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Nadie vigila la puerta
"En Génova ya tienen suficientes síntomas para saber que nadie vigila la puerta y que está cada día más claro que la policía ha pactado con otro clan", afirma el autor
Cuando Michael va al Hospital a visitar a su padre Vito, descubre que no hay nadie vigilando la entrada, ni los pasillos, ni las escaleras, ni siquiera la puerta de la habitación tras la que el jefe del clan de los Corleone duerme entubado. ¿Cómo es que no hay nadie, dónde está la gente?, pregunta, frío, ante el panorama que se ha encontrado, a una enfermera que le explica que la policía acaba de dar la orden de retirada porque había demasiada gente alrededor de la habitación de su padre e interrumpían el funcionamiento del centro. En ese momento Michael entiende que los que en otro momento trabajaron junto a la familia los habían dejado solos, desprotegidos. Y que alguien venía a por ellos. Cosas de los negocios.
Un frío parecido ha debido de sentir Rajoy en las últimas entrevistas en casa de quienes hasta hace un rato eran guardaespaldas. Las preguntas en forma de entradilla para que el jefe del clan colocara su discurso en antena, se convierten últimamente en preguntas que, a poco que apunten a dar, y lo hacen cada vez más, destrozan un discurso que sólo se sostiene si muchos intereses se ponen a sujetar. Lo que hasta ahora eran masajes en sus visitas a los medios del grupo PRISA, por ejemplo, se han convertido últimamente en entrevistas con preguntas que dejan a Rajoy sin protección, solo ante la realidad de los datos y la repregunta que nunca en estos cuatro años apareció. En Génova ya tienen suficientes síntomas para saber que nadie vigila la puerta y que está cada día más claro que la policía ha pactado con otro clan.
El hasta ahora líder no sólo se ha quedado sin la protección de muchos de los que antes lo custodiaban. También empiezan las deserciones silenciosas en la propia familia. Dentro huele a cadáver y ahí fuera, una raquítica TVE y algún Instituto Sociológico harán lo posible por mantener la sensación de orden y control, manteniéndose firmes ante la puerta del hospital y simulando que la mano escondida en el abrigo sujeta un arma que ya no existe. Ganar tiempo para que vengan refuerzos, si es que queda alguno.
El refuerzo podría ser una recuperación económica que ni ha llegado ni llegará pero de la que, hasta el 20D, nos podrán contar batallas desde la mesa del consejo de ministros o en reuniones con líderes internacionales. Un arma efectiva que sólo tiene quien tiene el poder. Sería este el refuerzo que salvara la situación, de no ser porque la base social que compra el argumento no da ni de lejos para mantener el sillón. El refuerzo de última hora podría llamarse Cataluña si la escalada de tensión e idiotez siguen en la dirección correcta. Podría ser el refuerzo, de no ser porque, si hay que interpretar la escena de guerra de banderas, resulta que el nuevo chico que ha pactado con la policía se conoce perfectamente el papel y para colmo da mejor sobre el escenario.