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La vida precaria a la izquierda del Partido Demócrata

Un siglo de anticomunismo explica que el candidato demócrata en Estados Unidos Bernie Sanders sea visto como un radical.

Este reportaje está incluido en La Marea 36

A finales de julio de 1970, J. Edgar Hoover, director del FBI en Washington, D.C., recibió una carta manuscrita de una señora, B.R. Stubbs, de Tejas, sobre el cantante Pete Seeger, el padre del folk político norteamericano. “Puede usted decirme por favor”, decía, “si Pete Seeger es miembro del Partido Comunista y, si es así, cuán involucrado está. Estoy interesada porque me han dicho que lo es, y si lo es tengo que protestar contra su aparición, aunque fuera en su capacidad profesional como guitarrista folklórico, en el programa Barrio Sésamo… Si los niños piensan que Barrio Sésamo es bueno y si se enteran de que un comunista apareció en él, ¡dirán que el comunismo es bueno!”.

El 3 de agosto, Hoover contestó que, por razones de confidencialidad, no podía darle la información que pedía, pero que le adjuntaba “materiales sobre algunos de los grupos que buscan fomentar el desorden en nuestra Nación”, además de recomendarle tres de sus propios libros sobre el tema. Copias de esta correspondencia fueron a engrosar el expediente que el FBI mantenía sobre Seeger y que contaba para entonces con más de 1.300 páginas. Hoover llevaba vigilando a Seeger desde 1943, año en que éste grabó su famoso disco de canciones de la Guerra Civil española. (A finales del año pasado, la revista Mother Jones hizo público casi todo el expediente recurriendo a la Ley de Libertad de Información).

Hoover estaba acostumbrado a recibir este tipo de cartas y las agradecía. Además de miles de agentes de campo e informantes pagados esparcidos por todo el país (y en el extranjero), la Oficina Federal de Investigación (FBI) dependía de la ayuda de ciudadanos soplones. Además, denuncias como la de la señora Stubbs eran para Hoover viva prueba de su éxito personal. Para 1970 llevaba más de 45 años a cargo del FBI, décadas que le habían servido para transformar el país a su imagen. El clima paranoico de la Guerra Fría, en el que una ciudadana cualquiera podía escandalizarse por la aparición de un cantante izquierdista en un programa para niños, era, en gran parte, su creación. Las bases las había puesto años antes de la Segunda Guerra Mundial. El primer Comité de Actividades Antiestadounidenses de la Casa de Representantes (HUAC), que llegaría a hacer estragos en los años 50, se organizó en 1938.

Hoover murió –con las botas puestas, como se dice– en 1972. Pero su legado pervive, entre otras cosas, en los grandes tabúes que siguen condicionando el paisaje político norteamericano. “El mayor legado negativo de la Guerra Fría es que ha marginado la categoría de clase en la política norteamericana”, afirma Fraser Ottanelli, historiador del comunismo en EEUU. “Mientras que las luchas por la igualdad racial, sexual y de género se han aceptado como parte del discurso nacional, desde la Segunda Guerra Mundial todo lo relacionado con la desigualdad de clase se ha tachado de comunista y condenado al ostracismo”, añade.

Es gracias a este legado que, aún hoy, muchos norteamericanos biempensantes ven imposible que alguien como Bernie Sanders, socialista confeso, pueda llegar a ocupar la Casa Blanca. De ahí la enorme sorpresa de sus resultados en las primarias en Iowa y New Hampshire. ¿Es posible que, más de 40 años después de la muerte de Hoover, por fin estemos viviendo el ocaso de su legado? “Los sondeos sugieren que entre los votantes jóvenes, de los llamados millennials para abajo, hay una asociación menos negativa con el término de socialista que entre sus padres y abuelos”, afirma el politólogo Chris Howell, estudioso del sindicalismo en EEUU. “Ahora bien, no queda claro si es el resultado de su mayor distancia de la Guerra Fría o del hecho de que esta generación, objetivamente, sufre mayor inseguridad, estancamiento salarial, desigualdad y deuda estudiantil”.

La vida política a la izquierda del Partido Demócrata siempre ha sido precaria, con fuertes divisiones internas y periodos de feroz represión estatal. A pesar de ello, Estados Unidos cuenta con una tradición política radical de gran vigor. Hay organizaciones centenarias de comunistas, trotskistas y anarquistas y, desde hace más de medio siglo, grupos organizados en torno a la lucha por los derechos civiles de minorías étnicas y sexuales. En años más recientes han surgido el Partido Verde –cuyo candidato presidencial, Ralph Nader, llegó a cosechar casi 3 millones de votos en 2000– y movimientos activistas como Occupy y Black Lives Matter, que han irrumpido con fuerza en la vida pública, gracias en parte al apoyo moral de personajes mediáticos. (En febrero la actuación de la cantante Beyoncé durante la Superbowl, concebida como homenaje al activismo militante afroamericano, causó cierto escándalo cuando un grupo de sus bailarines llamó la atención sobre la violencia policial contra la población negra.) “La izquierda siempre ha representado un componente central en la historia del país”, dice el historiador Ottanelli. “En 1912 el candidato socialista Eugene V. Debs consiguió un 6% del voto y salieron elegidos más de 50 alcaldes socialistas en todo el país, incluidos cen-tros industriales de importancia como Milwaukee y Schenectady”.

Sin embargo, gran parte de esa historia se ha ocultado. “El centro-izquierda es tan culpable como la derecha en este silenciamiento del papel histórico de la izquierda”, afirma Timothy Johnson, exmilitante del Partido Comunista (CPUSA) y director del mayor archivo del activismo obrero en Estados Unidos, la Biblioteca Tamiment en Nueva York. “Sin embargo, esto está cambiando a medida que se aleja el recuerdo de la URSS. Hay cada vez más trabajo de investigación sobre el papel de la izquierda en las grandes luchas democráticas, que acabará mejorando la imagen que la gente tiene de ella”.

Los momentos de mayor influencia política de la izquierda radical se han producido cuando se ha podido aliar con el liberalismo progresista, dice Ottanelli. “Fue esa alianza la que pudo frenar la política represiva del Estado durante la Primera Guerra Mundial y la que pudo convertir el caso de [los anarquistas Nicola] Sacco y [Bartolomeo] Vanzetti en una causa internacional. También sirvió para sentar la base del Frente Popular de los años 30. En los años de la Gran Depresión, el Partido Comunista era la organización política y obrera más influyente del país. Si atrajo a tanta gente fue porque permitió una lucha conjunta en defensa de los derechos obreros y contra el fascismo. En las elecciones de 1936 presentó a un candidato propio, pero concentró sus ataques en el candidato republicano, animando a su electorado a votar a Franklin D. Roosevelt como una alternativa progresista, proobrera y antifascista”, prosigue.

¿El socialista Bernie Sanders es el nuevo Roosevelt o el nuevo Eugene V. Debs? “Objetivamente, Sanders tiene mucho de FDR”, apunta Johnson. “Representa el renacimiento del ala progresista del Partido Demócrata, que quedó prácticamente aniquilada por el centrismo de Bill Clinton. Pero no me consta que Sanders sea un socialista de verdad, por más que se diga un socialista demócrata. En ese sentido es bastante vago e inconsistente. Propone fracturar los grandes bancos, por ejemplo, pero no habla de nacionalización. Quizás lo más significativo de su discurso es que Sanders abre un espacio de legitimidad para que los socialistas de verdad hablen sobre el socialismo”. No queda claro, sin embargo, que Sanders esté cambiando la relación entre la izquierda organizada y el Partido Demócrata. “Yo no lo creo”, dice Johnson. Y continúa: “Veo los mismos debates de siempre. Parte de la izquierda se opone a cualquier candidato de un partido burgués, mientras que otra parte ve las elecciones nacionales como una táctica frentepopulista para frenar a la derecha radical. El problema principal que tiene la izquierda, digamos sana, es que todavía no ha sido capaz de entrar en las campañas del Partido Demócrata al mismo tiempo que construye instrumentos independientes que sobrevivan a esas campañas.

La experiencia de la Coalición Arcoiris de Jesse Jackon, en los años 80, es instructiva. Se construyó gracias al esfuerzo de muchas fuerzas izquierdistas, que la veían como un movimiento independiente. Y sirvió para aglutinar causas como la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Pero se desmoronó cuando Jackson la liquidó a cambio de un par de sillones en el Comité Nacional del Partido”. El legado de Hoover está desapareciendo en ámbitos progresistas, pero sigue vivo y coleando en muchos sectores de la derecha. El éxito de Sanders entre los demócratas, y sobre todo los jóvenes demócratas, no indica que sea capaz de ganar unas elecciones nacionales, advierte el politólogo Howell: “Quizá dependa menos de cómo ciertos votantes vean el término socialista que cómo los grupos de interés y las fuentes de dinero en la política norteamericana reaccionen ante la posibilidad de tener a un presidente socialista, o más bien un socialdemócrata.”Y es que el éxito de Sanders, dice Howell, se ha producido bajo dos condiciones que no se van a repetir en las elecciones presidenciales: “Primero, la posibilidad de realizar una campaña al por menor, que depende de voluntarios entusiastas más que de anuncios de televisión. Y segundo, la ausencia de una contracampaña financiada por los grandes intereses corporativos y financieros. Si Sanders fuera el candidato demócrata, es probable que esos intereses cobraran un papel más importante. En tal caso podemos esperar una avalancha de asociaciones altamente negativas con la etiqueta socialista. Y no hay que olvidar que en las elecciones generales el voto indeciso será el de independientes con bajos niveles de información, no de progresistas jóvenes”.

Aunque no salga nominado, ¿la candidatura de Sanders servirá al menos para reforzar el movimiento progresista en Estados Unidos a largo plazo? De nuevo, Howell es escéptico: “Las primarias demócratas actuales presentan un serio dilema para lo que queda del movimiento obrero en este país. Los cuadros sindicales le tienen más simpatía a Sanders que las cúpulas. Pero los sondeos también sugieren que si Donald Trump fuera el candidato republicano, tendría cierta atracción entre cuadros sindicales blancos. El reto para los líderes sindicales es cómo vacunar a sus miembros contra Trump, al mismo tiempo que les animan a votar en las elecciones generales y reconocen los riesgos enormes que tendría una victoria republicana para los sindicatos y la negociación colectiva en un momento realmente muy precario. La Corte Suprema, por ejemplo, está por decidir un caso que puede debilitar los sindicatos de funcionarios de forma dramática”. Ottanelli es más optimista: “Así como en los años 30, los conceptos de clase, la conciencia de clase y la desigualdad racial y étnica han entrado al debate nacional. Sanders atrae a los más afectados por la salvaje liberalización de los últimos treinta años. Su discurso resuena en sectores amplios, muchos de los cuales se habían pasado al Partido Republicano porque se sentían abandonados por los demócratas. En ese sentido, está redefiniendo el sistema político de Estados Unidos, liberado ya de las categorías artificiales impuestas por la Guerra Fría y el liberalismo de los años 60”.

Y, qué duda cabe, la entrada a la Casa Blanca de Barack Obama, con su propio pasado radical como organizador comunitario en Chicago, también sirvió para romper tabúes. No es casual que, en su toma de posesión como presidente, en enero de 2009, quien cantó el tema clásico de Woody Guthrie This Land is Your Land (Esta tierra es tu tierra), en el monumento a Lincoln y al lado de Bruce Springsteen, fuera el mismísimo Pete Seeger.

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