Internacional | Tus artículos
Día 6. Las lágrimas azules
Gracia Maqueda, una trabajadora social sevillana, viaja a la isla griega junto con otras cuatro personas más para ayudar a los refugiados in situ y denunciar el cierre de fronteras. Durante una semana, escribe en La Marea su testimonio.
España, 1939. Grecia, 2016. Miles de refugiados españoles cruzaban la frontera española hacia Francia en febrero de 1939. Eran una parte de los perdedores de la guerra civil española. Entre ellos, militares republicanos, intelectuales, hombres, mujeres y menores que huían de la terrible represalia que Franco y sus generales imponían en las ciudades que iban avasallando. Ateridos de frío, formando oscuras filas de desolación sobre la blanca nieve del Pirineo, eran refugiados de guerra.
Hoy es 14 de abril. Muchos y muchas en España anhelamos la llegada de la tercera República a nuestro país, y trabajamos en el movimiento memorialista dignificando la memoria de nuestros familiares, que fueron represaliados por el franquismo: asesinados en cunetas, exiliados, encarcelados, expropiados de sus bienes, depurados en sus profesiones de por vida… Esta crónica de hoy está dedicada a ellos y ellas y a los que mantenemos su memoria como sano ejercicio de memoria histórica en un país que no quiere abrir las miles de fosas comunes que, como un triste y vergonzoso rosario, pueblan el territorio español. Un país que se niega a revisar su historia y a dignificar a los que fueron lo mejor de una república democráticamente elegida es un país gobernado por políticos cobardes, que se arriesgan a que se repitan los hechos que nosotros preferimos sacar a luz en un necesario ejercicio de verdad, justicia y reparación.
Hoy hemos vuelto al campo de detención de Moria. La visita del papa está próxima, y Mitilene está a rebosar de periodistas de todo el mundo que cubren la noticia. La puerta del campo tiene una actividad inusual. El día está gris, y hoy podemos caminar con más libertad que ayer con nuestros móviles en las manos. No pueden controlar a tanta gente. Nos encontramos con tres chicos muy jóvenes que esperan en la carretera que alguien les acerque al campo de refugiados de Karerepe, no muy lejos de aquí, el cual vamos a visitar mañana. Nos acercamos a hablar con ellos, y desde el principio me llama la atención uno de ellos, el más callado. Hace un mes que llegaron a Grecia cruzando en balsa desde Turquía, dejando atrás un Iraq destrozado por intereses geopolíticos y económicos de las grandes potencias que se inventaron una guerra donde España tuvo el vergonzante honor de participar, en contra de cientos de miles de personas que salimos a la calle gritando «No a la guerra».
Los nombres de los chicos son: Hasan, Raed y Yousuf. Tienen 25 años. Vinieron solos, sin sus familias. Están acogidos al programa EASO (oficina europea de soporte al asilo), en el cual pueden participar migrantes sirios, iraquíes, eritreos, centroafricanos y apátridas. Ya han hecho su primera entrevista y se está gestionando su solicitud de asilo. No quieren fotos. Les preguntamos que a qué se dedicaban en Iraq. Uno de ellos estudió Químicas. Otro es geógrafo. El tercero, el que captó mi atención desde el principio, estudió Historia. Y entonces siento que todo encaja: Raed tiene la edad de mi hijo Pablo, que ha estudiado Historia en la Universidad de Sevilla. Ambos se parecen físicamente.
Tengo que retirarme del grupo. La congoja me puede, se instala en mi pecho como una garra que me aprieta y me duele. Lloro lo más discretamente que puedo en brazos de nuestro compa Kike. No quiero que me vean llorar. No quiero que piensen que siento pena por ellos. Porque en realidad la pena la siento por mí, por nosotras y nosotros, por los que por acción u omisión permitimos que nuestros gobiernos estén mirando para otro lado y firmando el acuerdo de la vergüenza UE -Turquía o convenios como el de Dublín III, que infringen claramente el derecho de asilo de los migrantes del mundo.
Los chicos se van. Kike los lleva en coche a Mitilene, y yo sigo llorando. Llena de pena. Con mi hijo Pablo y Raed pegados a mi piel. Hoy en la mañana me he pintado los ojos con una raya azul y las lágrimas que se escapan de ellos se pintan de un azul potente. Mis compas, que son mi gran consuelo en este momento, se impresionan y, entre caricias, me dicen que estoy llorando lágrimas azules.
Me prometo a mí misma que una vez que le haya hecho un hueco a la congoja, la rabia debe tomar su lugar, y denunciar con palabras y actos lo inadmisible de esta situación, que obliga a Raed, Yosuf y Hasam a ser, ahora mismo, «ilegales». Ninguna persona tendría que pasar por lo que estos chicos y miles de otros hombres, mujeres, niños y niñas están pasando. Ningún ser humano es ilegal. «¡¡¡Papeles para todos y todas!!!». Ese es el grito que hoy mi garganta quiere esparcir a los cuatro vientos desde esta isla de Lesbos. Refugiados españoles y refugiados sirios, iraquíes, congoleños, paquistaníes, argelinos, centroafricanos… hermanados después de casi 80 años en un camino de sufrimiento en el que, ni entonces ni ahora, están solos. Les acompañan otros seres humanos, con fuertes lazos de solidaridad y denuncia.
Héroes y heroínas en Lesbos
Y Marbella. Así se llama la embarcación mecánica que PROEMAID saca cada noche al mar Egeo en misión de rescate. Los bomberos españoles han llegado a Lesbos desde distintos puntos del Estado. Los he visto durante estos días en el campamento (campfire) que, junto con otros voluntarios y activistas, han montado en la playa, muy cerca del aeropuerto. Dos de ellos salen al mar en turnos de cuatro horas. Otros dos o tres permanecen en el campamento, a la espera de posibles balsas que lleguen con refugiados y refugiadas. Tienen perfectamente organizado cómo actuar ante la llegada de las balsas (ha habido noches que han arribado hasta doce), para que no se asusten y el pánico no haga que la ayuda no sea efectiva.
Desde que fueron detenidos por la Policía griega, en diciembre pasado, y acusados de tráfico ilegal de personas, los bomberos no pueden tocar a los refugiados. Son los activistas los que ayudan a éstos a bajar de las embarcaciones. La asociación de bomberos quiere comprar una embarcación nueva, mucho más potente, que cuesta, según nos dicen, unos 80.000 euros. Pero no tienen fondos para ello.
Me pregunto y pregunto al Estado español y a los demás Estados de la UE cómo no son ellos los que se ponen manos a la obra con todo esto que bomberos y activistas organizan cada noche aquí. Cómo no se les cae la cara de vergüenza ante el ejemplo de generosidad de estas personas. Pero claro, no puede perder la vergüenza quien no la tiene.
Hace frío en la lancha neumática llamada Marbella cuando ésta recorre de parte a parte la playa frente a campfire. De noche la sigo desde la hoguera, desde la costa, con sus luces roja y verde, cruzar el agua una y otra vez, y admiro profundamente a estos hombres. Muchos de ellos han utilizado parte de sus vacaciones para venir a Lesbos, y dejan en España esposa e hijos muy pequeños. Hay muchos héroes y heroínas en Lesbos en estos tiempos difíciles. Para mí, los componentes de PROEMAID se llevan la palma.
Cuando esta mañana se han acercado al campamento (sobre las 8 de la mañana) a por café caliente y les he visto marcharse después en su lancha, en Marbella, con la bebida caliente, haciendo bromas con los que aún seguíamos acampados, mi admiración se ha marchado con ellos, a seguir recorriendo los caminos del mar.
Día 2. Qué bien estar en Lesbos
Día 3. Los elefantes y los pueblos de Europa
Día 4. El vertedero de la vergüenza. El cementerio de los olvidados
Día 5. Del campo de Moria a los chupa chups de Pikpa