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El “sistema de defensa integral europeo”: la UE como el “segundo pilar” de la OTAN
Un desenlace positivo de la operación en Siria devolvería a Rusia el estatus de potencia mundial que el país perdió tras la desintegración de la Unión Soviética y evidenciaría una fractura en la hegemonía militar estadounidense.
MOSCÚ// El pasado 4 de noviembre, Podemos presentaba en Madrid a su último fichaje, el exgeneral Julio Rodríguez, que ocupará el segundo puesto en la lista del partido por Zaragoza y sería el titular del Ministerio de Defensa si la formación morada ganase las elecciones el próximo 20 de diciembre. En los días siguientes, la prensa española centró el debate sobre todo en si un militar que apoya un partido que defiende, entre otras medidas, la convocatoria de un referendo de independencia en Cataluña era un verdadero “patriota” o no. En las redes sociales, en cambio, no faltaron las voces que destacaron las declaraciones de Rodríguez sobre la defensa de la permanencia de España en la OTAN o su historial favorable a la Alianza Atlántica, voces que encontraron, por desgracia, un escaso eco en la mayoría de los medios de comunicación. Por su parte, Pablo Iglesias esquivaba como es habitual la pregunta sobre cuál es la posición de su partido sobre la OTAN al contestar que Podemos apostaba por un “sistema de defensa integral europeo”. (Cabe entender que, siguiendo una confusión muy extendida y en ocasiones intencionada, “europeo” significa aquí también “de la Unión Europea” y excluye, por lo tanto, a los Estados europeos que no forman parte de ella.)
Esta última idea, que viene avalada por la socialdemocracia y los verdes europeos, da a entender, por su nombre, que se trataría de un paso de la Unión Europea hacia una mayor autonomía, e incluso independencia del tutelaje estadounidense a través de la OTAN. Sin embargo, podría muy bien tratarse de una fórmula para hacer más aceptable, e incluso hacer pasar de matute, un cambio en la orientación estratégica del bloque atlantista.
Del mar Caspio a Siria y al mundo
Eran imágenes que hasta hace muy poco asociábamos al ejército estadounidense. El pasado 7 de octubre, en el marco de la campaña de bombardeos contra el Estado Islámico en Siria, cuatro buques de la Flotilla del Caspio de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa disparaban 26 misiles de crucero Kalibr –similares a los famosos Tomahawk estadounidenses–, que atravesaban 1.500 kilómetros hasta alcanzar sus objetivos en las provincias de Raqqa, Idlib y Alepo. El hecho no pasó desapercibido a los medios de comunicación occidentales, ni tampoco, desde luego, a los principales centros de poder: “No se nos escapa que este lanzamiento desde el mar Caspio ha sido algo más que un simple bombardeo de objetivos en Siria”, declaró poco después un oficial estadounidense a un portal de defensa. “Tienen activos en Siria que podrían haberse encargado de eso. En realidad fue un mensaje al mundo y a nosotros de que disponen de esa capacidad y que pueden utilizarla.”
La prensa, apremiada como siempre por lo noticiable, no tardó en pasar a otras cuestiones de más actualidad, pero aquellos 26 misiles de crucero siguen todavía presentes en las revistas especializadas y, sin ninguna duda, en los despachos de Washington y Bruselas. Un desenlace positivo de la operación en Siria no únicamente devolvería a Rusia con toda probabilidad el estatus de potencia mundial que el país perdió tras la desintegración de la Unión Soviética y anhela recuperar, sino que también evidenciaría una fractura en la hegemonía militar estadounidense. Y por esa grieta, sospecha El Pentágono, se abriría paso no únicamente Rusia, sino China y, potencialmente, otros países emergentes.
Externalizar la OTAN
“Es hora de rearmar a Alemania y Japón”, escribía recientemente Barney Frank, columnista de la edición europea de la revista Politico y exdiputado en la Cámara de Representantes de EEUU. El titular no deja lugar a dudas. En su artículo, Frank se pregunta por qué el contribuyente estadounidense debe financiar el enorme despliegue de tropas de su ejército en el mundo. Según el profesor estadounidense David Vine, autor de Base Nation (Metropolitan, 2015), EEUU posee oficialmente 686 bases militares en el extranjero. Por comparación: Reino Unido tiene bases en siete países, Francia en diez y Rusia en once –si se considera Crimea como parte de Ucrania y Abjasia y Osetia del Sur como Estados independientes de Georgia–. Frank considera que esta presencia, además de suponer un lastre para el presupuesto de EEUU, ha hecho más acomodaticios a sus socios, que descargan por completo en Washington –a través de la OTAN o directamente– la responsabilidad en materia de defensa. Al mismo tiempo, el autor afirma que las acciones tanto de Rusia en Crimea como de China en el mar de China dejan entrever una estrategia militar expansiva de estos países y que EEUU haría bien defendiendo a sus aliados de ella. La ecuación se resolvería armando a los aliados económicamente más fuertes de EEUU, Alemania y Japón, superando las objeciones morales que supone contribuir al rearme de los dos países causantes de la Segunda Guerra Mundial.
El artículo de Barney Frank no es ninguna salida de tono, en realidad su título es programa, y ese programa está ya en parte en marcha. Casi quince años de guerra e intervenciones no sólo han supuesto para los estadounidenses una abultada factura económica, sino también psicológica, en forma de cansancio mental. Además, una parte de la elite estadounidense preferiría concentrarse en su competencia económica con China. Una manera de conseguir ese fin es encomendándole a la Unión Europea la tarea de controlar su propio “patio trasero” (Europa oriental y el Cáucaso), una estrategia que el analista de defensa alemán Theo Sommer bautizó en 2012 como “segundo pilar” de la OTAN.
En esta estrategia se enmarcan tanto la idea de crear un ejército europeo –una idea que eliminaría duplicidades en las capacidades militares y que ha encontrado el consenso entre importantes sectores de conservadores, socialdemócratas, liberales y verdes– como el incremento constante del presupuesto de defensa de Alemania –unos 35 mil millones de euros hasta 2019, de los cuales un aumento de 1.200 millones de euros solo para 2016 precipitado por la crisis en Ucrania–, y también la reforma del artículo noveno de la Constitución japonesa, por el cual el pueblo japonés renunciaba “para siempre” a la guerra y “a la amenaza o el uso de la fuerza como medio para resolver las disputas internacionales”.
Cambiar hegemonía por supremacía
Un artículo de The National Interest –una de las publicaciones de cabecera de los halcones republicanos–, publicado un día antes que el de Barney Frank y complementario de éste, va incluso más allá y especula con la posibilidad de “guerras limitadas” de EEUU y sus aliados contra Rusia y China. “El dominio militar estadounidense se está erosionando”, escribe su autor, Elbridge Colby, para quien los adversarios de EEUU “han hecho los deberes” y utilizado una parte de la riqueza conseguida mediante su crecimiento económico en la última década –procedente de los hidrocarburos en el caso de Rusia y las exportaciones de mercancías en el de China– en modernizar la capacidad estratégica de sus ejércitos desarrollando sistemas de misiles, equipos para bloquear las telecomunicaciones o vehículos más sofisticados operados por soldados mejor entrenados.
“En la ausencia de hegemonía, la primacía puede ser suficiente”, escribe Colby. “En otras palabras, EEUU necesitará ser capaz de librar una guerra contra países como China y Rusia sin incitarlos a usar armas atómicas, o que las utilicen demasiado”, explica. “Pocas cosas son más persuasivas de la durabilidad y permanencia del compromiso de América a la hora de seguir jugando su tradicional papel estabilizador que mostrándose dispuesta a combatir y ganar en una guerra limitada contra países como China y Rusia”. Para ello, Colby confía –y no poco precisamente– en el viejo “equilibrio del terror”, a saber: que la posesión de arsenales nucleares lleve a las potencias en conflicto a renunciar a ellos por miedo a una represalia todavía mayor.
Nada más peligroso que esta tendencia, que contempla en algunas ocasiones incluso el uso de las llamadas armas nucleares tácticas en un teatro europeo. Un popular dicho asegura que, cuando empuñas un martillo, el mundo se asemeja a un clavo. Y EEUU tiene el mayor martillo de todos, con un presupuesto de defensa de 601.000 millones de dólares, equivalente a la suma de los siete países siguientes, una cifra que, según la organización National Priorities, equivale al 50% de su presupuesto. Ningún país está en condiciones de rivalizar militarmente con EEUU, que en dos encuestas consecutivas de WIN Gallup a nivel mundial (2013 y 2014) fue considerado como la mayor amenaza a la paz mundial.
Según el analista ruso Mijaíl Kashin, del Centro para el Análisis de Estrategias y Tecnologías (CAST), Rusia es incapaz de hacer frente a EEUU en un conflicto prolongado, y por ese motivo puede recurrir a la disuasión nuclear. “Rusia no tiene las fuerzas necesarias para una ofensiva sostenida contra la OTAN. Todo el mundo sabe que un conflicto así entraría rápidamente en la fase nuclear”, ha declarado recientemente Kashin al semanario Der Spiegel. Ante este tipo de escenarios, ¿quiere Europa realmente convertirse en el “segundo pilar de la OTAN” a través de un “sistema de defensa integral europeo”?