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Ciencia, cuidados, apoyo mutuo

Necesitamos dejar de sobrevalorar esa tan mal entendida ley de la selva, y necesitamos poner en el lugar que se merece al apoyo mutuo, un concepto con el que no ha dejado de trabajar el anarquismo durante casi un siglo.

Los cuidados: viga maestra de la economía, y a la vez invisible como tela de araña para quienes calculan el PIB. Trabajos casi universalmente de mujeres, y por tanto casi universalmente menospreciados. Hacerse cargo de los más pequeños, de los más mayores, de los más débiles y de los enfermos. Es enorme el papel que tienen en la productividad de los investigadores científicos de carrera los cuidados que recibimos en casa. Para las investigadoras científicas de carrera, la situación es más bien la contraria: generalmente llevan a cabo un trabajo de cuidados en casa que, al no ser valorado, hace que el tiempo aparente cundirles menos. Sobre cómo la sociedad nos ve y nos describe de forma distinta según nuestro género, es obligatorio señalar el gran trabajo hecho por @Daurmith, describiendo en breves tuits la vida de grandes científicos como si fueran mujeres (ver arriba).

Ni el papel crucial de los cuidados ni su desprecio se quedan en casa. En el laboratorio y a los despachos, el apoyo mutuo, invisibilizado pero imprescindible, tiene lugar a diario. Los trabajos de cuidados y acompañamiento parecen no existir a la hora de preparar el currículum y al redactar proyectos, pero la investigación científica es prácticamente inviable sin ellos. Al cuantificar la productividad de un grupo de investigación -algo que se hace una y otra vez- se tiene en cuenta cuántas tesis doctorales se han finalizado con éxito, pero no cuántas se han truncado por depresiones o crisis de ansiedad. O por suicidios, que los hay. Se valora la presencia de especialistas capaces de manejar tecnología de última generación, pero no el talento ni las horas dedicadas a cuidarnos unos a otros. Y con eso no solo se hace daño al bienestar, que debiera ser lo importante, sino también a la productividad, que es lo que obsesiona a nuestra sociedad.

Quizá no está en el imaginario popular, que ve al mundo académico como un mundo en el que, a base de paciencia, los jóvenes precarios que pasan a ser funcionarios acomodados, pero el mundo de la investigación es muy competitivo, y la inseguridad laboral se prolonga durante décadas, salpicada de picos de estrés. Una y otra vez nos encontramos con puntos críticos que recuerdan a aquel clavo por el que se puede perder la herradura, el caballo con su caballero, la batalla y el reino. En lo que he experimentado en mí mismo y en lo que he visto en mi entorno, más allá de un cierto nivel de tensión, la memoria a corto plazo se viene abajo, y empiezas a no confiar plenamente en tu propia cordura. Abundan los momentos en los que el apoyo de otro cerebro y otro par de ojos supone una gran diferencia.

Al terminar de preparar un artículo científico estás haciendo, en unas horas, que varios meses de trabajo tengan valor o dejen de tenerlo. Terminar de redactar, depositar y defender la tesis doctoral implica que en unos pocos días decisivos se le da sentido -o no- a varios años de trabajo y sacrificios. Al redactar un proyecto para solicitar un contrato postdoctoral, con frecuencia te juegas a la inspiración y concentración de los últimos días el continuar o abandonar tu carrera científica. Más adelante, te puedes encontrar preparando un proyecto que decidirá la financiación de tu investigación y la de media docena de tus compañeros durante varios años. En estas circunstancias, tener a tu lado a una persona empática, aunque su tarea se limite a mantenerte en tus cabales, es vital. Pero, a la vez, es casi invisible y, salvo por la figura jerárquica del mentor, no se valora.

¿Es la solución burocratizar los cuidados, mercantilizar la solidaridad? Dentro del marco conceptual del mercado, seguramente. ¿Cómo reconocer el valor de algo sin ponerle un precio, si todo es mercado? Existen iniciativas en ese sentido; de hecho, yo mismo he participado como «mentor» para redactar un proyecto europeo. Me negué a cobrar personalmente un sobresueldo por lo que considero que es parte de mi trabajo: la misma ayuda entre compañeros la he prestado y recibido muchas veces sin que conste. Así, el dinero salió de una cuenta de la Universidad (dedicada a favorecer la obtención de proyectos) y entró, salvo el pellizco del IVA, en otra cuenta de la Universidad (la que cubre los gastos de mi proyecto de investigación). Al burocratizar la ayuda aumenta el PIB, pero no la producción real; es una forma de complicar y de que aparezca en los libros de cuentas, como algo ocasional, un trabajo que se hace a diario. E incluso en este esquema los cuidados siguen invisibles, pues el servicio se vende como una asesoría impersonal. Un sinsentido, a mi entender, y será todavía peor cuando dentro de unos años ese mismo servicio tenga lugar pagando y/o cobrando entre particulares. Mercantilizar la solidaridad es no entenderla y es ponerle trabas.

Bajo mi punto de vista, esa no es la mejor forma de trabajar, y no es lo que necesitamos en el mundo de la ciencia. Lo que necesitamos (y no solo en ciencia) es dejar de sobrevalorar la competición a toda costa, que crea un ambiente de trabajo poco seguro*. Necesitamos dejar de sobrevalorar esa tan mal entendida ley de la selva, y necesitamos poner en el lugar que se merece al apoyo mutuo, un concepto con el que no ha dejado de trabajar el anarquismo durante casi un siglo, desde la lectura que Kropotkin hizo del darwinismo hasta nuestros días, cuando se usa como eje para la reorganización social.

* Por cierto, si trabajas en el ramo: Work Safety Survey by Voice of the Researchers.

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