Un momento para respirar
El Estado no tiene corazón; nosotros sí
«En el dolor se mezcla inevitablemente un deje de culpa», escribe José Ovejero en su diario tras la muerte de su perro, un animal «acostumbrado a la libertad, a correr por el monte a sus anchas».
11 de enero
Como tanta gente, voy a cerrar mi cuenta de X. Pere Sureda comenta el anuncio y viene a decir algo que opina mucha gente: que no podemos dejar el espacio a quienes lo usan para difundir mentiras e ideas ultraderechistas. Puede que tengan razón, pero al mismo tiempo pienso que en realidad quedarse es ser un tonto útil; como le respondo a Pere, las cartas están marcadas, es decir, participamos en el juego –y necesitan que participemos– pero no podemos ganar; estamos ahí para generar tráfico que al final beneficia solo a un lado. Y por supuesto a los planes de Musk de tener influencia mundial y dar voz a la ultraderecha.
Aparte de que me resulta muy desagradable participar en un espacio que pertenece a una de las personas más despreciables que puedo imaginar.
Si fuese un anarquista del siglo pasado, de los que aún creían que los atentados individuales eran útiles en la lucha contra el Estado opresor, y solo pudiese atentar contra un miembro de este Estado, ¿contra quién atentaría, contra Donald Trump o contra Elon Musk?
Una discusión similar la tuvieron Emma Goldman y su pareja Alexander Berkman. Goldman defendía a Leon Czolgosz, un joven anarquista admirador suyo que mató al presidente McKinley. Apunto aquí el razonamiento de Berkman, quien, como anoté hace unos días, intentó asesinar a un magnate de la industria: «El auténtico despotismo de las instituciones republicanas yace mucho más hondo, es más insidioso porque reposa en el espejismo generalizado en el pueblo del autogobierno y la independencia. Esa es la fuente de la tiranía democrática y como tal una bala no puede alcanzarla. En el capitalismo moderno el auténtico enemigo del pueblo es la explotación económica más que la política. La política es solo su sirvienta».
¿No tenemos hoy la misma impresión de que los límites de la democracia están marcados por los poderes económicos y que dichos límites se estrechan cuando los grandes beneficiarios del capitalismo así lo exigen? Nuestras sociedades se vuelven más tiránicas en épocas de crisis, o cuando el capital necesita la violencia (en forma de represión interior o de guerra) para imponer sus intereses.
Recuerdo haber leído hace muchísimos años un artículo de Umberto Eco sobre las Brigadas Rojas en el que decía de ellas que pretendían disparar al corazón del Estado, sin darse cuenta de que el Estado no tiene corazón. A veces una metáfora puede tener el valor de un argumento.
15 de enero
Ayer un perro ha matado al nuestro y estamos desolados. Cuando empezamos a acoger a Goxo en nuestra casa, era un animal acostumbrado a la libertad, a correr por el monte a sus anchas –aunque le gustaba pasear con nosotros–. Agradecía el alimento y el afecto –también la comodidad en las noches más frías–, pero siempre quiso pasar buena parte de su vida fuera, a veces durmiendo delante de nuestra casa, a veces defendiendo el terreno, otras yendo a visitar a otros vecinos o a otros perros. Muchas noches no hacía caso a nuestras invitaciones a entrar en casa y las pasaba fuera por voluntad propia. En ocasiones pasaba horas sin regresar,»haciendo recados», como decíamos; en otras sencillamente se tumbaba delante de la puerta y dormía allí en sus mantas, aunque atento a los ruidos del campo: un corzo curioso, un zorro que olisqueaba nuestra cercanía, un gato haciendo sus rondas nocturnas.
Sabíamos que con esa vida corría más peligros que si hubiera sido un perro de apartamento. Podía atropellarlo un coche –aunque aquí apenas circulan y suelen conducir despacio por las callejuelas estrechas–, o recibir un disparo de un cazador furtivo –que los hay–, o darse de bruces con un jabalí… Pero se deprimía si lo encerrábamos en casa o si lo sacábamos con correa, cosa que solo hacíamos cuando estaba enfermo y no podía corretear a sus anchas.
Ayer tuvo uno de esos accidentes que temíamos y ha resultado mortal. Claro que nos preguntamos si hicimos lo mejor para él. Pensamos que sí, pero en el dolor se mezcla inevitablemente un deje de culpa, el miedo a no haberlo cuidado lo suficiente. Y, como es lógico, nos lleva a pensar en la contraposición entre libertad y seguridad, que también nos concierne a los humanos. ¿Queremos estar controlados y protegidos, o tener menos protección y más libertad? Creemos saber lo que, a pesar de todo, habría respondido Goxo. Pero esa creencia no reduce el dolor. El Estado no tiene corazón y también es una metáfora decir que a nosotros nos duele el nuestro. Pero ahora mismo no puedo expresarlo de otra forma.