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La lucha por arrancar las raíces de las violencias machistas
Las feministas alertan del discurso de la falsa igualdad y de las formas que adopta el machismo en el siglo XXI
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Sencillamente, no se lo podía imaginar. ¿Mujeres agarrando las llaves como si fueran un puño americano para defenderse si un agresor las ataca cuando vuelven solas a casa? ¿Chicas que fingen estar hablando por el móvil para que quienes las repasan de arriba abajo piensen que al final de la calle hay alguien esperándolas dispuesto a todo para salvarlas? A sus 50 años bien cumplidos, Javier descubrió en un debate en redes sociales a propósito de un artículo de Barbijaputa la variedad de recursos que llegan a inventar las mujeres para protegerse. Y, lo más triste de todo, que tengan que perder tanto tiempo de sus vidas en hacerlo.
La sangría del último verano, en el que sólo durante los meses de julio y agosto 17 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o exparejas, conmocionó a buena parte de la sociedad. Los agresores también acabaron con la vida de ocho menores. “Nos llevamos las manos a la cabeza por los asesinatos de las dos chicas de Cuenca, pero nadie es capaz de hacer un pacto de Estado porque hay personas que matan a otras por el simple hecho de pertenecer a un sexo”, señala Jesús Pérez, doctor en Psicología y experto en violencia de género y masculinidades.
Aún más difícil es hacer reflexionar a la sociedad sobre las raíces de la violencia contra las mujeres. El asesinato es sólo su expresión más extrema. Antes de llegar a ese punto, se produce toda una escalada de agresiones que tienen algo en común: considerar que, de un modo u otro, las mujeres son inferiores o están supeditadas a los varones. “El machismo está tan arraigado que los hombres no nos sentimos perjudicados por él, sino que lo vemos como un problema que afecta a las mujeres. Pero no sólo todos nacemos de una mujer, y tenemos hijas y hermanas; también es nuestro problema, somos víctimas y responsables de la violencia de género”, añade Pérez.
En este sentido, algo está cambiando. Cada vez hay más grupos de hombres que se replantean su manera de ser y estar en el mundo, y se rebelan contra el papel que se les asigna socialmente. En España, los primeros en organizarse fueron los miembros de la Asociación de Hombres por la lgualdad de Género (AHIGE). A principios de 2001, vieron la necesidad de no quedarse en las charlas que mantenían en privado y «trabajar contra la discriminación estructural que esta sociedad machista genera (básicamente sobre las mujeres y personas no heterosexuales) y favorecer el cambio de los hombres hacia posiciones igualitarias».
También las expresiones «machismo de baja intensidad» o «micromachismo» son cada vez más conocidas. En Internet se multiplican los debates sobre temas que se presentan como nuevos, desde el distinto modo que tienen hombres y mujeres de sentarse en el metro, hasta las dificultades de las mujeres para ser escuchadas con igual atención que sus compañeros en las reuniones de trabajo, lo irrespestuoso y agresivo que puede resultar un piropo, y lo raro que es encontrar a una mujer que no se haya sentido acosada sexualmente alguna vez en su vida. Para muchos, son exageraciones, ganas de buscarle los tres pies al gato. Para muchas, síntomas de un abuso y, a menudo, un estrés añadido. Ir todo el día con las gafas violetas resulta agotador.
Reacción patriarcal
Sin embargo, las activistas lo tienen claro, no se puede bajar la guardia. «En los últimos años estamos viviendo una profunda reacción patriarcal ante los avances en igualdad de las mujeres. Una reacción que afecta a todos los ámbitos puesto que donde se ha puesto el acento ha sido en la deslegitimización del discurso», denuncia la periodista Nuria Varela, autora de libros como Íbamos a ser reinas y Feminismo para principiantes.
Varela apunta a lo que denomina el discurso de la «falsa igualdad»: «Como señala [Herbert] Marcuse, con el mecanismo –por otro lado, muy viejo–, de hacer «como si no», se legisla, se argumenta y se presiona socialmente como si ser mujer no significara nada. Un ejemplo, se legisla sobre la familia como si no existieran distintos tipos de familia; como si no existieran, sin ir más lejos, las monoparentales, como si éstas no fuesen ya 1.800.000, como si el 82% no tuviese al frente a una mujer y como si no fuese en ellas donde se ha cebado la crisis, como si el 53% no estuviese en riesgo de pobreza y exclusión».
Y así, mientras el sistema insiste en el mensaje de que las mujeres ya lo han conseguido todo, «nos levantamos cada día de nuestras vidas conviviendo con esta estructura plagada de acciones y mensajes profundamente machistas y patriarcales y por tanto, violentos», se queja Barbara Tardón Recio, experta en derechos humanos y violencia de género. Y escoge otros ejemplos «sutiles»: la representación de los cuerpos en los semáforos, el nombre de las calles y el porcentaje de contertulios varones que acude a los programas de máxima audiencia.
Son precisamente los medios de comunicación audiovisuales los más críticados por contribuir a reforzar los estereotipos sobre las mujeres y las estructuras en las que se sustenta el patriarcado, el sistema de organización social que permite a los hombres disfrutar de los privilegios que les otorga una situación de superioridad. En la parrilla se perpetúan en horario de protección infantil programas como Mujeres, hombres y viceversa, donde se muestran modelos de comportamiento y relaciones personales que contradicen todo principio de igualdad.
Por el contrario, es difícil encontrar en televisión noticias protagonizadas por mujeres o información sobre deporte femenino. Cuando los triunfos son tan rotundos que es casi inevitable que aparezcan en los noticieros, las ganadoras tienen que enfrentarse a titulares como el que le dedicó El Mundo a Carolina Marín el pasado verano tras ganar el campenato mundial de badminton: «Y hasta se ha echado novio”. Un comentario gracioso para muchos. Más difícil es reírse en público ante hechos como los que tuvieron lugar el pasado febrero en el campo del Betis. Poco después de conocerse que el futbolista Rubén Castro había sido imputado por un presunto delito de violencia de género, por el cual fue procesado en julio, se oyeron en las gradas cánticos de los ultras apoyándole. «Rubén Castro ale, Rubén Castro ale. No fue tu culpa. Era una puta, lo hiciste bien». Es ante casos como este último cuando se hace evidente que en el país que acuñó con cierto orgullo la expresión macho ibérico el machismo sigue bien instalado en la sociedad, aunque a veces parezca «invisible».
Hoy día existe un neomachismo mucho más difícil de detectar. En ciertos ambientes, es difícil que un varón ejerza de troglodita en público. En general, cuidará su lenguaje y alguno incluso se definirá como feminista. Según Carlos Lomas, catedrático de Lengua castellana y Literatura en un instituto de Gijón (Asturias) y autor de Los chicos también lloran y ¿El otoño del patriarcado?, se ha producido una “adaptación táctica” a los nuevos tiempos de la igualdad entre los sexos que se traduce en “algunas formas de colaboración doméstica y familiar y en maneras de relación que se salen de la estética machista tradicional”.
Sin embargo, advierte Lomas, ese actitud “no cuestiona los privilegios de la condición masculina en el disfrute del tiempo libre, en las elecciones profesionales, en el escaso cuidado de las criaturas y de las personas mayores… En el fondo, este modelo de machismo democrático no es sino una versión atenuada de la masculinidad hegemónica y de la dominación masculina».
«Ya nadie dice que una mujer es suya, pero muchos actúan como si lo fuera», denuncia Jesús Pérez. Los hombres no necesitan ejercer el poder porque sienten que lo tienen. A menudo, en las relaciones de pareja, lo imponen con sólo una mirada, un episodio de cólera más o menos arbitrario o un silencio castigador que logra modificar el comportamiento de sus compañeras. Y es que, como dice Pamela Palenciano en el título de su monólogo teatral, “no sólo duelen los golpes”. Esas agresiones de baja intensidad no se diferencian demasiado de las que ejerce un jefe con sus subordinados. En ambos casos, parten de una posición o sentimiento de superioridad.
La sociedad sigue educando a los hombres para ser fuertes y mandar. A juzgar por los datos, esta estrategia denunciada por las feministas parece eficaz: basta echar un ojo para ver quién ocupa los altos cargos de los distintos gobiernos y administraciones, los puestos directivos en las empresas del Ibex-35 o quién dirige los medios de comunicación. En una entrevista publicado en la revista Crític, Maruja Torres ironizaba sobre la falta de un punto de vista femenino en los medios. «Las del Col·legi de Periodistes siempre están midiendo los centímetros que se dedica a las mujeres [ríe]. Pero no es eso, no hay perspectiva de género. Los diarios no saben, ni se les ocurre. ¡Son tíos!».
Ciertamente, son «tíos» los que ocupan la parte alta de las manchetas de los medios –nuevos y tradicionales– y quienes diseñan los contenidos y mensajes destinados a crear opinión. También quienes no renuncian a los ingresos que les reportan los anuncios sexistas y, en la mayoría de los casos, siguen publicando anuncios de prostitución sin siquiera filtrar aquellos que venden los servicios de “jovencísimas, casi niñas” y “sumisas”.
La prostitución como ocio
El sector de la prostitución es muy rentable en un país que ostenta el título de estar a la cabeza en consumo de prostitución en los países desarrollados y en el que existen unos 1.500 locales en los que se practica. Según el INE, en 2010 esta actividad movía 3.783 millones de euros, lo que supone el 0,35% del PIB. Los datos, recogidos por Europa Press en abril de 2015, resaltan que los clientes son ahora más jóvenes. Y pocos de ellos se plantean si las mujeres son víctimas de trata, constatan Águeda Gómez, Silvia Pérez y Rosa M. Verdugo en El putero español. Lo que más sorprendió a estas investigadoras fue detectar que hay «universitarios e incluso adolescentes, que siguen acudiendo a estos espacios prostitucionales y que combinan esto con relaciones normales con sus parejas (…). Es como si relacionaran este espacio con el ocio y con el consumo. Ellos lo que hacen es comprar algo que se vende», explicaba Gómez en eldiario.es. «No tienen un discurso misógino o de rechazo de la mujer, sino que acuden a la prostitución como un producto de consumo más, como compran ropa en una tienda o cambian la carcasa de su móvil».
El neomachismo también adopta formas más agresivas cuando habla, por ejemplo, de “abusos femeninos en el ejercicio del derecho a la custodia de hijos e hijas, de malos tratos continuos de las mujeres hacia los hombres, de limitar el derecho al aborto, del feminismo como una ideología totalitaria y opresora”, añade Lomas. Ese tipo de acusaciones suele basarse en afirmaciones como que “las mujeres quieren darle la vuelta a la tortilla”. A menudo van más allá y emplean expresiones como feminazis.
Hoy “conocemos el machismo más voraz y menos respetuoso, el posmachismo, porque el anonimato en las redes sociales lo ha propiciado y, de paso, ha permeado, a veces, los medios principales, de manera que las expresiones más denigrantes y vejatorias contra las mujeres ahora se pueden leer y son publicitadas sin ningún complejo”, explica Pilar López Díez, doctora en Ciencias de la Información y especialista en el tratamiento informativo de la violencia de género. “Lo que subyace tanto en el machismo más tradicional como en el posmachismo (machismo sin complejos) es la ideología de la supremacía masculina. En los chicos jóvenes, según distintas encuestas, pervive, igual que en sus padres y abuelos, la necesidad del control sobre las chicas. Que hoy sea a través de WhatsApp no lo hace diferente”.
Por el contrario, a pesar de «la lentitud de los cambios y la obscena realidad de la violencia machista entre jóvenes», Carlos Lomas observa en sus estudiantes una actitud menos misógina que antaño. Aun así, cree que urge cambiar el modelo de escuela actual, donde «sigue siendo tremendamente androcéntrica en la selección de los contenidos del currículo, en las formas de relación, en la organización del trabajo escolar, en la evaluación de los rendimientos académicos…” Una crítica que comparte la politóloga Laura Nuño, para quien es obvio que «la educación es una de las mejores estrategias para mantener el control social o para democratizar relaciones sociales».
La última legislatura ha supuesto un importante retroceso en materia de igualdad en las aulas, critican todas las fuentes consultadas. También coinciden en que del machismo sólo se podrá «salir» trabajando desde ellas con las generaciones más jóvenes.