Internacional
Cisjordania, la anexión inapelable
Con la atención mundial centrada en Gaza, Israel está ocupando sin freno otros territorios palestinos. El gobierno más radical de su historia cuenta hoy con el apoyo de Trump y tiene una idea en mente: la conquista total de Cisjordania.
Este reportaje se ha publicado originalmente en #LaMarea104, antes del acuerdo de alto el fuego en la Franja de Gaza. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.
La Ruta 505 serpentea por el corazón de Cisjordania. A ambos lados de la carretera, la escena confirma que este es el hogar ancestral de los palestinos. Las colinas se extienden hacia el horizonte, con centenares de olivos cubriendo el áspero terreno. A poca distancia, una familia rodea uno de los árboles y llena un gran saco con el fruto más preciado de la región. De su conversación animada se escapan palabras en árabe que llegan hasta la carretera. A lo lejos hay varios poblados y, en los raros momentos sin tráfico, se oye la llamada a la oración desde los minaretes.
Aunque parece que reina la paz, también hay indicios del conflicto que envuelve permanentemente este territorio. Decenas de soldados israelíes deambulan por el concurrido cruce de Tapuah, que alberga uno de los principales puestos militares de Cisjordania. Cerca de allí, una señal de tráfico ha sido vandalizada con un grafiti: «Muerte a los árabes», dice. Sobre una rotonda, un grupo de activistas israelíes pro derechos humanos se manifiesta contra la ocupación mostrando pancartas en las que se puede leer: «Las vidas de los palestinos importan».
Pero la prueba más evidente de esta disputa se halla más adelante: una señal escrita a mano, en hebreo, que dirige la atención de los conductores hacia la izquierda. Indica un sendero recién pavimentado que sube por la colina del monte Sabih. El asfalto negro ofrece un intenso contraste con la tierra marrón y los matojos verdes. A la entrada, dos adolescentes con mechones rizados en la cabeza permanecen de pie junto a una bandera israelí que testimonia que ahí empieza una propiedad judía. En lo alto del sendero se encuentra el futuro asentamiento de Evyatar.
Un lugar célebre
La historia de Evyatar es una muestra de la cruda realidad de Cisjordania. Ubicado en tierras rurales pertenecientes a la ciudad palestina de Beita, fue fundado por un grupo de israelíes en 2013 en una especie de castigo por el asesinato del colono judío Evyatar Borovsky a manos de un palestino. Al poco tiempo, los mandos israelíes desmantelaron el puesto de avanzada, que no había recibido permiso de planificación. Entre 2016 y 2018 hubo varias tentativas de reocupación que acabaron sin éxito. En mayo de 2021, las autoridades decidieron mantener las estructuras instaladas. Los colonos fueron evacuados temporalmente antes de que se les permitiera regresar de forma permanente en 2023.
Desde su creación, Evyatar ha sido noticia habitual porque su ubicación sobre terreno palestino provoca fricciones con familias agricultoras que ven restringido el acceso a sus campos. A las protestas semanales de los oriundos, el ejército sionista ha respondido con violencia, provocando la muerte de al menos 15 palestinos, así como la de Ayenur Ezgi Eygi, activista turco-estadounidense asesinada el pasado mes de septiembre. Por todo ello, Evyatar se ha convertido en «el puesto de avanzada más famoso establecido en los últimos años», según el diario Haaretz.
Actualmente, alrededor de 500.000 personas viven en unos 150 asentamientos y 225 puestos de avanzada en la Cisjordania ocupada. Estas comunidades judías son ilegales según el derecho internacional y deberían ser evacuadas, como ya resolvió en julio de 2024 la Corte Internacional de Justicia. Dado que estos puestos son levantados por civiles sin permiso del gobierno, inicialmente también se consideran ilegales según la ley israelí y suelen ser demolidos. Sin embargo, a menudo los colonos los reconstruyen y acaban siendo tolerados pese a no tener autorización. En algunos casos, estos emplazamientos se legalizan de forma retroactiva para convertirse formalmente en asentamientos, que son legales según la ley israelí pero no según el derecho internacional. Esto es precisamente lo que ha sucedido con Evyatar.
Un ministro a la cabeza
El pasado mes de junio, tras una década de disputas entre colonos y autoridades, el Gobierno israelí inició el proceso para legalizar este puesto de avanzada y otros cuatro más en Cisjordania –uno de ellos ubicado en un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, cerca de Belén–. La decisión fue un acto de represalia por el apoyo de cinco países hacia la causa palestina, entre ellos España. El mensaje era claro, expresado en palabras por el ministro de Finanzas, el ultranacionalista Bezalel Smotrich: «Por cada país que reconozca unilateralmente el Estado de Palestina, construiremos una nueva comunidad. De ese modo, dejaremos de lado la idea delirante de establecer un Estado palestino que pondría en peligro la existencia de Israel».
El actual gobierno de coalición, integrado por varios políticos ultraderechistas, es considerado el más extremista en la historia del país. Por su parte, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha respaldado discretamente la agenda expansionista en Cisjordania, cediendo el mando sobre esta materia al mismo Smotrich para garantizarse su apoyo y mantener la mayoría. Hace unos meses, transfirió el mando sobre la construcción de asentamientos a funcionarios públicos dirigidos por el ministro ultra. Este personal pertenece a «los sectores más extremistas y fundamentalistas de la política nacional», advierte a La Marea el activista israelí Dror Etkes, fundador de la organización Kerem Navot.
Si bien las administraciones anteriores habían mostrado cierta moderación a la hora de aumentar la presencia israelí en territorio palestino, el gabinete actual, formado en diciembre de 2022, ha hecho todo lo contrario. «En los últimos dos años, el gobierno ha brindado a los colonos el mayor margen de maniobra de la historia en Cisjordania», asegura Etkes. Mientras que los palestinos se enfrentan a una enorme presión para permanecer en su tierra, a los israelíes radicales se les está permitiendo construir «lo que quieran»: «Llevo 23 años documentando los asentamientos y nunca he visto nada similar», sentencia el activista.
Y la situación no ha hecho sino empeorar desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la posterior invasión israelí de la Franja de Gaza. «Los colonos aprovechan los periodos de conflicto de alta intensidad para expandirse», sostiene Etkes, quien ve «un vínculo claro entre la violencia en Gaza y lo que está sucediendo en Cisjordania». Así, los colonos israelíes y la administración estarían «acelerando deliberadamente la apropiación de tierras como castigo» por el ataque de Hamás. Además, con la atención de la comunidad internacional centrada en la masacre de Gaza, Israel ha podido actuar en Cisjordania sin encontrar resistencia externa.
Récord histórico
Los datos revelan hasta qué punto los colonos han participado en la usurpación de tierras de Cisjordania desde el 7 de octubre de 2023. Un informe de Peace Now, una ONG que monitorea la política de asentamientos, constata que en este tiempo se han establecido al menos 43 nuevos puestos de avanzada, un incremento «sin precedentes», ya que previamente la media no alcanzaba las siete nuevas comunidades anuales. «En el último año, hemos visto mucha construcción sin permiso de planificación, como puestos de avanzada y carreteras», nos explica Yonatan Mizrahi, autor del informe.
El estudio también constata el papel activo del Gobierno. Además de autorizar los cinco puestos de avanzada mencionados, ha designado otros tres como barrios de asentamientos ya existentes, legalizándolos de facto. Desde el 7 de octubre, también ha declarado casi 2.400 hectáreas cisjordanas como tierras de propiedad estatal. Es la misma extensión de terreno que se había puesto bajo control israelí en los 24 años anteriores, desde principios de siglo. Las autoridades están ahora «mucho más involucradas en la expansión de la presencia de colonos» que en el pasado, subraya Mizrahi.
Con el genocidio gazatí como telón de fondo, el gabinete de Netanyahu ha duplicado el presupuesto para el Ministerio de Asentamientos, añadiendo más de 300 millones de shekels (unos 79 millones de euros). Mientras tanto, la oficina de Smotrich ha asignado un presupuesto de 75 millones de shekels (unos 20 millones de euros) para 70 puestos de avanzada que recibirán financiación gubernamental e infraestructura, incluyendo servicio de agua y electricidad. Según Peace Now, es la primera vez que la Administración subvenciona directamente estas comunidades ilegales.
«La promesa de Dios»
Entre los lugares que se beneficiarán de esta ayuda se encuentra Evyatar. El puesto de avanzada está conectado a la red eléctrica israelí y dispone de agua corriente, pero el servicio es inestable y los colonos dependen de las cisternas, nos cuenta Eli, uno de los vecinos. «Eso hace que la vida aquí sea dura», afirma. Eli, de unos 40 años, con barba abundante y mirada cauta, habla con prudencia para no revelar demasiada información. Sin embargo, no tiene inconveniente en hacerse oír para reclamar que el Estado aumente su apoyo a la causa expansionista. «El actual Gobierno está ayudando, pero debe hacer más para que venga más gente», argumenta.
Evyatar alberga a unas 50 familias, aunque como éstas entran y salen continuamente, las cifras fluctúan. La mayoría vive en sencillas estructuras prefabricadas que esperan poder sustituir por viviendas adecuadas en el futuro, pero también hay un puñado de tiendas de campaña para dar cobijo a residentes temporales o recién llegados. Esparcidos caóticamente por los patios abundan muebles, maletas y enseres domésticos. El aburrido monocolor de las paredes de hormigón rara vez se rompe. Una de estas excepciones es un mapa que alguien ha pintado y en el que Israel absorbe Cisjordania y Gaza dentro de sus fronteras.
Por si esta imagen no dejara lo bastante clara la opinión de los colonos, Eli se encarga de aclarar cualquier clase de duda. «Nuestro objetivo es cumplir la promesa de Dios», sentencia al preguntarle por qué este grupo de israelíes decidió establecerse en el corazón de Palestina. «El Señor dijo ‘Os daré la Tierra de Israel’, y aquí estamos para reclamarla». Es la posición mayoritaria: Evyatar está poblado casi exclusivamente por judíos ortodoxos que se consideran «pioneros» del movimiento para ocupar toda Cisjordania.
Pero esta versión mesiánica apenas puede nublar la verdad: Evyatar se construyó en campos trabajados por familias palestinas. A pesar de ello, Eli sostiene que «no era tierra de nadie» cuando llegaron los colonos. «Quienes lo niegan son unos mentirosos», proclama, levantando un dedo acusatorio. Tampoco tiene reparos en rebatir a su manera la ilegalidad de los asentamientos. «Aplicamos el derecho internacional cuando es justo. Si no lo es, no podemos respetarlo», declara. Por ello, pide al Gobierno que siga impulsando las políticas expansionistas e ignore la condena mundial. Y eso está haciendo, precisamente.
El apoyo de Trump
En los últimos meses, los miembros extremistas del gabinete de Netanyahu, con Smotrich a la cabeza, han intensificado los llamamientos para «anexionar» Cisjordania. «Este proceso ya estaba en marcha antes del 7 de octubre, pero se ha acelerado en el último año», explica a La Marea Mairav Zonszein, analista del International Crisis Group. Desde los Acuerdos de Oslo, en los años noventa, el territorio palestino se ha dividido en tres niveles de soberanía, con el Área C –que representa alrededor del 60% de Cisjordania y contiene la mayoría de los asentamientos judíos– bajo control efectivo israelí. Ahora, el Gobierno podría oficializar la anexión.
No es previsible que Israel asuma el control de toda Cisjordania, aclara Dror Etkes, sino solo el de las regiones más vastas del Área C, con muchos asentamientos y pocos árabes, para que el gobierno no se enfrente a acusaciones de «gestionar un apartheid». Anexionar todo el territorio significaría tener que conceder derechos políticos y civiles a tres millones de palestinos, algo que Israel no está dispuesto a hacer. Con todo, para Etkes «la anexión es ahora más probable que nunca», ya que las circunstancias políticas nacionales e internacionales lo alientan. «Tenemos a extremistas al mando del gobierno en Israel, y lo mismo está por ocurrir al otro lado del Atlántico», sostiene.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha hecho que muchos nacionalistas radicales crean, con fundadas razones, estar más cerca de conquistar definitivamente Cisjordania. Smotrich afirmó recientemente que Israel había estado «a un paso» de anexionar territorio palestino durante su primer mandato como presidente de los Estados Unidos. El plan de paz de Trump para la región otorgaba a los palestinos la soberanía sobre solo el 70% de Cisjordania, a la vez que entregaba grandes franjas de territorio –incluido el valle del Jordán– a Israel y mantenía en pie todos sus asentamientos. La propuesta nunca prosperó.
En su segundo mandato, Trump podría reanudar el camino que dejó sin acabar. El líder republicano ha alentado los temores sin haber pisado aún el Despacho Oval, en especial por el nombramiento de Mike Huckabee como embajador en Israel. El antiguo gobernador de Arkansas, conocido por su entusiasta fe evangélica, afirmó en el pasado que Cisjordania no está ocupada, y recientemente manifestó que el nuevo presidente podría apoyar la anexión de territorio palestino. El mismo Smotrich ha calificado el regreso de Trump de «oportunidad importante» para lograr su objetivo: «2025 será, con la ayuda de Dios, el año de la soberanía sobre Judea y Samaria», dijo refiriéndose a Cisjordania por su nombre bíblico.
«Para siempre»
También los colonos son optimistas. En pleno Valle del Jordán, al noroeste de la ciudad palestina de Jericó, Siglit pasa un trapo por una silla de plástico y la fija sobre la tierra árida e irregular antes de sentarse. «Trump fue bueno para Israel y volverá a serlo», asegura. «Aunque no podemos depender de nadie. El control de estas tierras tiene que venir de nuestra propia fuerza». Para Siglit, esta no es una premisa vacía. El pequeño puesto de avanzada en el que se encuentra, un kilómetro al este del asentamiento de Mevo’ot Yericho, es una de las 43 comunidades israelíes ilegales construidas tras el ataque del 7 de octubre. Fundado hace tres años y derribado al poco tiempo por las autoridades, ahora confía recibir la bendición de los ministros extremistas y permanecer en pie «para siempre».
La comunidad tiene como únicas construcciones una pequeña granja, en la que hay algunas gallinas y cabras, y dos viviendas prefabricadas. El agua corriente llega por tuberías desde Mevo’ot Yericho, y unos operarios están instalando placas solares para proporcionar electricidad. Pero nadie vive aquí; se trata de un proyecto compartido. Sigalit y su marido tienen la casa en el asentamiento y se organizan con otros vecinos de la zona para venir por turnos. Acuden también adolescentes, en lo que definen como «trabajos comunitarios»: «Mantenemos siempre una presencia aquí para que sea nuestra tierra», explica.
Curiosamente, este punto tan inhóspito de la geografía de Cisjordania no estaba bajo disputa, a diferencia de Evyatar. «Aquí no vivían palestinos. Ni los pastores venían con sus animales», explica por teléfono el activista antiocupación Guy Hirschfeld, unos días después de la visita al puesto de avanzada. Pero la presencia israelí sigue suponiendo un problema, porque los colonos están construyendo varias comunidades a las entradas de Jericó. «Su objetivo es controlar las carreteras y aislar la ciudad. Entonces habrá problemas», avisa. El presagio ya se está cumpliendo. De repente, avisa de que debe cortar la llamada. «Me está llegando una alerta de que unos colonos están increpando a unos palestinos aquí cerca, en Mu’arrajat», dice. «Tengo que irme».