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Servando Rocha: “Los libreros son auténticos héroes modernos”
El escritor acaba de ganar el premio del Gremio de Libreros de Madrid por su obra 'El Ejército Negro'. El libro propone un viaje a Oakland (EE UU) para conocer a historia de los Dragones de la Bahía del Este, la más legendaria banda de moteros de raza negra.
El escritor y abogado canario Servando Rocha ha recibido el premio del Gremio de Libreros de Madrid por su obra El Ejército Negro, en el que invita al lector a un apasionante viaje al Estados Unidos profundo para conocer la subcultura de los Dragones de la Bahía del Este de Oakland, la más legendaria de las bandas de moteros outsiders de raza negra. Al más puro estilo Hunter S: Thompson -que hizo lo propio con la banda vecina Los Ángeles del Infierno-, Rocha se aproximó al hermético universo del grupo para contarlo con un estilo único.
El galardón ha reconocido el “equilibrio entre rigor científico, calidad literaria y novedad del tema elegido” a un escritor que, además, es cabeza visible de de La Felguera, una de las editoriales más singulares del panorama literario español, cuya filosofía y modus operandi está más cercano a una sociedad secreta que una editorial al uso.
¿Cómo has recibido el premio?
Sabía que El Ejército Negro había sido propuesto para el premio, pero ni siquiera me acordaba. Así que cuando me llamaron fue toda una sorpresa. El mayor orgullo es que venga de los libreros. Porque la mayoría de los premios siempre tienen la sospecha del compadreo: sellos editoriales que crean sus propios premios para vender sus propios libros. Pero esto viene directamente de los libreros, que son la piedra angular de todo esto. Sin ellos, ni escritores ni editores podríamos existir. Ahora, cuando paso delante de una librería, me dan ganas de entrar y abrazarlos a todos, librero por librero (risas).
No es fácil ser librero hoy en día…
No. De hecho, los libreros son auténticos héroes modernos. Si sobreviven los libros no va a ser gracias a las grandes superficies, sino a actos de heroicidad como montar una pequeña librería.
En ese sentido, también estás metido en el mundo editorial. ¿Cómo va La Felguera?
Es difícil hablar sobre algo que es tu gran pasión: pasa como cuando intentas explicar qué es estar enamorado: cuesta hacerlo. Mucha gente no lo sabe, pero la Felguera lleva funcionando desde el año 96. Dos años después de la muerte de Kurt Cobain, antes del 11-S y con Aznar recién llegado al Gobierno. ¡Fíjate si ha llovido desde entonces! (risas). Decir que es una editorial sin más no es del todo cierto: nuestra principal baza es que hemos creado una comunidad alrededor, algo de lo que estamos muy orgullosos. Organizar una presentación de un libro como El diario de los asesinos con una ruta nocturna por el Madrid de los criminales y que vengan casi 300 personas es algo muy especial. Provoca cosas como que los vecinos nos preguntasen si íbamos a parar un desahucio. Saber que, si hubiéramos querido, hubiéramos podido hacerlo, es una pasada. Todo nuestro discurso guarda la apariencia y las formas de una sociedad secreta. Lo hacemos a modo de juego, pero también tiene algo de verdad, pues la literatura tiene mucho que ver con el secreto.
Y económicamente, ¿es viable?
La Felguera es un proyecto sostenible porque no tenemos una gran infraestructura. Ir hacia modelos que sean pequeñas comunidades autosostenibles es posible y, de hecho, es la única alternativa. Eso te permite tener más libertad y menos presión.
También te obliga a tener que dedicarte a otra cosa: en tu caso, a la abogacía…
Sí. Aunque desde el año pasado hemos conseguido tener un sueldo de La Felguera. Pequeño, pero un sueldo al fin y al cabo. Hablando de la abogacía… algún día tendré que escribir sobre algunos de los casos que me ha tocado llevar: da para un buen libro (risas). Es broma: el secreto profesional es sagrado.
La editorial se centra principalmente en temas relacionados con la contracultura. ¿Cómo ha evolucionado el interés por este tipo de temáticas?
Creo que en el fondo, y cada vez más, son temas de multitudes, especialmente tras el 15M, que ayudó a visibilizar una serie de intereses compartidos. Hace cuatro o cinco años hablabas de contracultura y parecía que era algo marginal. Ahora es todo lo contrario. Igual que el arte contemporáneo es el arte oficial, la contracultura es la cultura oficial.
Hablemos de El Ejército Negro. ¿Cómo es el proceso de documentación?
Se desarrolla con el temor constante de que me hagan una pregunta: «¿cuál es tu moto?». Y sobre todo a tener que contestar: «Vale, ya veis que no soy negro, pero es que además no tengo carné y me da miedo montar en moto» (risas). No, lo cierto es que llevaba cerca de una década investigando las conexiones de las vanguardias artísticas con la política, y de ahí salieron una serie de libros e investigaciones. Cuando terminé La facción caníbal estaba hasta las narices de todo lo que tuviera que ver con el fenómeno artístico y me planteé este proyecto. En aquel momento no podía imaginar que acabaría viajando a Oakland, dado el hermetismo de los Dragones de la Bahía del Este. Incluso para los propios americanos, es muy difícil acceder a ese mundo, dado que está detrás de ellos hasta el FBI.
¿Cómo es el clan desde dentro?
Todo lo que ves en una serie como Sons of Anarchy es, en gran medida, muy similar a la realidad, salvando los elementos hollywoodienses. Pero todo lo que tiene que ver con el sentimiento de hermandad es exactamente así. De hecho, en el lugar donde nos encontramos con el presidente y fundador de los Dragones, Tobie Gene, un año antes había entrado un encapuchado a tiros y había matado a otro miembro de la banda, precisamente mientras estaban viendo en la tele Sons of Anarchy, para rizar el rizo.
¿Temiste por tu seguridad en algún momento?
No. Es verdad que impresiona, porque es una de las zonas más peligrosas de Oakland: no es un sitio en el que convenga darte una vuelta. Pero ellos son conscientes que has venido del otro lado del mundo, y sabes que no te va a pasar nada. Firmé un documento en el que me comprometía a no hacer preguntas sobre determinados temas, como los Ángeles del Infierno, las drogas, etc, que por otra parte luego salieron de manera natural en las conversaciones. En cualquier caso, ellos me permitieron acceder a su mundo cuando vieron que no era un periodista que trataba de encontrar indicios de crimen o ilegalidad. Creo que fueron los primeros sorprendidos.
Tampoco te has limitado simplemente a contar su historia…
No, porque para eso ya está la Wikipedia. Mi libro ya estaba escrito en buena parte antes de viajar allí, y partía de una tesis alocada: cuando llega el siglo XX y el ferrocarril, los forajidos dejan los caballos y se suben a las motos. Y lo hacen, además, coincidiendo con la fundación de Harley Davidson en 1900. Más allá de lo que nos han contado los westerns, hay un salvaje oeste negro. Incluso Billy el Niño cabalgó y delinquió mano a mano con un forajido negro, Nat Love. Con toda esta idea en la cabeza ya podía centrarme en escribir un libro que no sólo hablase de bandas de moteros, sino que analizase lo que habitualmente busco en mis libros: la desviación, la ruptura de la norma, la libertad y la comunidad. Porque ellos, ante todo, son una hermandad.
La imagen del motero americano rebelde está muy ligada a los blancos. ¿Están los Dragones posicionados políticamente contra el racismo que tradicionalmente se ha relacionado con otras bandas de moteros como Los Ángeles del Infierno?
Sí. Los Dragones abrazaron en su día movimientos como los Panteras Negras. Sin embargo, con los Ángeles del Infierno, que nacieron tres calles más allá, hay un respeto mutuo. Entre ellos no hay racismo. Incluso los fundadores de ambos grupos, Sonny Barger y Tobie Gene, fueron amigos íntimos. A imagen y semejanza de Billy el Niño y Nat Love, hay algo que los une por encima de la raza. Ya lo dijo en su día Sonny Barger: «Ambos tenemos el mismo impulso vital enloquecido».
En España también hay moteros, pero todo el fenómeno de las bandas tan típicamente americano no parece exportable…
Aunque aquí haya facciones de algunas de esas bandas, que se han convertido en multinacionales, como en el caso de Los Ángeles del Infierno, hablamos de realidades totalmente distintas. Allí surgen como una respuesta para que chicos de la calle puedan sobrevivir entrando a formar parte de una de estos bandas. Y hay algo muy admirable en toda su manera de funcionar: no esperan a que el estado les subvencione, se autofinancian con sus cuotas y mantienen sus locales. Y no hay diferencia entre la familia real y los miembros de la banda: todos forman parte de la misma hermandad.