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Cervantes y ‘El Quijote’, traicionados
"Los especialistas celebran congresos, se multiplican las versiones recortadas, resumidas... Y quien las lee, ya puede decir que lo ha leído...", lamenta la autora.
El estado ruinoso de la cultura y del sistema educativo español se ejemplifica vergonzosamente en la traición sistemática e institucionalizada de nuestra memoria histórica y de nuestro legado artístico, incluido el legado cervantino: la genialidad del propio Miguel de Cervantes, que se nutrió de un humanismo íntegro e insobornable; el de un artista anciano, pobre, que había sufrido tantas decepciones, burlas, fracasos y, a pesar de ello, tuvo el valor y el talento de darse a sí mismo la libertad, que siempre es coraje, de seguir siendo entusiasta, artista, idealista, rompiendo todas las ataduras y moldes genéricos para abrir la puerta a la «escritura desatada» para que su loco soñador, Alonso Quijano, fuese quien deseaba ser: «hijo de sus obras». Y echaron a andar el camino de la fama y de la burla, ejemplares, humanos, cómicos, sabios y tan reales como literarios: verdaderos. Y tanto el autor como su amigo imaginario, aún debieron soportar que se les calumniase a lo español y cobarde, pues bajo el seudónimo de Avellaneda, se escondió un hasta ahora desconocido autor que se tomó el trabajo de escribir un falso Quijote, con el único fin de calumniar y vilipendiar tanto a Cervantes como al verdadero Quijote.
Y la reacción de nuestro querido Maestro, «el soldado que nos enseñó a hablar», fue el tomar la pluma de nuevo para escribir una segunda parte aún más genial y original que la primera. Y Cervantes con ello, no sólo demostró un talento literario único, sino una grandeza de espíritu noble, valiente, bondadosa y generosa… y sospechosa, que aún fue más ridiculizado y envidiado, pero también admirado.
El tiempo y los buenos lectores, sobre todo extranjeros, filósofos y escritores como Hegel y Flaubert, por ejemplo, supieron leerlo mejor (que nunca se deja de aprender a leer, como nunca se deja de aprender a saber y a vivir). Los más grandes novelistas de todos los tiempos, le tienen como Maestro indiscutible: «Cervantes nos abrió la puerta al infinito: la de la libertad creativa de vivir también en las palabras» (Gabriel García Márquez).
Y en este año de 2016, en que se conmemora el IV centenario de la muerte (en la suma pobreza) del Maestro indiscutible: ¿quién lee El Quijote tal cual su autor lo escribió? ¿Quién sabe, quién quiere, quién puede?
Los especialistas celebran congresos, se multiplican las versiones recortadas, resumidas, traducidas al español actual digerible, pobre, fácil: versiones traicioneras. Y quien las lee, ya puede decir que lo ha leído…
En los centros de enseñanza secundaria y bachillerato, en las universidades: ¿Dónde están Cervantes y El Quijote? En carteles, parafernalia decorativa y caricaturesca: reducidos a las apariencias de las apariencias, propio de un tiempo tan barroco y decadente como el nuestro, en el que impera «el mundo al revés»: el lugar del ser y el saber lo ocupan el disimulo y la cobardía.
Y es que, si este país avasallado, torturado y ultrajado por la dictadura fascista había quedado amnésico, anémico y moribundo, con la LOGSE y con la LOMCE nuestra literatura ha quedado confinada al sótano de los trastos inútiles. La programación de la asignatura de Lengua y literatura en castellano es una estafa interesada y perversa: en los cuatro cursos de ESO, tan sólo dos se ocupan de nuestra historia literaria, mientras la gramática se repite una y otra vez los cuatro años. Porque no se estudia la lengua, no, la gramática que, además, el derecho consuetudinario con el que me choqué al acceder a la docencia reduce esto a la repetición obsesiva sine die, del análisis morfosintáctico. Absurdo, inútil, contraproducente, cuando el nivel de comprensión y expresión tanto oral como escrita de demasiado alumnado roza el analfabetismo, ni siquiera funcional. Y el bachillerato es una continuación de la misma condena, sacramentada por el modelo del proceso selectivo.
Como no saben leer ni medio bien y en clase no da tiempo y tienen que leer y aprobar, y tienen que leer y no les gusta, y tengo que acabar el programa (entiéndase, nunca se puede acabar, porque es inabarcable. Pero si hay que recortar, el derecho consuetudinario permite, por el qué dirán, que se mutile nuestra literatura. Que eso ni se discute ni se critica…) pues que lean. A ver qué les gusta -como si la educación del gusto y, por ende, del criterio, no debiera ser nuestra prioridad- porque si no les gusta no lo leen, y que lean ellos, que aún no he vuelto a explicar la subordinación sustantiva.
Y, claro, en el imperio neoliberal que necesita aparentar que se preocupa por la educación, tanto como por la democracia real, todo está ya organizado institucional y estructuralmente para que lo prioritario sea que nadie se queje, que nadie dé problemas, empezando por el profesorado, que cada vez sabe y debe saber menos, salvo de mediar en conflictos, utilizar las nuevas tecnologías, rellenar informes… Y cumplir, o hacer como que cumple, las programaciones; que el alumnado se porte bien, que no se aburra, que aprueben y vayan pasando.
Y claro, leer, leen, o hacen como que han leído. ¿El qué? Pues un libro: algo divertido, fácil, entretenido, que no dé que pensar. Vamos, como la tele, pero en papel.
Y ahí está, ayudando incondicional y desinteresadamente al profesorado la industria editorial, con sus múltiples títulos y novedades de usar y tirar, o versiones de los clásicos resumidas, adulteradas, vaciadas (salvo pocas y muy dignas excepciones) que suelen incluir actividades con solucionario ¡faltaría más!
Los caminos que llevan a la barbarie son (casi) todos. Y evidentes. Cuando la mayoría se ha dejado colonizar el espíritu hasta la rutina, el desaliento, la derrota avant la lettre: la deserción. Pues donde debía imperar lo propio y prioritario del espíritu docente, el amor al saber, que siempre es coraje, impera la taciturna obediencia, aunque quejosa, sólo queda en tópico lamento.
Los tópicos existenciales se repiten como mantras que adormecen y ayudan a no cuestionar: hay que leer libros. Pero ¿qué libros y cómo? Pues libros, los libros son buenos. ¿Todos? ¿Por el hecho de ser libros? Los libros, por más que los ame, sólo son objetos creados por seres humanos. Nada más. Tenemos poco tiempo, el medio social y el propio sistema educativo son obstáculos para alcanzar lo soñado: forjar el espíritu crítico, la admiración y emulación de la excelencia.
Luchemos, pues, como Cervantes, como don Quijote: con las armas que tenemos, las de atrevernos a darnos el coraje y la plenitud de la libertad para leer cada vez más y mejor a los mejores. Como también nos enseñó Machado, hay que distinguir las voces de los ecos, y de las voces, elegir una una. Y quizá no entera, ni de una vez. Que la poesía es palabra en el tiempo, y el saber es valor y paciencia.
Como soy una privilegiada, pues pude estudiar y dedicarme a ejercer mi vocación, la de ser profesora de lengua y literatura en castellano, me concedo la libertad y la alegría de dedicar clases a enseñar, a transmitir, lo mejor que sé, lo que más admiro y tanto estimo: el espíritu de Cervantes y unos fragmentos, tal cual fueron escritos, de Las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Una aventura agotadora, agridulce, tan vital y emocional como literaria. Pero ya se sabe que sólo el que siembra recoge, aunque brote el fruto mucho después. Vale.