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Raphaël Arnault: ampliar el antifascismo

El joven diputado del Nuevo Frente Popular representa el salto a las instituciones de la lucha antifascista autónoma. Muchos aún desconfían de esta estrategia pensada para frenar a la ultraderecha desde el parlamento, la televisión y las redes sociales.

Raphaël Arnault.

En un momento de extrema inestabilidad política, con la Asamblea Nacional secuestrada por el partido de Marine Le Pen, el combate contra la extrema derecha puede alegrarse de contar con Raphaël Arnault. Tras la moción de censura de Michel Barnier, el próximo episodio de la política francesa exigirá que el Nuevo Frente Popular (NFP), la coalición de izquierdas que Arnault representa, se reenganche al movimiento social que les dio la victoria en las pasadas legislativas, combinando el antifascismo de los barrios con el de las instituciones. 

Tras años de militancia, de considerable renovación de la lucha antifascista, se diría que la estrategia de Raphaël Arnault ha dado sus frutos. Este joven de Lyon, de solo 29 años, ha pasado de ser una de las caras reconocibles en los círculos de la izquierda militante a convertirse en diputado de la Asamblea Nacional tras las legislativas de 2024. La elección de Arnault viene precedida de varios años de esfuerzo y trabajo político en la Jeune Garde, con el objetivo de popularizar el antifascismo a través de nuevos códigos.

Rara vez el movimiento antifascista actual tiene la posibilidad de ver a uno de sus líderes en las instituciones. Con el objetivo de conocer su visión de la lucha antifascista desde su escaño como diputado de la Asamblea, nos hemos puesto en contacto con él. Tras una introducción en la que analizamos su evolución como portavoz de la Jeune Garde, así como la estrategia de la organización que lidera, damos voz a algunas de las ideas con las que Raphaël Arnault ha respondido a nuestras preguntas.

Recorrido militante: la Jeune Garde

Para entender el ascenso de Arnault hay que remontarse a enero de 2018, momento de fundación de la Jeune Garde. Previamente, Raphaël ya había pasado por otras organizaciones políticas de izquierda radical. Por ejemplo, reivindica con frecuencia su militancia en el Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA-A).

Pero llegado el momento, junto con otros compañeros del entorno antifascista autónomo y de la izquierda lionesa, Arnault decidió formar una organización independiente para dar respuesta a una problemática local: el auge de la extrema derecha en Lyon. En aquellos años, la tercera ciudad francesa (por detrás de París y Marsella) se había convertido en un auténtico hervidero de grupos neofascistas, con el Bastion Social (réplica francesa de la romana CasaPound) y Génération Identitaire implantadas en edificios okupados, bares y gimnasios de boxeo y a la cabeza de numerosas agresiones racistas, LGTBI-fóbicas y a personas de izquierdas.

Raphaël Arnault se había marcado como objetivo cambiar los modelos de acción y organizativos del movimiento antifascista, más autónomo y descentralizado: “Teníamos la convicción de que, si llegábamos a hacer algo a nivel local, repercutiría en el plano nacional”. Las previsiones fueron razonablemente buenas, y en los años siguientes surgieron ramas de la Jeune Garde en Estrasburgo, Lille, París y Montpellier, al tiempo que la organización establecía vínculos con la izquierda más institucional, con el sindicato CGT, la asociación SOS Racisme o La Francia Insumisa (LFI).

Esta expansión fue precedida de un cambio de registro con respecto al antifascismo autónomo. Abandonando el anonimato (a menudo por motivos de seguridad) bajo el que opera el movimiento antifa, la Jeune Garde decidió actuar a rostro descubierto, sin seudónimos, dotándose de portavoces que trasladaran su mensaje en la esfera pública. Esta estrategia ha llevado a Arnault a difundir el discurso de la Jeune Garde a programas de televisión conocidos por su sesgo reaccionario y formato sensacionalista. También a desarrollar y pulir con esmero una identidad propia en Instagram o Twitter (actual X).

No tardaron en llegar las críticas al estilo de Arnault y los suyos. Militantes de otras organizaciones les han acusado de practicar un “antifascismo para las redes sociales” y muchos no han aprobado su asistencia a programas de medios controlados por la extrema derecha. Igualmente, la estrategia política de la Jeune Garde ha sido duramente tachada de centralista e institucionalista.

En su libro sobre el movimiento antifascista francés Une vie de lutte plutôt qu’une minute de silence (Seuil, 2023), Sébastien Bourdon recoge algunas de estas críticas. Desde la histórica Action Antifasciste Paris-Banlieue (AFA P-B) se afirma: “La Jeune Garde reivindica un antifascismo de clase, pero para ellos, la clase es la izquierda sindical y política […] Para nosotros la clase no es solo eso. La clase es una realidad sociológica que va más allá de estas organizaciones”. En definitiva, la Jeune Garde habría pecado de privilegiar un acercamiento del antifascismo a la izquierda institucional y dejar de lado a sectores menos organizados provenientes de los barrios populares o de movimientos como los Chalecos Amarillos.

Otra de las críticas dirigidas con frecuencia a la Jeune Garde ha apuntado a los límites de su estrategia. La pregunta de dónde empieza el antifascismo no genera demasiado debate, ¿pero dónde acaba? ¿Combatir a la extrema derecha significa enfrentarse a sus formas políticas e ideológicas o implica también reflexionar sobre el contexto socioeconómico en el que surge y se desarrolla? Según varios sectores del antifascismo autónomo, la Jeune Garde no tendría en cuenta el carácter estructural de la extrema derecha y adolecería de una visión reduccionista del antifascismo.

Su lucha estaría limitada a la autodefensa contra organizaciones neofascistas como las arriba mencionadas y a pedir el cierre de sus locales. Todo lo relacionado con esto último, la disolución de grupos neofascistas y el cese de actividad en sus espacios, además, al necesitar la actuación del gobierno y de la policía, pondrían en tela de juicio la independencia del antifascismo en su lucha contra la extrema derecha.

¿Son justas todas estas críticas? Hay razones para afirmar que son algo severas. La Jeune Garde sí que buscó una colaboración estrecha con la izquierda institucional, sobre todo con La Francia Insumisa, que promovió la candidatura de Raphaël Arnault a las legislativas de 2024. Al mismo tiempo, la organización ha querido evolucionar en paralelo al movimiento antifa que, en principio, podría haber sido su aliado predilecto. Sin embargo, no se puede concluir que la Jeune Garde no se haya implicado en sectores de la sociedad civil francesa menos politizados para llevar allí el antifascismo.

Poco después del nacimiento de la Jeune Garde, Raphaël Arnault cuenta en otra entrevista cómo participaron en el movimiento de los chalecos amarillos para echar a la extrema derecha de las manifestaciones y evitar cualquier intento de cooptación: “Decidimos implicarnos porque respondía a una cólera de nuestra clase social frente a los perpetuos ataques de la burguesía, pero también como antifascistas porque esa gente atacaba a sindicalistas o a gente que consideraban de izquierdas”.

La Jeune Garde ha sido, en general, consecuente con esta visión del antifascismo. Si en un primer momento restringieron la confrontación a la extrema derecha grupuscular lionesa, no se puede perder de vista la situación tan dramática en la que estaba sumida Lyon […]. Tras la disolución de estos grupos y el cierre de algunos de sus locales, la Jeune Garde se ha implicado en los principales movimientos sociales que han atravesado Francia, tanto los que estuvieron liderados por la izquierda institucional, como los protagonizados por las clases populares: tanto el movimiento contra la reforma de las jubilaciones, como los chalecos amarillos, las protestas contra el racismo de Estado que estallaron tras la muerte de Nahel Merzouk o el movimiento por Palestina.

Así, por más que su sistema de alianzas, estrategia y códigos rompan con el antifascismo autónomo, una decisión que presenta ciertamente sus límites, quizás sea precipitado decir que la Jeune Garde tiene una visión reduccionista del antifascismo.

Entrevista: de la calle al escaño

La carrera de Raphaël Arnault en la alta política comenzó en las legislativas de 2022, cuando se presentó como candidato de la NUPES, el preludio de la coalición que ganaría las legislativas el pasado mes de julio, el Nuevo Frente Popular. Aunque entonces no consiguiera llegar a la segunda vuelta en su circunscripción electoral, sí lo hizo en 2024 de manera reseñable.

Nominado por LFI para ganar Aviñón, sus socios del NFP rechazaron su candidatura para apoyar a un candidato de izquierdas alternativo, Philippe Pascal, quien contó con el respaldo del Partido Socialista, del Partido Comunista y de los Verdes. Mientras tanto, se descargó una densa campaña de criminalización contra él. Tanto los medios como la clase política señalaban que el candidato estaba bajo vigilancia de los servicios de inteligencia franceses y que era un individuo violento.

La misma alcaldesa de Aviñón, socialista y apoyo de Pascal, asoció a Arnault a una “ultraizquierda radical y violenta”. Con todo, tras una intensa campaña, Arnault llegó a la segunda vuelta frente a la diputada saliente del Reagrupamiento Nacional, Catherine Jaouen, a la que acabó ganándole el escaño, siendo el único junto a Pascale Got (PS) en ganar a un candidato saliente de extrema derecha en toda Francia.

Aunque la victoria del NFP impidió una mayoría absoluta del RN, el partido de extrema derecha mejoró sus resultados con respecto a 2022, siguiendo una progresión que parece imposible de frenar. Ya elegido diputado, le preguntamos a Raphaël Arnault por la estrategia del NFP para evitar que el RN siga creciendo: “El NFP debe aplicar su programa […] Si conseguimos aplicar rápidamente algunas medidas sociales urgentes, esto movilizará de nuevo a millones de personas en torno a un proyecto de esperanza seria, y sobre todo arrinconará al RN, cuyo discurso social es solo una fachada, que una vez frente al problema tiene que demostrar al gran capital que sigue a su servicio, y que tiene que abandonar sus supuestos programas sociales”.

No obstante, el NFP lo va tener complicado, por no decir imposible, para aplicar su programa. Por más que ganaran las elecciones, la coalición solo suma un tercio de los escaños en la Asamblea, descartando la posibilidad de poder aplicar sus medidas más ambiciosas.

Arnault incide en cualquier caso en la importancia de las políticas públicas en la lucha contra la extrema derecha, haciendo una lectura de las causas del voto RN en las zonas rurales despobladas: “En gran medida se debe a que el Estado ha abandonado estas zonas, y a veces ni siquiera hay una oficina de correos, un médico o una estación de tren. Poblaciones enteras se encuentran en la miseria y acuden entonces a fuerzas reaccionarias que no las sacan de su miseria”.

Intuyendo la importancia de un trabajo militante de la mano de la revitalización de los servicios públicos en estos territorios, añade: “Con la Jeune Garde, aún no hemos profundizado en esta cuestión, pero estamos pensando realmente en cómo intervenir en estas zonas donde la gente suele estar aislada. Siempre nos sentimos más cómodos cuando la gente está socialmente conectada y no encerrada en sus casas, a veces con la televisión como único interlocutor. Ya hemos intentado establecer vínculos con algunas organizaciones rurales y tenemos la intención de proseguir esta labor. No cabe duda de que nuestras organizaciones comparten la culpa de la falta de antifascismo en estas zonas”. 

Más allá de las instituciones, para hacer frente al RN, Raphaël Arnault nos confirma igualmente la importancia de promover en la izquierda una estrategia unitaria contra el racismo: “Tenemos el deber de afrontar este periodo con un frente antirracista real y claro. No podemos hacer retroceder a la extrema derecha esperando esquivar las polémicas racistas que merman nuestro campo”. En la lucha contra la islamofobia, su consigna es la misma: “Debemos mantenernos firmes frente a la extrema derecha y otras fuerzas reaccionarias en esta cuestión de la islamofobia. Cada vez que transigimos, cada vez que dejamos espacio para la duda, ellos avanzan”.

Tras ser investido, Arnault ha defendido este antirracismo unitario frente a las críticas del que fuera uno de los líderes de LFI y potencial sucesor de Jean-Luc Mélenchon, François Ruffin, a la estrategia de su partido. Según Ruffin, LFI estaría orientándose a fidelizar el voto de las clases populares racializadas urbanas, dando por perdido el voto rural, mayoritariamente blanco, de las clases populares que elección tras elección se decantan por el RN. Aparte del análisis sesgado, que parece obviar el conservadurismo y el racismo que atraviesa buena parte de la ruralidad francesa, Ruffin ha menospreciado por momentos la lucha contra el racismo en sus diversas formas.

Ante estas posturas, Arnault nos respondía con contundencia: “Combatir con firmeza la extrema derecha organizada y sus programas no significa cerrar totalmente nuestras puertas a las personas que puedan verse seducidas, a menudo por una clara falta de referencias políticas. Pero sí significa ser perfectamente claros sobre nuestras posiciones sociales, antirracistas y feministas. Hablar con alguien para convencerle de que el RN no es la solución no significa transigir”.

Afrontar la legislatura

Queda por determinar cuál será el rol de Arnault esta legislatura, dentro del NFP. Ni una semana llevaba, en funciones, el ministro de Interior, Bruno Retailleau, y ya había anunciado que iba a querellarse contra Arnault por denunciar el pasado mes de octubre el asesinato de dos civiles kanak, fruto del neocolonialismo francés en Nueva Caledonia, a manos de dos gendarmes.

Por si quedaba alguna duda, todo apunta que Arnault estará también en el centro de futuras polémicas, por la imagen que la derecha y la extrema derecha proyecta en él. Si resiste el acoso, la atención mediática puede jugar en su favor, aprovechando los focos para seguir “popularizando” el antifascismo. Sin embargo, habiendo dicho de sí mismo ser un militante acostumbrado a estar sobre el terreno, es importante que no olvide que el antifascismo se populariza fundamentalmente desde abajo.

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Comentarios
  1. Que haya izquierdas en la calle y en las instituciones está bien, pero no debemos confiar en las izquierdas de las instituciones ya que las instituciones sirven a la Europa del capital y, por tanto, poco les dejarán hacer. Al contrario, las utilizan para aparentar que somos una democracia; pero solo les dejarán hacer hasta dónde no molesten demasiado.
    Miguel Urban de «Anticapitalistas» lo tiene claro. Ojalá todos los políticos gubernamentales que se autodenominan de izquierdas lo tuvieran tan claro: «Hemos puesto mil pies en las instituciones y uno en la calle. Eso es no entender que estas instituciones no son nuestras ni representan nuestros intereses de clase y que venimos a acabar con ellas».
    Si se descargó una densa campaña de criminalización contra Arnault quiere decir que al sistema no le gusta y por tanto hay que entender que el chaval es válido. Esperemos que no acabe abducido o vendido como estamos acostumbrados a ver en este país con jóvenes promesas.

  2. Cualquier.x antifa no puede ser parte del sistema, el mismo que le reprime por su ideología.
    La jeune guarde ya no es lo que era desde que entró en política convencional, antifas squad es la verdadera lucha de calle antifa hoy en Lyon.
    Así que alegrarse que este chaval haya abandonado la calle, la cercanía del barrio, de tu gente , para subir a la tribuna, otra victoria del capitalismo.
    Por aquí lxs hemos visto lxs antifas de triangulito rojo en la solapa, subidxs a la tribuna, ministrxs » revolucionarixs» de salón, luego dando clase de liderazgo en la Ceoe.
    Salud y anarkia.

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