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“Si la malaria estuviera matando a nuestros hijos en Europa, no lo consentiríamos”

La parasitóloga británica Janet Hemingway asegura que la malaria se podría erradicar si todos los países contribuyeran con una cantidad muy pequeña de dinero

La parasitóloga británica Janet Hemingway. Foto: La Caixa

Después de aquella charla, Janet Hemingway tuvo la certeza de que iba a dedicar su vida a estudiar aquel insecto. En esa época, esta parasitóloga británica estudiaba genética en la universidad, y el animal por defecto que solía emplearse –y que se emplea– es la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster. Pero aquella conferencia sobre la malaria y los mosquitos que la transmiten, del género Anopheles, lo cambió todo. ¿Por qué trabajar con moscas cuando podría hacerlo con esos otros dípteros que causan tanta miseria, tantas muertes y tantos problemas de salud en países sin recursos?

Así es que, a sus veintipocos años, comenzó a organizar su propio proyecto sobre mosquitos. Quería saberlo todo de ellos, hallar su talón de Aquiles y combatirlos. Contactó con centros en Barbados y en países africanos para obtener muestras de distintas colonias de estos insectos y estudiar así las diferencias. «Pensé que era algo con sentido, que podría ser beneficioso para la humanidad», explica con humildad esta Dama de la Orden del Imperio Británico, al frente de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, la institución de este ámbito más antigua y prestigiosa del mundo.

Desde hace más de 30 años, Hemingway trabaja para intentar resolver el problema de la transmisión de la malaria, una enfermedad que mata cada día a 1.500 niños menores de cinco años. La investigadora ha colaborado estrechamente con los servicios de salud de los países donde esta enfermedad es endémica. Y sus investigaciones han permitido descubrir mecanismos de resistencia de los mosquitos a los insecticidas, la principal herramienta de prevención junto con las mosquiteras. También ha participado en el desarrollo de los medicamentos antimaláricos de quinolonas, gracias a los cuales muchas personas han salvado la vida.

Hemingway es una de las principales voces de referencia de la malaria, así como de otras enfermedades tropicales olvidadas, como el chikungunya, el dengue o la leishmaniosis. Por este motivo, su trabajo ha servido para guiar y mejorar políticas internacionales de control de esta y otras enfermedades parasitarias transmitidas por mosquitos. Además, desde 1985 asesora a la Organización Mundial de la Salud (OMS). A través del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y de la Iniciativa para la Eliminación de la Malaria (MESA), financiada por la Fundación Bill & Melinda Gates, esta experta también participa en el programa de La Caixa contra la malaria.

¿En qué situación estamos en la lucha contra la malaria?
Cada año mueren 600.000 personas debido a esta enfermedad, de las cuales el 90% son niños menores de cinco años. En los últimos 10 años se ha avanzado mucho, gracias a métodos de prevención, como el uso de mosquiteras e insecticidas. Pero nos enfrentamos a un nuevo desafío: los mosquitos están aprendiendo a burlar los insecticidas. Ahora mismo en todo el continente africano hemos detectado que hay mosquitos resistentes a los productos que usamos para combatirlos, y eso es muy preocupante.

Esos insecticidas, ¿ ya no funcionan?
Comienzan a fallar. Por eso es esencial que consigamos desarrollar nuevos productos y llevarlos ya mismo al mercado. De no hacerlo, existe el peligro de que la malaria comience a repuntar y volvamos a la situación en que nos encontrábamos hace 10 años.

¿Por qué los insectos se hacen resistentes?
Por la propia lucha por la supervivencia de los organismos. Si intentas matar a un mosquito con un insecticida, de la misma forma que ocurre con los antibióticos y las bacterias, habrá miembros de esa comunidad de insectos que sobrevivan de manera natural. Así cuando vuelvas a rociar un lugar con ese mismo insecticida, morirán todos los insectos excepto ése. Sin quererlo, estás seleccionando a los que son resistentes, que se reproducirán y pasarán sus genes de resistencia a la siguiente generación. Al final, acabarás teniendo una población completamente resistente. En este caso la propia solución para prevenir la malaria es también la que está causando el problema: son las mosquiteras y los insecticidas en las casas los que está generando el aumento de resistencias. Era totalmente predecible, de acuerdo, pero no nos podemos quedar ahí, de brazos cruzados. Tenemos que hacer algo, de la misma forma que cuando las bacterias comenzaron a mostrar resistencia a la penicilina buscamos otros antibióticos.

En el caso de África, las resistencias se registran sobre todo en mosquitos, cada vez más inmunes a insecticidas. Pero ONG como Médicos sin Fronteras alertan de que en el sudeste asiático son los parásitos los que han aprendido a sortear los efectos de la medicación usada para tratar la malaria.
Así es, y esperemos que esa resistencia no llegue a África, porque de hacerlo será un completo desastre. Por eso estamos intentando hallar nuevas combinaciones de fármacos para combatir esa resistencia, pero sobre todo estamos estableciendo medidas de control muy estrictas para evitar que el parásito se disemine en esa región. Si conseguimos impedir que la gente se infecte, habrá menos probabilidad de que esos parásitos resistentes salten de continente.

¿Tiene la población de los países en los que la malaria es endémica un acceso fácil a los antimaláricos?
Algunas poblaciones de zonas rurales están situadas lejos de los centros de salud y a veces es complicado poder llegar hasta ellos para proporcionales la medicación. Algunos se automedican. Van a las tiendas locales y compran medicamentos que, en general, no suelen ser de calidad. No matan al parásito y eso, a su vez, ayuda a generar resistencias. Por ese motivo es importante que se implemente una estrategia adaptada a cada región y se trabaje de forma coordinada con los sistemas de salud locales.

Póngame un ejemplo.
En Malawi, cuando las mujeres vienen al centro de salud para saber si están embarazadas o a hacerse un chequeo durante el embarazo, les damos antimaláricos y también mosquiteras de forma gratuita. Intentamos así proteger a la población más vulnerable, como son embarazadas y bebés. Llevamos un seguimiento médico de esas comunidades, de cada pueblo. Y también entrenamos a personas del lugar, aunque no sean médicos ni enfermeros, para que puedan administrar antimaláricos a quien los necesite. La idea es facilitar al máximo el acceso al tratamiento preventivo, sobre todo en áreas con niveles altos de transmisión.

Algunos países azotados por la malaria están en guerra. ¿Cómo afecta esa situación al acceso al tratamiento?
En esas situaciones resulta aún más complicado manejar la enfermedad. Mucha gente huye y acaba en campos de refugiados, donde vive en tiendas temporales que intentamos que estén impregnadas en insecticida o, si no, al menos rociarlas con producto cuando las empiezan a usar. También les damos mantas rociadas en insecticida. Pero el verdadero problema es la gente que está desplazándose, huyendo, porque es muy difícil acceder a ella. Lamentablemente, en situaciones de guerra los sistemas de control de malaria y de salud, por muy buenos que sean, no funcionan.

¿Es sólo un problema de África?
Nos equivocamos si pensamos así. La malaria es un asunto de interés global. Claramente impacta en el desarrollo económico de muchas regiones del mundo y, además, se mueve de un lado a otro del planeta. Aunque pensemos que la hemos eliminado de España, de Reino Unido o de Estados Unidos, se produce cierta transmisión cada año. Además, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante la miseria humana que produce. Si esa enfermedad, que es completamente prevenible, estuviera matando a nuestros niños en Europa a esa escala, ¡no lo toleraríamos! Por tanto, aquello que no consentiríamos en nuestro país, ¿por qué consentirlo para otros simplemente porque viven en un lugar alejado y menos desarrollado que el nuestro? Tenemos que impactar la agenda política, que la malaria sea una prioridad, para poder luchar para erradicarla.

¿Cómo?
Primero, haciendo entender a los políticos que si invertimos de forma adecuada podemos realmente deshacernos del problema a largo plazo y con un coste menor que seguir haciendo frente a la enfermedad 30 ó 40 años más. Si todos los países contribuyeran con una cantidad muy pequeña de dinero en el sistema solventaríamos esta cuestión.

La OMS puede ejercer presión.
Está claro que esta institución trabaja para desarrollar políticas que sean influyentes sobre los distintos estados miembros e impulsa medidas, propuestas de hacia dónde debemos ir. Pero a su vez, también es influenciada por las visiones de los distintos países que la conforman. Por tanto, si los países, y no sólo los que padecen la enfermedad, expresan la necesidad de que tenemos que hacer algo para erradicar la malaria, están ayudando a generar los recursos para que eso se lleve a cabo. La OMS puede impulsar, incentivar, pero no puede ser sólo su trabajo porque de este modo no tendremos éxito.

¿Qué hay de otras enfermedades tropicales olvidadas, como el dengue o el chikungunya?
Se han conseguido grandes pasos para algunas, pero no para todas. El dengue es un enorme problema: es la enfermedad viral que más rápido se mueve de un punto a otro del planeta y eso es porque el mosquito que la transmite se desplaza y nuestra capacidad de control no es buena. Mientras se está investigando para obtener una vacuna, debemos intentar controlar la enfermedad tanto como sea posible. El chikungunya se transmite también por un mosquito. Comencé a trabajar en esta enfermedad cuando la mayoría de gente no sabía ni deletrear el nombre, en 1994, y nadie pensaba que fuera importante. Sólo consiguió hacerse un hueco en la agenda mundial cuando se produjo un brote epidémico bastante importante en un par de lugares.

Como el ébola.
Sí, aunque es una enfermedad muy distinta. Hemos conseguido detener la transmisión en el oeste de África por el momento. Pero volverá. Aún se producen casos en el este del continente. ¿Alguien habla de ello? Esperemos que para cuando vuelva seamos capaces de percatarnos suficientemente rápido para intentar evitar que se vuelva a producir una epidemia.

Malaria, dengue, ébola… ¿podremos erradicarlas?
Para eso necesitamos herramientas distintas de las que tenemos. Es muy complicado eliminar por completo cualquier enfermedad. Tomemos por ejemplo el sarampión: tenemos una vacuna casi perfecta, por lo que podríamos haberlo erradicado para siempre. Y sin embargo, esta enfermedad está volviendo en muchos países. La razón es que algunos padres no quieren vacunar a sus hijos. Así es que imagínate. Si es difícil eliminar una enfermedad como el sarampión, para la que tenemos una vacuna y de la que entendemos perfectamente cómo funciona, piensa en lo complicado que será para algo como la malaria.

Pero, ¿lo conseguiremos?
La pregunta es cuándo. No va a ser fácil y que lo logremos será, al final, más una cuestión política. Porque son los gobiernos los que tendrán que poner recursos para eliminar hasta el último caso de malaria. Y eso supondrá un esfuerzo titánico. Ya ha pasado con la poliomielitis: acabar con el último caso ha sido tremendamente complicado.

¿Por qué?
Porque siempre hay algo mejor en lo que gastar el dinero. Por eso es importante que presionemos para conseguir que todo el mundo siga la agenda hasta que el último caso de malaria haya desaparecido. Y eso va a ser muy, muy difícil. Seguramente, conseguiremos eliminarla de muchas zonas del planeta durante lo que me queda de vida, pero no erradicarla por completo. Aunque bueno, yo ya tengo muchas canas.

Artículo publicado en La Marea de febrero de 2016.

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