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Viaje a la aldea del crimen, o cómo ejercer el periodismo narrativo
Las crónicas de Ramón J. Sender sobre la masacre de Casas Viejas son un antecedente del nuevo periodismo. Pero muchos otros autores españoles han cultivado este género.
Este artículo pertenece a la revista en papel de La Marea, que puedes comprar aquí
En enero de 1933 el escritor y periodista Ramón J. Sender viajó en avión de Madrid a Sevilla enviado por el periódico La Libertad. Su misión era indagar en los sucesos que días antes habían tenido lugar en Casas Viejas, una pedanía de Medina Sidonia (Cádiz) en la que vivían unas 2.000 personas. Como en muchos lugares de España, especialmente en el sur, sus habitantes vivían sumidos en la miseria y el hambre consecuencia de la falta de trabajo, mientras veían la tierra secarse sin que sus dueños les permitiesen labrarla. Por aquel entonces se había instaurado una norma que prohibía a las personas desplazarse para trabajar a otra localidad que no fuese la suya, por lo que los jornaleros no podían más que esperar a cobrar la limosna, un subsidio que apenas les llegaba para comprar una hogaza de pan.
En aquel primer mes del año, los sindicalistas del pueblo iniciaron una revuelta anarquista creyendo que el comunismo libertario se estaba instaurando en todo el país, pero se equivocaron. Movidos por el ideal de la igualdad y la esperanza de un futuro mejor, se levantaron contra el orden establecido –»sin derramar sangre, pero poniendo el corazón por delante», como pidió Seisdedos, el líder de la acción–. Al poco tiempo de iniciar la revolución se encontraron con los cañones de la Guardia de Asalto (un cuerpo especial creado por la República, debido a su falta de confianza en la Guardia Civil). Lo que empezó siendo un levantamiento pacífico acabó en un asedio brutal por parte de la autoridad, que acabó con la vida de más de 20 personas asesinadas a sangre fría.
La primera crónica de Sender se publicó el 19 de enero, y fue el inicio de una polémica que creció con sus siguientes entregas y que acabó con la dimisión del presidente de la República Manuel Azaña (aunque más tarde se demostró que la operación llevada a cabo en Cádiz estaba fuera de su conocimiento, como él había alegado desde el principio). Esta serie de artículos se publicó un año después, reestructurada y ampliada, en un libro titulado Viaje a la aldea del crimen. La editorial Libros del Asteroide lo recupera ahora y le añade un prólogo firmado por el periodista Antonio García Maldonado, que ayuda a contextualizar mejor los sucesos. Paradójicamente, al contrario de lo que sucedió con las crónicas publicadas en La libertad, el libro original no tuvo demasiada repercusión en su momento y hasta ahora sólo se había vuelto a editar por la editorial Vosa en el año 2000.
La literatura de la información
El trabajo de Ramón J. Sender en Casas Viejas se puede acomodar dentro de ese género periodístico adjetivado como «literario» o «narrativo», atendiendo a sus características fundamentales y sin entrar en discusiones teóricas. Décadas antes de que Capote publicase A sangre fría, uno de los títulos canónicos del también conocido como «nuevo periodismo», Sender y muchos de sus coetáneos ya lo practicaban en España a principios del siglo XX, antes de que la Guerra Civil y la posterior dictadura pusieran fin a la libertad de información [entre otras muchas cosas].
Según las indicaciones de Tom Wolfe, quien acuñó el término de «nuevo periodismo» en los años sesenta del siglo pasado, el reportero debe acudir al lugar de los hechos, hablar con los protagonistas o testigos cercanos, contrastar los datos, quedarse con los detalles y reflejarlos en el texto. Replicar los diálogos conservando la jerga o los acentos, reflejar de la manera más precisa posible los sucesos y su contexto pero cuidando la estética de la escritura. De ahí que una recopilación de crónicas como las de Casas Viejas pueda acabar componiendo un libro, como también ocurrió con los relatos de Capote sobre el asesinato de los Clutter en The New York Times: se publicó en el diario en cuatro entregas y poco después se convirtió en libro.
Manuel Chaves Nogales, Josep Pla, Josefina Carabias o incluso el antecesor de todos ellos, Mariano José de Larra, son otros de los grandes nombres del periodismo narrativo español que ejercieron su oficio a principios del siglo pasado. Chaves Nogales es uno de los más reconocidos gracias, por ejemplo, a sus crónicas publicadas en Heraldo de Madrid en 1928 sobre su viaje por Europa en avión. Estas vivencias se recogieron más tarde en el libro La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja.
La evolución del oficio con el paso de los años y las discusiones acerca de lo que supone el periodismo narrativo o literario, que van más allá del decálogo de Wolfe, hace que hoy sea más difícil encontrar ejemplos tan claros como el del trabajo de Ramón J. Sender. Sus sucesores serían ahora los reporteros que salen a la calle en busca de la historia, aunque no cumplan al detalle todos los requisitos, en contra del periodismo de mesa que impera en la actualidad. Las crónicas de corresponsales como Maruja Torres, Enric Gonzàlez o Ramón Lobo, entre otros, son un buen ejemplo de esa manera de contar la actualidad desde el lugar de los hechos.
También habría que incluir a Íñigo Domínguez, antiguo corresponsal de El Correo en Roma. En 2008 se le ocurrió ofrecer a su periódico una serie de reportajes que contasen su viaje a través de la costa del Mediterráneo durante aquel verano. La idea era partir de Portbou (Girona) y llegar a Tarifa describiendo las costumbres turísticas del Levante español. Los diarios generalistas suelen escribir páginas de contenidos ligeros durante la temporada estival, y le dijeron que sí. Pero los relatos de ese viaje reflejaron una realidad muy diferente a la esperada. Domínguez se encontró un paisaje sepultado por el cemento y el ladrillo que ya avisaba de la crisis económica que hundiría al país (y a gran parte del mundo) aquel mes de septiembre. En mayo de 2015 la editorial Libros del K.O. publicó la recopilación de dichas crónicas, acompañadas por un epígrafe, en el libro Mediterráneo descapotable. Viaje ridículo por aquel país tan feliz. Un periplo parecido, en la sorpresa, al que Gabi Martínez emprendió por la península para destapar esa realidad que se esconde por vergüenza debajo de la alfombra. El resultado fue Una España inesperada, un ejemplo más de la vigencia del periodismo narrativo.