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Vecinos contra los macroproyectos

Desde el fin de la Guerra Civil hasta la restauración de la democracia, hubo varios planes para derribar gran parte del barrio de Malasaña en Madrid y echar a los residentes

MADRID // Nuestras ciudades son el resultado de múltiples grandes transformaciones a lo largo de la historia, que, en muchas ocasiones, cambiaron por completo la fisonomía urbana. En el pasado se abrieron grandes ejes en los centros y se construyeron bulevares y plazas con el fin de modernizar el paisaje urbano, facilitar la movilidad y, de paso, satisfacer la vanidad de los monarcas y regidores de la época. En el siglo XX, sin embargo, los macroproyectos para cambiar barrios históricos empezaron a toparse con la resistencia de los vecinos y la sociedad civil que hacía oír su voz en las elecciones, allí donde las hubiese.

En Madrid, la intervención más significativa en el centro histórico durante el siglo XX fue la construcción de la Gran Vía en época del rey Alfonso XIII. Después de la Guerra Civil, el régimen franquista retomó una idea previa para abrir otro gran eje que se hubiera llevado por delante buena parte de los edificios y calles que conforman el barrio de Malasaña.

La llamada Gran Vía Diagonal pretendía conectar la Plaza de España al oeste con la Plaza de Colón y el eje de la Castellana. La idea era construir una amplia y pomposa avenida flanqueada por rascacielos. Un «proyecto ambicioso, casi faraónico», como lo describía el diario ABC el 19 de enero de 1960 en un artículo bastante crítico. «Ahí es nada, extirpar calles enteras, descuartizar barriadas y alterar el actual sistema de vida de nueve mil familias», sostenía el periódico. «¿Acaso Madrid no tiene otros problemas más urgentes que atender?, preguntan unos. ¿Esa Gran Vía resolverá de verdad los agobios del tráfico?, interrogan otros. Y unos terceros dicen: ¿no serán mayores y más graves los perjuicios que las ventajas?». El artículo concluía así: «En ningún caso podrán emprenderse obras de dimensiones tan vastas sin esa colaboración del vecindario».

Al final, el plan de la Gran Vía Diagonal fue desechado, aunque las autoridades municipales ya habían desahuciado a muchos vecinos. Luego se barajó otro proyecto de menor dimensión que preveía trazar un nuevo eje desde Plaza de España sólo hasta la Glorieta de Bilbao, pero fue igualmente rechazado, supuestamente por falta de recursos.

Sin embargo, el barrio aún no estaba a salvo de los experimentos de la administración y las ganas de los especuladores inmobiliarios. Se diseñó el llamado Plan Malasaña, que fue aprobado por el Ayuntamiento en 1977. Esta vez no se buscaba dividir la zona en dos para conectar mejor el oeste con el este, sino de cambiar la faz y la composición social de esta parte histórica de la capital.

Apartamentos para la clase media

El plan incluía la intervención en 45 manzanas, donde las viejas casas –y con ellas, unos 30.000 residentes– serían sustituidas por modernos, y más caros, bloques de apartamentos y zonas verdes. «En definitiva, se quería echar a los vecinos para crear un barrio a medida de una clase media acomodada bajo el pretexto de la descongestión del tráfico y la modernidad», comenta Luis de la Cruz en Somos Malasaña.

Este proyecto de transformación urbana no sólo provocó rechazo entre los vecinos del barrio. El Colegio de Arquitectos de Madrid y la Cámara de Comercio presentaron alegaciones contra el derribo de algunos edificios históricos, como el Paraninfo de la Universidad Central, el palacio que alberga al Ministerio de Justicia, la Iglesia de San Ildefonso y el Museo Romántico, entre otros.

Con la llegada de la democracia y las nuevas libertades de expresión tomó fuerza la protesta vecinal, liderada por la Asociación de Vecinos de Malasaña, hasta que en las elecciones de 1979 el socialista Enrique Tierno Galván conquistó la alcaldía con el apoyo de los comunistas. El viejo profesor no tardó en enterrar definitivamente el Plan Malasaña. El barrio se convirtió entonces en uno de los centros de la Movida madrileña.

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