiones perfectamente normales (mecánicos, abogadas, profesores) que trabajan de incógnito para llevar ante la justicia a los secuaces del régimen sirio. Que se sepa, hasta el momento han conseguido abrir dos procesos judiciales, uno en Alemania y otro en Francia. Eso sin contar las veces que se hayan tomado la justicia por su mano, que es algo que, dada la extrema cautela con la que operan, obviamente no se sabe.
El acercamiento de Millet a esta historia no ha sido a la americana, con intriga, armas y acción a raudales. Ha preferido apostar por el enfoque psicológico. Hamdi, su protagonista, lleva en el cuerpo las cicatrices de las torturas y en el recuerdo, el dolor insuperable de la muerte de su esposa y su hija. Acosado por sus demonios interiores, deberá convencer a sus camaradas y convencerse a sí mismo de que el hombre al que persigue es efectivamente uno de los torturadores de Saidnaya. En este punto, la película se relaciona de alguna manera con La muerte y la doncella, la obra de teatro de Ariel Dorfman que Polanski llevó al cine en 1994: antes de ejecutar la venganza, hay que cerciorarse de la verdadera identidad del criminal.
Eso desde el punto de vista personal, pero la película, que sacrifica el espectáculo en favor de la ética, va más allá y aspira a ofrecer un retrato exacto de las dificultades que enfrentan los migrantes, los asilados, los exiliados en una Europa que vive ajena a sus dramas, cuando no aboga directamente por su expulsión. Y esto irá a más: con la creciente nazificación del mundo, el refugio al perseguido, un principio civilizatorio básico de nuestras democracias, está cada día más en cuestión.