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Por qué los futbolistas se van de putas

La situación, sostiene la autora, recuerda al modus operandi de la ristra de políticos y empresarios corruptos que se pasean por los juzgados.

Un futbolista joven, rico y famoso aparece en un informe policial de una investigación sobre trata y abusos porque una testigo protegida dice que contrató los servicios de unas chicas a un empresario del porno para unos amigos futbolistas jóvenes, ricos y famosos. La justificación de la pervivencia de la prostitución se sustenta en la necesidad de sexo en hombres (culturalmente las mujeres podemos vivir sin él sin problemas) que no pueden conseguirlo de manera gratuita por sus pocas habilidades sociales, complejos o timidez. Existe otro argumento, más en desuso por ser abiertamente machista, que es aquel de «buscar fuera lo que no te dan en casa» como si la pareja estable no fuera capaz de cumplir el programa de máximos que en materia sexual lleva un hombre en su ADN.

En el caso de los futbolistas no se entiende que lo hagan por ninguno de estos motivos. Esta situación recuerda más al modus operandi de la ristra de políticos y empresarios corruptos que se pasean por los juzgados últimamente. Aún recuerdo unas grabaciones en las que se animaban a celebrar una declaración ante el juez con un volquete de putas. O a Correa, cuando hablando con su secretaria le solicitó mujeres altas, rubias y putas para agasajar a sus invitados. Por su recurrencia parece práctica habitual celebrar los grandes acontecimientos con un buen puñado de putas de catálogo. Y no, no tiene que ver con el sexo, ese es el fin pero no el motivo, ni con lo esculturales que sean, las putas tienen una garantía por la que merece la pena pagar que las hace mucho más valiosas y apetecibles.

Heidi Fleiss fue acusada allá por los 90 de proxenetismo y evasión fiscal. Sólo la condenaron por lo segundo. La mayor madame de Hollywood, famosa por ofrecer prostitutas a lo más granado del star system, se pasó 20 meses en prisión por fraude fiscal. Sólo uno de sus clientes salió a la luz, Charlie Sheen, porque lo admitió él mismo. Ella nunca ha nombrado ni a uno solo de sus clientes, ninguno tampoco fue investigado. Podría haber ganado millones de dólares si hubiera hablado pero Heidi sabía, como lo saben todos en su mundo, que su mayor virtud, lo que les hace pagar grandes cantidades de dinero, lo que les pone más cachondos es el silencio. Una prostituta nunca saldrá en la portada de una revista o llamará a tu mujer para hundir tu matrimonio o tu imagen. No contará tus intimidades ni tus perversiones. No venden sexo, venden privacidad y eso se consigue si están indefensas. Esos políticos corruptos, esos futbolistas saben por lo que pagan. Podrán compartir con esas mujeres las conversaciones más sórdidas, los negocios más turbios y no hablarán. Son el lumpen del lumpen. Hay muchos a los que esta situación les interesa y no la quieren revertir, por eso no se hablará en campaña electoral ni se defenderán sus derechos porque su desprotección hace que;el negocio funcione mejor.

No sé si la prostitución debería legalizarse; el entramado mafioso que la sostiene necesitaría de una desarticulación total para que todas aquellas que quisieran ejercer desde su libertad y sólo ellas pudieran hacerlo. Lo que sí sé es que es un trabajo de facto aunque sea alegal; hay un intercambio comercial, unas condiciones y unas tarifas por servicio. Lo que no existe es la forma de reclamar un impago, la exigencia al respeto de las condiciones, la posibilidad de estar de baja laboral o una sanidad adecuada para ellas así como unas condiciones de salud estrictas para los usuarios. Como trabajadoras deberían tener derecho a una especial vigilancia de la salud, a una evaluación de los riesgos específica y a una protección laboral como cualquier otro. Quizá así empezaríamos a respetarlas.

No se podría volver a dar el caso de que un futbolista pudiera llamar a un hombre para solicitar un servicio sin saber cuánto van a cobrar esas mujeres y si ni siquiera las pagará. Porque la gravedad moral no está sólo en la contratación de un servicio de prostitución, está en las maneras de hacerlo, en no contar con ellas para nada, en no asegurarse que no fuera ninguna menor o en el peor de los casos que lo fuera por petición expresa. Dejemos de proteger al cliente que no tiene ninguna razón más que su propio egoísmo para irse de putas. Ellos son cómplices de la trata, la fomentan y fortalecen el modelo de mujer-cosa que algunos intentamos demoler. Sin clientes no existirían, así que no se les ocurra mirar a otro lado. Para nadie es una necesidad irrenunciable el echar un polvo.

El artículo 35.1 de la constitución dice: «Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio… sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo».

El derecho a tener sexo digno de acuerdo a las necesidades propias del género masculino no aparece en el articulado. Está claro quién necesita que se protejan sus derechos fundamentales, aunque para algunos sólo sean putas.

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