Cultura
No son distopías (es el miedo del norte)
"Las distopías de cines y series actuales solo enseñan el miedo del norte global a vivir como se vive en el resto del mundo, o al menos como gran parte de su población cree que se vive allí", escribe José A. Cano
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Las distopías de cines y series actuales, en Europa o en Estados Unidos, no hablan de ningún colapso de la civilización. Solo enseñan el miedo del norte global a vivir como se vive en el resto del mundo, o al menos como gran parte de su población cree que se vive allí. Desde series como Years and Years (2019) a novelas como Apocalipsis suave (2011), el tema no es tanto el horrible futuro que podamos imaginar como el miedo de cierta clase media de las democracias liberales a que todas esas reglas que tan bien interiorizadas tiene no sirvan para nada.
En El día de mañana (2004), de Roland Emmerich, el colapso de la corriente atlántica sumerge al hemisferio norte en una glaciación. Un escenario no del todo incorrecto, aunque más automático de lo que sería en la realidad para que haya dramáticas escenas de supervivencia entre los protagonistas, y que también patina cuando el hielo respeta fronteras nacionales que a una verdadera glaciación le importarían un pimiento –y acordes a los estereotipos del clima que en Estados Unidos asocian a diferentes países–. Sirve, de todas formas, para tener escenas irónicas, como la del presidente estadounidense pidiendo al de México que acoja a refugiados de su país.
Este octubre se estrenó en España –en el Serielizados Fest de Barcelona, antes de llegar a Movistar Plus+ en noviembre– Familias como la nuestra, serie del prestigioso director Thomas Vinterberg (Otra ronda) donde imagina una Dinamarca que, en un futuro no muy lejano, se hunde en el mar por la crisis climática. Crisis de la que debe huir una familia de clase media que el espectador puede identificar como normal.
Variantes de lo mismo hemos podido ver en la ya citada Years and Years (2019), la francesa El colapso (2019) o la española Apagón (2022). Incluso la docuficción Porvenir (2020), bastante verosímil científicamente y con el lujillo de la narración de Iñaki Gabilondo, parte de una base muy similar: imaginar una Europa en la que la crisis climática provoca una escasez como la que puede sufrir actualmente alguien en Gaza o en el cuerno de África, por citar sólo dos ejemplos.
Muchas veces esas fábulas son conscientes de sí mismas. La española Nowhere (2023), de Albert Pintó, una de las películas no habladas en inglés más vistas en la historia de Netflix, cuenta un trayecto por mar como el de miles de mujeres del África subsahariana cada año, pero protagonizado por una española blanquita, Anna Castillo. Un país destruido por los desastres naturales, donde no hay futuro pero sí un gobierno fascistoide. Puede ser un futuro distópico para un vecino de Arganzuela, pero es el día a día de millones de personas en todo el mundo.
Si propuestas como El hoyo (2019) y El hoyo 2 (2024) no hacen sino hablar de la ansiedad de la clase media ante la desigualdad –quizás un día te toque estar arriba y otro abajo del todo, donde viven los bárbaros, y tengas que devorar a tus iguales–, el cine de desastres, incluso el de Hollywood, con su tendencia a describir catástrofes naturales sobre las que el individuo sólo puede alzarse pero nunca prevenirlas –no sé, ¿quemando menos gasolina, quizás?–, en realidad habla más de cuestiones de clase que de conservacionismo o supervivencia, aunque no lo quiera admitir.
Es un ejemplo más de la forma en la que el norte global está afrontando la crisis climática: con un enorme ombliguismo, lleno de sesgos clasistas –y alguno racista–. Aunque en ocasiones, como en Hijos de los hombres (2006), de Alfonso Cuarón, es decir, de un director no europeo, se dejen caer detalles como la anciana blanca encerrada en una jaula para migrantes y quejándose solo porque la han puesto junto a un hombre negro.
Si a veces la ficción es una especie de vía de escape del inconsciente colectivo –vamos a comprar que tal cosa existe–, en este caso se convierte en la cristalización material de ese mirar para otro lado en la transición energética tan propio de ciertos sectores urbanos, autopercibidos como progresistas. Dame plantas solares, eólicas, coches eléctricos, pero no quiero saber de dónde vienen los minerales que se usan para tener nada de eso, ni sobre el territorio de quién se levantan esas plantas o se abren esas minas.
Quizás El ministerio del futuro (2020), la novela de Kim Stanley Robinson, que arranca con una ola de calor en India en la que uno de los pocos supervivientes es un europeo, es la obra reciente que más se ha acercado a globalizar ese sufrimiento sin paternalismos ni ombliguismos. El mismo autor firmó en 2002 Tiempos de arroz y sal, novela sobre un mundo alternativo en el que Europa es arrasada por la peste bubónica en el siglo XII y otras civilizaciones ocupan su lugar en la época colonial.
Viene a decir un poco lo mismo, en realidad. Quizá, un día el refugiado vuelvas a ser tú.