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¿Qué queda del antimilitarismo?

Tres décadas después del referéndum de ingreso en la OTAN, el movimiento pasa por horas bajas

Activistas encadenados a tanques daneses de la OTAN en el Puerto de Sagunto. EVA MÁÑEZ

Este artículo es parte del dossier del número 35 de La Marea, que puedes comprar aquí

Puerto de Sagunto, Valencia. 16 de octubre de 2015. La OTAN prepara el traslado de material bélico para la realización de Trident Juncture 2015, unas maniobras militares en las que participan 36.000 efectivos y donde se simulan operaciones de combate, control de territorio y resolución de «crisis humanitarias». Seis activistas entran en la zona del puerto donde se hallan los equipos de la Alianza Atlántica y cuatro de ellos se encadenan a dos carros de combate daneses. Portan sendas pancartas en inglés con el lema War stops here («la guerra acaba aquí»), y otra  en castellano, Disculpen las molestias, obstaculizando la preparación de la guerra. Ésta ha sido una de las últimas acciones antimilitaristas en España, un movimiento que pasa sus horas bajas precisamente ahora que se cumplen 30 años de las masivas movilizaciones anti OTAN previas al referéndum que impulsó el gobierno de Felipe González en 1986 sobre el ingreso de España en la organización transatlántica.

Mar R. Jimena, de la asamblea antimilitarista de Madrid-MOC, recuerda que la discusión sobre la OTAN se ha sacado de la agenda política pese a que el pasado octubre, dos meses antes de las últimas elecciones generales, se estaban preparando en territorio español las mayores maniobras de los últimos años y en un escenario de guerra global. Esta activista, que participó en los años 80 y 90 en las acciones del movimiento insumiso y contra el servicio militar, apunta a la labor «propagandística y de marketing» llevada a cabo por el Ministerio de Defensa en los últimos años como la responsable de que el movimiento antimilitarista en España sea hoy algo casi residual. «El discurso mayoritario llega a decir cosas como que es lógico que haya armas, algo que se oye hasta desde la izquierda», apunta. Y recuerda que debido a la crisis, muchos jóvenes y algunas mujeres se han enrolado en el Ejército como salida laboral, sin tener muy claro qué significaba e implicaba eso. «He conocido gente joven que ni siquiera sabía que no se podía salir», argumenta.

El antimilitarismo vivió su mejor momento en vísperas de aquel referéndum de 1986. Cuatro comunidades autónomas (Cataluña, Navarra, Canarias y País Vasco) y cerca de siete millones de votantes dijeron «no» a entrar en la Alianza Atlántica. Jordi Calvo, del Centre Delàs de Estudios por la Paz, denuncia las «mentiras» que se han mantenido desde entonces. «Se nos prometió entrar en la OTAN en unas condiciones que no se cumplen. España es miembro de pleno derecho y lo que han conseguido es que aceptemos el discurso de que la OTAN es necesaria para defendernos de las amenazas exteriores», añade.

El Centre Delàs es una de las entidades herederas de aquella época. De las asambleas locales, incluso de barrio, y de los movimientos pacifistas han acabado naciendo plataformas que se dedican a promover la cultura de la paz desde el activismo y la investigación. Junto a ellas, hay que resaltar la fuerza que ha tomado en los últimos años el colectivo Mujeres de Negro, uno de los pocos que actualmente ofrece ayuda en la frontera serbia a los refugiados que llegan hasta allí huyendo de las guerras.

Según el anuario de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona, en 2014 hubo en el mundo 36 conflictos armados, la mayoría de ellos en África (13) y Asia (12). Doce de esos conflictos registraron elevados niveles de violencia, con un balance anual de más de 1.000 víctimas mortales. A estos datos hay que añadir los atentados de los últimos meses y la intensidad de la guerra en Siria, que ha provocado la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

Para Jordi Calvo, la situación actual que vive el mundo es «un momento paradigmático de miedo, en el que la única respuesta que están dando los Estados es militar, de bombardeo, de mayor esfuerzo bélico». Una actitud que rechaza de plano ya que, a su juicio, «si lo analizamos con calma, veríamos que una gran parte de la inseguridad que vivimos hoy en día es responsabilidad de la OTAN y de sus intervenciones en Iraq, Afganistán, Libia y Siria«. Y concluye con una frase que suena a broma macabra: «La OTAN quizás sea la organización de promoción del anarquismo más grande del mundo. Allá donde pone el pie se carga al Estado, eso sí, siempre en beneficio propio».

Pese a todo este contexto bélico global, apenas ha habido protestas en las calles de los países occidentales contra las intervenciones militares en el extranjero, tal y  como sucedió en 2003 con la guerra de Iraq. Aquella movilización antibélica, no obstante, tuvo sus particularidades. «El movimiento antiguerra es muy particular: reúne a grupos con intereses diferentes como pacifistas, antimilitaristas, gente de la izquierda y antiimperialistas. Eso es algo que se da muy pocas veces y no siempre tiene resultados positivos», explica Calvo.

Coincide en el diagnóstico Carlos Pérez, del MOC-Valencia, para quien en ese tipo de manifestaciones «confluye mucha gente con perspectivas que pueden llegar a chocar. Hay personas que están en contra de la OTAN pero a las que les parece muy bien que Rusia bombardee Siria, por ejemplo». «En el movimiento antimilitarista», aclara, «estamos en contra de todas las guerras, no practicamos el pacifismo selectivo dependiendo de la bandera que se lleve o de quien sea el promotor de la guerra».  Por ese motivo, los antimilitaristas recuerdan que su posición es la de acabar con todas las guerras y para ello no dudan en echar mano de la desobediencia civil y la resistencia pasiva. En este sentido, Mar R. Jimena critica que los partidos políticos, incluso los emergentes, no han hecho una crítica al ejército ni al gasto militar. Un silencio que Carlos Pérez también vincula a la «labor adoctrinadora e ideológica de las élites políticas que conectan el Ejército con la paz, para defender nuestros intereses y nuestros ciudadanos en el mundo, y todo ello bajo el concepto de misiones humanitarias». Pese a todas estas dificultades, aún hay gente que mantiene viva la llama del antimilitarismo. Como lo demostraron los activistas que se encadenaron a dos tanques hace unos meses en Puerto de Sagunto.

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