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Red Bull te corta las alas
"El dueño de Red Bull ha sentado a los agentes sociales en Austria y ha dicho que el canal Servus TV era terminal, sin posiblidad de cuidados paliativos ni mejora posible, por lo que cortaría el comité de empresa".
Henry Molaison vivía cada día como si fuera único y no porque hubiera empapelado su casa con frases en tipografía cuqui estarcidas sobre madera de palet reciclada, lo hacía porque no recordaba otro modo de vivir. Con 26 años le cercenaron parte del cerebro, le extirparon la amígdala, dos tercios del hipocampo y algún pedazo más que, al parecer, molestaba. Con el cráneo como una cáscara de nuez con el interior consumido despertó sin recordar los dos últimos años de su vida. Tampoco sería nunca más capaz de aprender una sola palabra nueva. Cada día se levantaba con su memoria formateada, con la página en blanco del día anterior y los recuerdos de la infancia incorruptos. Tampoco recordaba conversaciones a corto plazo, contaba una y otra vez la misma historia y se encontraba sorprendido en mitad de la cocina con el café en la mesa y otra cafetera en marcha. La epilepsia que fue el motivo de la salvaje amputación había desaparecido pero, ¿a qué precio?
A veces que te extirpen una parte de ti para solucionar un problema genera otro aún mayor. Todo está ahí por algo, oí decir a gritos en el hospital a una mujer a la que llevaban a quirófano por una apendicitis aguda. Eso mismo debió pensar Henry durante un segundo con esa parte de cerebro consciente y útil que mandaba sinapsis sin acuse de recibo su oquedad yerma. Dietrich Mateschitz es como el médico de Henry que ante una enfermedad decide ser expeditivo y cortar de raíz. El creador y dueño de Red Bull ha sentado a los agentes sociales en Austria como parte del equipo médico y ha presentado el caso del paciente, el canal de televisión Servus TV. Para él la enfermedad era terminal, sin posiblidad de cuidados paliativos ni mejora posible. Como un innovador que es ha planteado una intervención inédita y poco invasiva, cortaría el comité de empresa cauterizando de forma permanente todos los vasos y terminaciones nerviosas. Desapareciendo esa parte, Dietrich, aseguraría la viabilidad del paciente sin secuela alguna. Ya. Seguro. Eliminar un órgano tan importante como el comité de empresa no supone una pérdida relevante. Perder la capacidad de organización, comunicación y negociación es algo tan baladí como olvidar cada día por completo borrando hasta los besos recibidos.
Es cierto que cuando el médico te plantea una situación de vida o muerte uno elige la vida aunque solo sea por el egoísmo de perdurar, y ante el miedo de la nada un poco siempre es algo, pero en este caso lo que hay que cuestionar es el diagnóstico del doctor Mateschitz interesado no tanto en la salud del paciente como en extirpar el tumor. Ese tumor negocia despidos, convenios y pone freno a los abusos, es la vía de comunicación directa con la parte del cerebro que manda las órdenes y lo mantiene a raya si se sobrepasa. Sin el órgano, el paciente estará inmunodeprimido, no detectará las infecciones a tiempo y sufrirá sepsis.
Dietrich contraataca afirmando que salvará de una muerte segura a 264 personas si y sólo si proceden a la intervención. No hay más que hablar, el empleo, que es la vida, vale cualquier cesión aunque suponga morir de igual manera pero con una agonía más larga. Las consecuencias que tendrá el hecho de la desaparición del comité a cambio de no cerrar el canal no tardaremos en verlas. Cuando despierten y se den cuenta de que su cuerpo ya no es el mismo, que sienten el miembro robado aunque ya no esté allí y que los cambios aunque no sean perceptibles a la vista se notan cada día ya no habrá solución, pero a diferencia de Henry, ellos sí recordarán qué les llevó allí y lo que han perdido para siempre.