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Una década perdida en la ‘banlieue’
Cinco de los nueve terroristas que atentaron en París el 13-N crecieron en sus suburbios y tienen menos de 31 años
Este reportaje es parte del dossier sobre yihadismo de La Marea 33, que puedes comprar aquí
Los telediarios de medio mundo abrieron hace diez años con las imágenes de cientos de coches ardiendo en Clichy-sous-Bois, una localidad de 30.000 habitantes situada a veinte kilómetros de París. El estallido de cólera se extendió como pólvora por otros suburbios, dejando un saldo de 312 detenidos y más de 1.300 vehículos incendiados. El entonces ministro del interior, Nicolas Sarkozy, presionó al presidente Jacques Chirac y éste declaró el estado de emergencia en la región parisina, el mismo que impera en toda Francia desde la noche de los atentados del 13 de noviembre.
Según los medios, el detonante fue la muerte de Bouna Traoré y Zyed Benna, dos adolescentes que fallecieron electrocutados mientras escapaban de un control policial. Un funcionario que vivió los acontecimientos en primera persona asegura a La Marea que “la violencia estalló cuando la policía disparó una bomba lacrimógena que golpeó a un anciano frente a la mezquita”. Otros testimonios apuntan a causas más profundas relacionadas con la discriminación social e institucional, la desigualdad y el desempleo, que en muchos suburbios supera el 40%.
Hoy Clichy-sous-Bois es una mezcla de fachadas y calles deterioradas junto a campos deportivos impecables, producto de un millonario plan de inversión tras los disturbios. No obstante, una década después de las revueltas, los clichois siguen demorándose casi dos horas en recorrer los 20 kilómetros que los separan de París a bordo del único autobús que pasa desbordado cada 20 minutos.
Las banlieues o periferias vuelven a estar en el punto de mira del Gobierno. El ministro de Interior francés, Bernard Cazeneuve, declaró que más de un millar de jóvenes franceses están vinculados con grupos terroristas en Siria e Irak, mientras que los servicios de inteligencia calculan que 380 yihadistas galos combaten en las filas del autodenominado Estado Islámico. La mayor parte de estos jóvenes proviene de la periferia. Cinco de los nueve terroristas que sembraron el miedo en París en noviembre, todos menores de 31 años. Tres de ellos crecieron en suburbios de la capital y vivieron en Molenbeek, un barrio de Bruselas conocido por los problemas de radicalización de una pequeña pero ruidosa parte de sus habitantes.
“Hay un verdadero riesgo de alejamiento entre comunidades y generaciones”, advierte el historiador Benjamin Stora, uno de los muchos intelectuales que denuncian los problemas estructurales del país para aceptar a una gran parte de su población. “Si es una crisis, dura ya 40 años (…). Es un problema estructural”, denuncia el sociólogo Thomas Kirszbaum. “Hay que incitar a los profesores a que prioricen el trabajo en esas zonas”, reclama Eric Charbonnier, experto en educación de la OCDE.
Los años pasan y la banlieue permanece atrapada en estereotipos violentos y alejados de sus humildes calles. “Pocas cosas han cambiado desde las revueltas”, explica Abdelghani Abdelmalek, un joven trabajador social de Saint-Denis, el suburbio al norte de París en el que fue desarticulada una célula terrorista el pasado miércoles 18. Abdel nació en Clichy-sous-Bois y opina que, a pesar de los cambios urbanísticos, casi no han disminuido los estereotipos de “territorios perdidos por la República” que difunden periodistas y políticos “que no han cruzado la periférica”, asegura en alusión a la autopista que rodea París y marca la frontera con las afueras.
Abdel señala al aislamiento, la frustración y las carencias educativas como culpables de que algunos jóvenes banlieuesards se conviertan en “presas fáciles para manipulaciones de todo tipo”. Este joven políglota dice estar cansado de los controles policiales aleatorios “por no tener el adecuado color de piel”. “La problemática es social, tiene que ver con el desempleo y la discriminación, no con motivos étnico-religiosos”, defiende Abdel. Para él la solución llegará cuando gobiernen “políticos que no jueguen con fuego, alimentando la retórica de la extrema derecha”.
FALTA DE VOLUNTAD POLÍTICA
Una de las caras más sangrantes y sutiles de la marginalización de la banlieue es la discriminación laboral. Desde 2008 existe una ley que penaliza a las empresas que filtran candidaturas en función del nombre o barrio, reconocible por los dos primeros números del código postal, pero las trabas para probar esta práctica dificultan su aplicación.
Coura es un joven de padres malienses que vive en Aubervillers y que ha sufrido la exclusión laboral. Viste acorde al estereotipo de lo que en Francia conocen peyorativamente como racaille: ropa oscura y ajustada, capucha y un pequeño bolso de marca falsificado. Explica su historia mientras vende hachís a dos turistas que pasan cerca del Moulin Rouge, en el famoso barrio de Montmartre. “En Francia el gran problema es el clasismo (…). Puse una dirección falsa [en el currículum] porque cuando ponía que soy del 93 no me llamaban”, explica indignado este aspirante a camarero que ahora se dedica al tráfico de drogas al por menor.
Una de las voces más veteranas y respetadas en el complejo mundo de la banlieue es la de Dhaou Meskine, imán de la mezquita de Clichy-sous-Bois desde hace 27 años y secretario general del Consejo de Imanes de Francia. Dhaou cree que “las revueltas de 2005 expresaban frustración por el deseo de integrarse a los valores de libertad, igualdad y fraternidad de la República” y define a los jóvenes como “la fuerza viva de la nación”.
Igual que muchos otros musulmanes tras los atentados, Dhaou se anticipa a las preguntas de este periodista para condenarlos tajantemente. “Todos estamos juntos ante lo que está pasando”, sentencia el imán, quien confiesa temer que esta tragedia espolee la islamofobia. Los líderes musulmanes de Francia, especialmente los de las afueras, trabajan para que no se les relacione con los fundamentalistas, pero Dhaou cree que en esta ocasión será más difícil que tras el atentado de enero contra la redacción de Charlie Hebdo, cuando fueron asesinadas 12 personas, entre ellas un policía musulmán.
Dhaou cree que la falta de voluntad política de la UMP –partido conservador– y del Partido Socialista frente al drama de las periferias francesas se debe a que “necesitan que estemos así porque el discurso de la seguridad da votos a la derecha y la miseria da votos a la izquierda”, una situación que está aprovechando la extrema derecha para canalizar el descontento de los banlieuesards. “Toda la política se mueve ahora en torno a la seguridad y eso hace fuerte al Frente Nacional”, explica Dhaou.
En octubre una comitiva interministerial visitó la periferia de París. Los gritos de rechazo acompañaron a Hollande y su séquito durante su breve paseo por La Courneuve, al noreste de la capital, uno de los municipios donde los socialistas arrasaron en 2012. En Mureaux, a 39 kilómetros al este de París, Manuel Valls, primer ministro francés y mano dura del Gobierno, mostró una sinceridad inusual: “No vengo a reconquistar la banlieue”, respondió al ser preguntado sobre el incumplimiento de su promesa de eliminar las polémicas detenciones y cacheos arbitrarios a los que son sometidos los banlieuesards de París, Marsella y otras grandes ciudades de Francia. Minutos después posó sonriente junto a los padres de Zyed y Bouna, y prometió más control contra la radicalización. Más de lo mismo, más de nada.