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Tras una puerta azul por no tener los papeles en regla
Los CIE, tan bien retratados en el documental 'La puerta azul', son la punta del iceberg. Vivimos en un mundo de vallas y concertinas, de mares que son cementerios, de vuelos de Air Europa que rompen sueños y familias
¿Vives temiendo a que te encierren por una falta administrativa? Es un buen día para ver La puerta azul, un documental que recoge entrevistas sobre los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) a activistas y migrantes, y también a representantes del sistema político, judicial y policial. Es un buen día para recordar que tú y yo convivimos con personas que viven bajo la amenaza real de ser encerradas o deportadas, que viven con el riesgo a ser privadas de libertad y separadas de su familia, por una falta administrativa. Por no tener los papeles en regla. La solución a sus problemas es sencilla: debieron haber nacido europeos.
Los europeos generalmente viajamos sin miedo. Si se habla de personas que migran huyendo de la miseria, del hambre o de la guerra, lo que hemos de hacer la mayoría de europeos es escuchar. Y si queremos hablar, que sea precisamente de nuestros privilegios. Hablemos y démonos cuenta de cómo, incluso cuando migramos, incluso cuando no tenemos los papeles en regla, no nos pasa nada, o casi nada.
Hacer ciencia es migrar, porque la ciencia es viajar, compartir, aprender. En realidad, la vida es viajar, compartir y aprender, pero en la vida científica esto es todavía más evidente. Sin las visitas científicas, sin los congresos, y muy especialmente sin las estancias postdoctorales, el desarrollo de una persona como investigadora está muy limitado. En cada casa las cosas se hacen de una forma y la gente tiene unas ideas. Y cuando digo en cada casa quiero decir en cada laboratorio y en cada centro de investigación. Para avanzar, para beneficiarte de otras ideas y aprender otras formas de hacer las cosas, viajas. Al viajar, aportas tus ideas y tus formas de hacer a quienes te acogen. Y cuando vuelves, si vuelves, compartes lo aprendido y lo vivido.
Yo soy un desastre para las gestiones y, obviamente, en muchos momentos de mi vida no he tenido todos los papeles en regla. Algunos de esos momentos han coincidido con mis viajes de trabajo. No pasa nada, o casi nada: he perdido algún vuelo, o no he podido votar, o he perdido algo de tiempo. Apenas he sufrido arbitrariedad por estos problemas administrativos, y, desde luego, nunca he temido caer en una redada y ser encerrado o maltratado por el color de mi piel. Está incluido en mi enorme paquete de privilegios de haber nacido europeo: la burocracia y las leyes de extranjería son un engorro, no una amenaza.
Otros no nacieron con tanta suerte. A la mujer de un compañero científico, rusa, la amenazaban en el aeropuerto de Manises (Valencia) con no dejarla entrar en el país, teniendo los papeles en regla, por sospechar que pudieran ser falsos. Intervino por teléfono mi compañero, francés pero hablando un español convincente, y cambiaron de idea. A otro compañero investigador, jordano, se le retrasó -por la lentitud de nuestro Ministerio- la renovación de su beca predoctoral. Para un nacido en Europa, una incomodidad. Para él, perder la categoría de estudiante y con ella su permiso de residencia. Bajo el riesgo de ser encerrado o deportado por la fuerza, este investigador tuvo que pagarse, de su flaco bolsillo de becario predoctoral, un viaje de ida y vuelta a Jordania y hacer gestiones desde allí para, cuando finalmente se resolvió su renovación, recuperar su derecho a continuar haciendo su tesis doctoral en Valencia.
Los CIE, tan bien retratados en el documental, son la punta del iceberg. Vivimos en un mundo de vallas y concertinas, de mares que son cementerios, de vuelos de Air Europa que rompen sueños y familias, de acuerdos entre países para alejar los CIE más allá de la vista y el oído, para que los nacidos en países ricos no tengan que estar tan cerca de esa puerta azul tras la que se maltrata a los nacidos en países pobres. Vivimos en un mundo que hemos de cambiar.