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Medidores al servicio de un aire limpio

Desde Ecologistas denuncian que "no se transmite bien, de manera general”, aunque señalan "honrosas excepciones" como Oviedo, Madrid o Valladolid.

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Son feos, se camuflan entre el mobiliario urbano y a simple vista no ofrecen ningún dato. Seguro que ha pasado por delante de uno de ellos en más de una ocasión pero no ha percibido que lo eran, pese a que en sus tripas contienen información básica para nuestra salud. Se trata de los medidores de calidad del aire, aquellos instrumentos que sirven para conocer cómo es el que respiramos y para que los gobiernos adopten medidas que eviten o palien la contaminación.

En febrero el Ayuntamiento de Madrid pone en marcha el nuevo protocolo de actuación ante episodios de alta contaminación por dióxido de nitrógeno (NO2). El nuevo texto adelanta los plazos de adopción de medidas cuando los niveles de contaminación que se registren estén al borde de rebasar los niveles máximos permitidos para la salud. Es decir, en cuanto los medidores de calidad del aire de Madrid empiecen a otorgar valores que puedan llegar a ser peligrosos, el equipo de Gobierno municipal comenzará a tomar medidas de control de tráfico. De ahí la importancia de que esos medidores estén situados en zonas adecuadas, que permitan ofrecer los valores más certeros sobre el estado del aire.

Precisamente en Madrid, Ana Botella, cuando era concejala de Medio Ambiente, impulsó un cambio de ubicación de los 27 aparatos y el cierre de tres, «para adaptarse a una directiva europea». En la práctica, las estaciones más cercanas al tráfico, aquellas que daban los valores más altos de NO2, se trasladaron a zonas donde el tránsito de los coches era menor, por lo que hubo una mejora en los resultados sobre el papel.

Sin embargo, tal y como señala Juan Bárcena, de Ecologistas en Acción, en el caso de Madrid esta situación no es tan grave, ya que en la ciudad hay más medidores de los exigidos por la Unión Europea y el nivel de contaminación es tal que siempre hay estaciones que superan los límites fijados. De hecho, por sexto año consecutivo las cifras han hecho que desde Bruselas se inicie un expediente sancionador que, tal y como denuncian los grupos ecologistas, puede terminar en una multa superior a los 300 millones de euros.

Desde el área de Movilidad y Medio Ambiente de Madrid recuerdan que «todas las estaciones y puntos de muestreo que componen la red se someten a un proceso de verificación de su correcta ubicación al menos una vez cada cinco años», algo que corresponderá hacer en 2016. Bárcena admite que, aunque preferirían otra red en Madrid, han optado por centrar su discurso en las medidas que se deben tomar para evitar esos picos de contaminación.

Además, destaca una inesperada pequeña ventaja que surgió al cambiar de ubicación los medidores de Madrid: Ana Botella colocó una estación en el parque del Retiro, donde evidentemente se obtienen los niveles más bajos de contaminación. A escasos 300 metros en línea recta, se encuentra la estación de Escuelas Aguirre, una de las que ofrece peores datos. «Esto te dice claramente dónde está el problema y quién lo genera [el tráfico], y anula polémicas como las de las partículas saharianas, porque es obvio que éstas no van a evitar el Retiro», ironiza el experto.

Como norma general, los medidores del estado del aire se clasifican en tres tipos: de tráfico, en la zona donde se condensa la mayoría de desplazamientos a motor; de fondo urbano, más representativas de la exposición de la población en general, y suburbanas, fuera del núcleo metropolitano. Precisamente estas últimas son de gran importancia, ya que gracias a ellas se conocen los niveles de ozono troposférico, un gas que se genera en los alrededores, donde la contaminación por dióxido de nitrógeno es muy elevada.

Estos dos componentes, junto al dióxido de azufre, son las sustancias principales que controlan los medidores instalados en los núcleos urbanos. Junto a ellos también se evalúan los niveles de las partículas en suspensión de hasta 10 micrometros (PM10) y las que son menores de 2,5 micrometros (PM2,5).

Miguel Ángel Ceballos, coordinador del informe estatal sobre calidad del aire que Ecologistas en Acción publica cada año, denuncia que «a lo largo de la última década se ha producido un desplazamiento de varias decenas de estaciones de control de grandes y medianas ciudades que venían dando datos muy preocupantes, y que han sido reubicados, desde grandes avenidas con mucho tráfico a calles con menos coches o zonas como parques». Y apunta a varias ciudades: Valencia, Sevilla, Córdoba, Bilbao, Burgos, Salamanca y Valladolid, en las que a su juicio puede dar la falsa impresión de que ha mejorado la calidad de aire, sobre todo en lo referido a las partículas relacionadas con el tráfico.

Si en el caso del dióxido de nitrógeno y el ozono troposférico el problema radica en si el medidor está bien o mal ubicado, en lo que respecta a las partículas en suspensión la situación es más complicada. Además de su ubicación, otra dificultad es que muchas administraciones no utilizan el marco legal de referencia, que es un método gravimétrico (manual) que obliga a retirar diariamente los filtros y hacer un análisis de los mismos que tarda varios días.

Como ese método es más laborioso, caro y no permite tener información en tiempo real, se usa una medición automática que, como apunta Ceballos, en casos como en Valladolid ofrece datos absurdos como que los niveles de PM2,5 son mayores que los de PM10. En el caso de la red del Ayuntamiento de Madrid se utilizan equipos automáticos a los que se les aplica el factor de equivalencia calculado por el laboratorio nacional de referencia y, por tanto, defienden desde el Ayuntamiento, «cumplen estrictamente lo que establece la normativa».

Las autoridades municipales madrileñas defienden este método, ya que es el único que permite conocer en tiempo real los niveles de partículas en suspensión. Desde los grupos ecologistas señalan que la medición y evaluación de partículas PM2,5 resulta todavía insuficiente. Son muy pocas las estaciones que miden estos contaminantes e incluso en algunas comunidades autónomas sólo se dispone de datos procedentes de una fuente, algo que hace que se tenga un diagnóstico muy impreciso de la situación.

Traslado de la información
Una vez los medidores han recopilado la información, aparece el problema de cómo trasladarla a la ciudadanía. Cuando el Gobierno de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid activó por primera vez el protocolo por contaminación, lo hizo pasadas las 23.00 horas, algo que provocó las críticas de la oposición y de un gran número de vecinos.

Para evitar estas situaciones, los equipos municipales apuestan por la utilización de tecnología, por ejemplo las aplicaciones para teléfonos móviles o las redes sociales, como método de comunicación inmediata. «No se transmite bien, de manera general”, apunta Ceballos, quien señala «honrosas excepciones» como Oviedo, Madrid o Valladolid, que están cambiando su política informativa.

En Zaragoza, por ejemplo, se levanta un panel informativo en pleno centro de la ciudad donde se indica la calidad del aire. En las rondas de las grandes capitales cada vez es más frecuente encontrar señales de este tipo que alertan ante picos de contaminación. El propio Defensor del Pueblo de Murcia apunta en una respuesta a Ecologistas en Acción que la utilización de una página web institucional para recoger los avisos de las superaciones de los umbrales fijados en la normativa sectorial no es suficiente para cumplir con la obligación de máxima difusión de éstos.

Para Ceballos, es «esencial» que la información llegue a todo el mundo y que la incorporen los medios de comunicación. «La contaminación atmósferica debe estar dentro de las preocupaciones informativas, de la misma manera que se informa de la previsión meteorológica, como una información de servicio general», concluye el experto. Mientras ese momento llega, los medidores siguen lanzando sus propios mensajes de alerta.

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