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Cinco años mentales (o el gran problema de España)

El autor reflexiona acerca del carácter mayoritariamente egoísta y cortoplacista de la sociedad española

¿En qué se diferencian los grandes empresarios españoles –y en general muchos miembros de la sociedad española– de un puñado de niños estadounidenses de cinco años? ¿Por qué en España es tan difícil hacer ciencia o hacer realidad un proyecto artístico, cultural o empresarial innovador? Para responder a estas preguntas es necesario hablar del famoso experimento de la nube (the marshmallow experiment) que realizó a finales de los 60 el psicólogo de la Universidad de Stanford, Walter Mischel.

Frente a un niño sentado a una mesa se pone un plato con una nube de azúcar (marshmallow, malvavisco, masmelo, esponjita, jamoncito o como diantres se llame). Un adulto le dice: «si no la tocas, cuando vuelva te daré otra nube y tendrás dos». El niño queda situado así ante una disyuntiva: o bien disfrutar de una gratificación inmediata o bien disfrutar de una gratificación mayor, pero aplazada a un futuro indefinido. ¿Qué pasaría si trasladásemos este experimento a los españoles en edad de trabajar?

Los investigadores de la Universidad de Stanford fueron siguiendo durante años la pista de esos niños y, muchos años después, hallaron que los que en su día habían sido capaces de esperar más tiempo y recibir una segunda nube de azúcar se habían convertido en jóvenes con mejores resultados tanto en pruebas académicas de habilidad intelectual como en pruebas físicas y tests de salud. Así pues, ser capaces de aplazar la gratificación es, según la psicología, un comportamiento inteligente que reporta beneficios. ¿Son capaces de aplazar su gratificación los grandes empresarios españoles? ¿Somos capaces de aplazarla nosotros mismos, el resto de ciudadanos de este país?

No se puede comparar sin más el comportamiento de los niños que no saben esperar con el de los grandes empresarios españoles. Lógicamente, habrá de todo. Además, la forma en que un gran empresario invierte o reparte sus ganancias no encaja exactamente con el esquema del experimento. Para que el experimento se pareciera más a cómo funciona la mente de un gran empresario habría que decirle al un niño que, si en lugar de comérsela en el acto, presta su nube a otro niño, en un tiempo indefinido logrará tener más de una nube. La respuesta del niño inversor dependerá mucho de la información que tenga acerca del adulto que le promete una segunda golosina y, también, dependerá de si cuenta sólo con una nube de partida o con más de una. Si tiene más de una, es probable que preste alguna para ver qué pasa, para comprobar si, de verdad, sale ganando.

Cuando uno se pregunta por qué en España hay menos inversión en I+D, ideas, cultura o arte, o por qué hay tan enorme desigualdad entre los que más ganan y los que menos (España es el cuarto país del mundo con mayor brecha salarial) o por qué el abandono escolar es tan pronunciado, uno no puede evitar pensar en si no tendremos, como sociedad, un problema para aplazar la gratificación.

Invertir en ciencia, o en cualquier proyecto innovador, en creación artística o en cultura supone prestarle a alguien nuestra nube de azúcar sin garantías de que nos vaya a salir rentable la inversión. Lo mismo ocurre cuando de lo que se trata es de reinvertir beneficios en nuestra empresa o de pagar buenos salarios para atraer y retener talento… Muchos grandes empresarios prefieren mantener intacta la mayoría de sus nubes de azúcar y sólo se desprenden de las estrictamente necesarias para mantener la actividad empresarial. No se fían de los científicos e investigadores, artistas y creadores, tampoco se fían del talento de sus propios trabajadores o de quien les exponga una innovadora idea de negocio. Es raro encontrar un gran empresario español que de verdad arriesgue a lo grande y comparta la mayoría de sus nubes azúcar.

Hay quien podría pensar que si los grandes empresarios españoles no se fían tendrán motivos para hacerlo (que algo malo o sospechoso hay con nuestros científicos, artistas, creadores, etcétera) pero resulta que a menudo son empresas foráneas las que sí se fían del talento español y las que logran grandes beneficios (no sólo económicos) gracias ese talento que nuestros grandes empresarios desprecian o no saben valorar.

Pero ojo, esta actitud de los grandes empresarios se puede aplicar a la mayoría de los ciudadanos de este país. Por que lo mismo ocurre, por ejemplo, con el abandono escolar: muchos jóvenes dejaron los estudios no porque sus familias necesitasen que entrara dinero en casa de forma urgente, sino porque ante una gratificación inmediata (el sueldo ganado en la construcción) muchos jóvenes no fueron capaces de aplazar la gratificación.

Al igual que el experimento de la nube de azúcar demostró que los niños capaces de postergar su beneficio conseguían a medio y largo plazo un beneficio mayor, lo mismo se puede decir de las sociedades cuyos miembros (desde jóvenes estudiantes hasta grandes empresarios) son capaces de hacer lo propio. En los países más avanzados se invierte con mayor liberalidad y hay más confianza en el talento de los demás.

Otro ejemplo que muestra el carácter mayoritariamente egoísta y cortoplacista de la sociedad española es el de la actitud de muchos ante el sistema de impuestos. Mediante la recaudación de impuestos el Estado intenta obligarnos a muchos ciudadanos a compartir parte de nuestras nubes de azúcar, tengamos muchas o pocas, con los demás. En este caso el beneficio no serán más nubes de azúcar para nosotros, sino una sociedad más equitativa y mejores servicios públicos para todos. Los grandes empresarios no perciben eso como algo beneficioso para ellos (porque ellos no necesitan servicios públicos), así que hacen todo lo posible por compartir al mínimo sus nubes de azúcar, aplicando toda case de artimañas fiscales, algunas ilegales y otras legales: todas ilegítimas.

Sin embargo en España cuando alguien gana unas cuantas nubes (o simplemente las hereda sin ningún esfuerzo) querrá mantenerlas a toda costa, arriesgando lo mínimo, lo inevitable. Los políticos nos conocen bien y por eso el tipo de cebos que ofrecen al votante son gratificaciones inmediatas:  siempre medidas a corto plazo, como cheques-bebé, desgravaciones, revisiones a la baja del IRPF, pagas extraordinarias… Nada que implique pensar en el medio o largo plazo.

La madurez de una sociedad se mide en buena medida por la capacidad de sus ciudadanos para aplazar la gratificación. ¿Qué edad mental tienen entonces tanto la sociedad española como sus grandes empresarios?

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